Este es el título de la vigésima ópera, de 39 compuestas por Gioachino Rossini, y la segunda en popularidad, después de su célebre El barbero de Sevilla. También, es el nombre de la nueva producción operística del Teatro del Bicentenario, que se estrenó el domingo. Después del “drama japonés”, Madama Butterfly, de Puccini y de la tragedia del Rigoletto de Verdi, títulos presentados durante el presente año, La Cenicienta nos ofrece otro lado de la ópera en el que, precisamente, Rossini es amo y señor: la ópera cómica. Heredero de la ópera cómica surgida en Nápoles durante el siglo XVII y con una gran influencia mozartiana, Rossini dio alas y consolidó la ópera buffa, llevándola a sus más altos niveles de expresividad. En términos de la dramaturgia, deja atrás a los personajes míticos e históricos de la ópera seria, para dar vida a personas reales, gente común y de la propia época, en situaciones enredadas, con reminiscencias de la commedia dell’arte.
La versión que presenta el Teatro del Bicentenario está llena de ingredientes que la vuelven interesantísma, comenzando con el hecho de que se trata de una producción propia, como ha sido el caso con la mayoría de las representaciones operísticas que se han presentado en ese recinto. Este no es un mérito menor, sobre todo si consideramos que han llamado a tal punto la atención del mundo cultural de nuestro país que, a través del Bicentenario, ya comenzamos exportar ópera a otros recintos, como ha ocurrido con Don Pasquale, La viuda alegre y, recientemente, con Rigoletto. Los otros rasgos afortunados de esta producción tienen qué ver con los artistas participantes. Lo solistas que conforman el elenco de este título están entre la crème de la crème de los solistas mexicanos del momento, algunos de ellos construyendo carreras internacionales a un gran nivel. Por mencionar algunos de ellos, tenemos a Guadalupe Paz, la mejor mezzosoprano mexicana, para quien el papel de La Cenicienta parece hecho a la medida. Con una belleza y simpatía particular que se potencia en el escenario, Paz es además una gran actriz y, sobretodo, una cantante capaz de acometer todos los endiablados retos que Rossini propone a la protagonista de esta obra, con gran solvencia y gracia. Ernesto Ramírez, tenor radicado en Canadá, hace su debut operístico mexicano en el coso leonés. Ramírez posee una voz más lírica que las que suelen abordar este papel, hecho que no le resta posibilidades para realizar todas las difíciles ornamentaciones rossinianas, sino que, por el contrario, dota de mayor carácter y nobleza al Princípe Ramiro, haciendo un personaje fuerte y verosímil. Noé Colín, bajo cantante, es ya un preferido del público leonés, quien lo ha podido disfrutar en El elíxir de amor y Don Pasquale, aquí mismo. Su Don Magnifico es simplemente una delicia histriónica y vocalmente. Pocos cantantes logran un personaje tan completo y tan complejo, aún con su tres dificilísimas arias de las que Colín hace un verdadero deleite. El resto de los solistas, Josué Cerón, en el papel de Dandini; Arturo López, en el del filósofo Alidoro y las hermanastras Zaira Soria y Araceli Fernández, complementan un elenco de sueño que hacen de esta puesta en escena un verdadero dream team. Luis Martín Solís, director de escena, ha ideado una escenificación con alusiones claras a la época ideada por Rossini, pero con atmósferas y detalles claramente contemporáneos, creados por Jesús Hernández en la escenografía e iluminación, así como por el vestuario diseñado por Jerildy Bosch. La dirección musical del francés Sébastien Rouland plena de matices y que rebelan su conocimiento profundo de la partitura y del estilo rossiniano destaca la calidad sonora de la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata, de la UNAM, y saca el mejor provecho de las voces leonesas del Coro del Teatro del Bicentenario.
Cuando uno ve y escucha esta difícil y divertida ópera entiende por qué un género con más de tres siglos y medio no solamente goza de un gran vigor en el siglo XXI, sino que gana cada vez más adeptos: la ópera, cuando bien hecha, nos atrapa para toda la vida. Nosotros tenemos la enorme fortuna de tenerla en León y de recibir a muchos seguidores de la ópera, no solo otras ciudades del país, sino del extranjero.
¡A disfrutarla!

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