A las 9:30 de la noche busqué un lugar entre algunos de los ‘huéspedes’ que habían transformado la zona de bancas del Hospital General Regional de León en un improvisado hotel.
Guiándome por el aspecto amigable de un anciano, coloqué mi cobija a un lado, preguntando si no estaba ocupado.
“¡No, échate ahí!”, dijo el anciano.
Y esperé la hora de dormir.
Después de media hora, el número de huéspedes había aumentado.
Algunos indigentes pasaban frente al hospital arrastrando cartones, en busca de lugares cerrados donde el frío no los sorprendiera.
-¡Vámonos viejo!- le gritaba un señor a un anciano de unos 70 años que estaba a mi costado.
-No, no -respondía el anciano, moviendo la cabeza. Y se acomodó para dormir.
La lluvia y el viento acentuaron el frío de aquella noche.
El cobertizo del hospital era un refugio ideal para protegerse de la lluvia.
Cuando dieron las 11 de la noche, el lugar ya lucía lleno de indigentes y de familiares de enfermos que no tenían dinero para pagar un hotel o que preferían dormir en el exterior del hospital, para estar pendientes de cualquier noticia de los médicos.
Las mochilas servían como improvisadas almohadas y los cartones se volvieron delgadísimos colchones.
Algunos dormitaban sentados y otros de plano roncaban en el piso.
A las 11:30 de la noche todos dormían tranquilos tendidos en el suelo, sin importarles el ir y venir de cucarachas.
Después de dormir alrededor de una hora, fui despertado por las botas de un guardia de seguridad que trataba de aplastar una cucaracha que cruzaba a mi lado.
Era la 1:16 de la mañana cuando la lluvia arreció y con ella mi frío. No bastó tener ropa térmica por debajo de mi pantalón gastado y de mi sudadera. Tampoco fue suficiente un gorro y una cobija para cubrir el frío que entumió mis piernas.
Conforme transcurría la noche, los indigentes iban en aumento. A las 2 de la mañana ya había 18.
Tenía miedo de que alguno de mis compañeros de techo se molestara de mi presencia, por ser un desconocido.
El olor a orines, los ronquidos y quejidos de mis vecinos directos no me dejaban dormir.
El hombre de 70 años que se acostó a mi lado, refunfuñaba quejándose del frío y de no poder conciliar el sueño.
A las 3 de la mañana me levanté para buscar un baño. Al llegar al parque me encontré con un indigente que dormía frente al albergue Amparo del Peregrino, bajo un hule, en plena lluvia
Al regresar a mi lugar, el guardia de una farmacia frente al hospital me gritó para que tomara una caja de cartón. Escogí la más grande para acomodarla como colchón en el lugar que había elegido para dormir.
Después de una hora de dormitar, fui despertado por un grito.
“¿Quieren algo caliente? Tengo café y té”, decía un hombre a los indigentes. “Fórmense para recibir uno”.
¿Era un alma caritativa? ¿Alguien por fin se había apiadado y había acudido a nuestro auxilio para acabar con nuestro frío?
No.
El hombre que gritaba era un hombre que pedía dinero a cambio de ofrecer bebidas calientes.
Me formé con dos indigentes en el exterior del área de urgencias, en donde se había estacionado un auto compacto blanco que ofrecía las bebidas, previo pago de una cooperación.
Entre gestos de rechazo por mis escasos dos pesos depositados en el bote de las contribuciones, el despachador me preguntó: “¿Café o canela? ¡Rápido, contesta!”.
Tras tomar mi vaso de té de canela, dormí hasta las 5:40 de la mañana, cuando el sonido de las botas de un policía me levantó y los postes con correas en la entrada estaban por colocarse.
A las 6 de la mañana ya sólo quedábamos afuera del hospital tres personas de la noche anterior. Doblé mi cobija y mi colchón de cartón, y me retiré.
Por una noche atestigüé el sufrimiento de vivir en la calle.

Que se quejen, pideDerechos Humanos

La Procuraduría de los Derechos Humanos de Guanajuato no tiene algún programa o iniciativa para proteger a las personas que duermen en el exterior de los hospitales, esperando algún paciente.

José Luis Pérez, vocero de la Procuraduría, aclaró que a pesar de tener conocimiento sobre las personas que acampan en el exterior de los hospitales, no tienen ni han implementado un programa para velar por su bienestar, porque los afectados no presentan quejas.
“Estamos enterados del problema, no nada más el Hospital General, también es en el Seguro Social, no sé si en el ISSSTE, posiblemente también”.
Aunque no cuentan con un programa o recurso para regular esto, proponen como acción la denuncia de los afectados, para de ahí partir a una averiguación.
“Lo que haríamos es invitar a la gente si se siente vulnerada en sus derechos que venga y con todo gusto nosotros abrimos un expediente de queja, abrimos una investigación y de ahí partimos”.
El problema tiene años y la responsabilidad no recae sólo en la Procuraduría, sino en las autoridades para respaldar su compromiso con la seguridad de las personas.
“Ya hay que encontrar alternativas de solución a ese problema, esa gente no puede estar ahí todo el tiempo”, añadió el vocero.
El control sobre el estado y las condiciones en las que las familias e indigentes duermen afuera de los hospitales pueden ser solucionadas con una queja por parte de los afectados, dijo el funcionario.

Pasan un mes a la intemperie

Pedro Armenta Cervantes, originario de Abasolo, pasó casi un mes afuera del Hospital General, junto con su esposa, esperando noticias de su hijo de 15 años que padece leucemia.

Se turnaron para pasar la noche: uno en el albergue y otro en la calle.
Para solventar los gastos de alimentación, tuvieron que recurrir a pedir limosna.
Un caso parecido es el que vivieron los familiares del señor Elías Escobar, quienes permanecieron 22 días en el exterior del hospital, en espera de su recuperación.
Un hijo y una cuñada fueron los que más tiempo pasaron durmiendo en la calle, pendientes de la salud de don Elías.
“Nos paran a las 2 de la mañana”, aseguró el hijo, molesto por el maltrato que han recibido de los policías que custodian el exterior del hospital.
Cuando se enfermó, don Elías fue llevado a un hospital particular, pero tras dos días de atención la cuenta acumulada ya era de 24 mil pesos.
La familia -que es de escasos recursos- se vio obligada a trasladar a don Elías al HGR, porque ya no tuvieron dinero para pagar un hospital particular.
Las personas que acuden a cuidar a sus familiares tienen la alternativa de quedarse a dormir en el albergue que está ubicado frente al hospital.
El uso de regaderas tiene un costo de 15 pesos y pasar la noche cuesta otros 15 pesos.
En ocasiones las familias no tienen ni siquiera esa cantidad, por lo que prefieren dormir en la calle.
Ana Rosa Zúñiga Andrade, quien tiene su casa en Duarte, pasó dos semanas en la calle junto con su esposo, en espera de que su hijo de 3 años fuera dado de alta tras una operación en la que le extirparon un tumor en la cabeza y que era estudiado para descartar otro padecimiento.
Ellos al no poder ir y regresar de León a Duarte preferían quedarse a dormir en la calle.
“Para bañarnos nos cobran nada más 15 pesos, pero se nos hace mucho”, dijo Ana Zúñiga.
Además de las carencias para alimentarse, la delincuencia a la hora de dormir era su principal preocupación, porque en días pasados un vago había querido abusar sexualmente de una jovencita en los alrededores del hospital.
Le roban su casa en pedazos
En el exterior del hospital no sólo hay parientes de enfermos. En ese sitio también se reúnen personas sin hogar y sin familia.
Es el caso de Fernando Martínez, un barrendero de 61 años de edad, quien se tuvo que mudar a la calle porque su casa construida con madera y lámina le fue robada en pedazos: primero una puerta, luego el techo, las paredes y ventanas.
Su humilde vivienda estaba en la colonia San Juan de Abajo, una de las zonas de mayor pobreza de León.
Confía en ahorrar una parte de su sueldo -de 500 pesos semanales- para rehacer su casa. Mientras, debe dormir en la calle.
Aún con su uniforme de barrendero, mojado por la lluvia, don Fernando se acomodó en el exterior del hospital con una cobija y una bolsa improvisada como almohada.
Todos los días sale a las 5 de la mañana de las instalaciones del hospital para recoger su carro de la basura, y de 7 de la mañana a 3 de la tarde trabaja en horario corrido barriendo los bulevares Mariano Escobedo y González Bocanegra.
Para poder reunir el dinero que necesita para rehacer su casa, pretende entrar a trabajar como acomodador de coches en el estacionamiento de un supermercado.
Su doble jornada implicará 14 horas de trabajo.
“No hay mal que dure 100 años”, dijo optimista.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *