Faltaron los imponentes candiles y obviamente la pista para bailar, pero de ahí en fuera, el Teatro del Bicentenario se convirtió este viernes en un salón vienés de vals en toda regla.
Artífices de ello fueron los casi 50 músicos de la Orquesta Johann Strauss, prestigiado ensamble austriaco fundado en 1965 por Eduard Strauss II con el propósito de mantener vivo el legado del llamado “Rey del vals”.
Dirigido por un simpatiquísimo Johannes Wildner, el conjunto sembró el entusiasmo en la sala principal del Bicentenario, llena casi en su totalidad, con un programa de polkas y valses compuestos por los hermanos Josef y Johan Strauss II.
Con vivacidad, la velada arrancó con la obertura a “El barón gitano”, una de las incursiones en la opereta de Strauss hijo. Su hermano se haría presente con el vals “Los misteriosos poderes del magnetismo” y las electrizantes polkas “¡Hacia adelante!” y “Jockey polka”, en la que el percusionista Martin Breinschmid comenzó a robar cámara.
Wildner, quien mostró tener algo más que la apariencia del comediante John Goodman, combinaría la dirección con la ejecución violinística para los “Cuentos de los bosques de Viena”, la rica y magistral creación de Johann Strauss II con que cerró la primera mitad del espectáculo.
El mismo autor serviría las primeras obras de la siguiente parte: “Bajo truenos y relámpagos”, “Vino, mujer y canto” y “Cuadrilla sobre temas de Un baile de máscaras”, arreglo a partir de la ópera de Giuseppe Verdi.
La encantadora “Pizzicato polka”, íntegramente interpretada con este recurso violinístico; “Viaje de vacaciones” y el celebérrimo vals “El bello Danubio azul”, sellaron formalmente la velada, pero no significaron la última palabra del conjunto austriaco.
Para la tanda de encores, la orquesta dejó ver su vis cómica. En el primero, el percusionista Breinschmid y el timbalista Vitrus Pirchner protagonizaron un duelo sonoro al estilo payaso; en la polka “Champagne”, Breinschmind lanzó “tapones” hacia el público con el característico sonido del descorche y para la marcha “Radetzky”, Wildner se puso a dirigir las palmas de una audiencia embriagada de espíritu vienés.

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