Frustrado ante las modestas ventas en su pequeña fábrica de maniquíes, Eliezer Álvarez hizo una simple observación: las mujeres venezolanas estaban recurriendo cada vez más a la cirugía plástica para transformar sus cuerpos, pero los maniquíes en tiendas de ropa no reflejaban estas nuevas proporciones, a veces extremas.
Así que volvió a su taller y creó el tipo de mujer que, pensaba, la gente quería: con pecho y asentaderas prominentes, cintura de avispa y largas piernas, una fantasía de fibra de vidrio, al estilo venezolano.
La forma fue aumentada, al igual que las ventas. Ahora sus maniquíes, y otros similares, se han convertido en la norma en tiendas a lo largo de Venezuela, sirviendo como una visión exagerada, a veces polarizadora, de la forma femenina que clama desde las puertas de diminutas tiendas que venden ropa barata a mujeres de clase trabajadora y los aparadores de lujosas boutiques en centros comerciales de varios niveles.
El arte de Álvarez pudiera haber ido enfocado a imitar la vida pero, en una cultura saturada con ese tipo de imágenes, la vida está devolviendo el cumplido.
“Ves a una mujer así y dices: ‘Guau, yo quiero verme como ella’”, dijo Reina Parada, mientras lijaba el torso de un maniquí en el taller. Si bien ella no puede darse el lujo, dijo, algún día le gustaría someterse a una cirugía para que le colocaran implantes algún día. “Te da mejor autoestima”.
Los procedimientos cosméticos están tan en boga aquí que la gente a menudo se refiere casualmente a una mujer con implantes como “una mujer operada”. Las mujeres hablan libremente sobre sus cirugías, en tanto fabricantes de maniquíes también se refieren en broma a las creaciones como “operadas”. La esposa y socia comercial de Álvarez, Nereida Corro, se refiere a su maniquí más vendido, con sus proporciones infladas, como el modelo “normal”.
La franca aceptación de la cirugía plástica choca con la ideología socialista del Gobierno y frecuentes mensajes sobre la creación de una sociedad exenta de la mancha del comercialismo. Hugo Chávez quien fue por largo tiempo el Presidente de Venezuela y murió en marzo después de 14 años en el cargo, censuraba con dureza los procedimientos, diciendo que era “monstruoso” que mujeres pobres estuvieran gastando dinero en cirugías de busto cuando tenían problemas para llegar al fin del mes.
Sin embargo, la misma fuente en la que confía el Gobierno -las mayores reservas estimadas de petróleo en el mundo- ha alimentado por largo tiempo una cultura de dinero fácil y consumismo aquí, a la par de una predilección por las soluciones fáciles y la gratificación instantánea.
“Venezuela es conocida por su petróleo, y también por su belleza”, dijo Lauren Gulbas, académica feminista y antropóloga en el Darmouth College, quien ha estudiado actitudes hacia la cirugía plástica en Venezuela. “Eso está ligado con la razón por la cual se percibe como algo de suma importancia para los venezolanos”.
La belleza asumió un papel de importancia en particular a finales de los 70 y 80 cuando las reinas de belleza del país, de por sí una obsesión nacional, fueron coronadas Miss Universo tres veces. Su éxito sobre el escenario internacional asumió una resonancia especial. Llegó al tiempo que el País estaba luchando con las frustradas expectativas del auge petrolero de los 70 y la profunda crisis económica que siguió, trayendo consigo una crisis de confianza nacional.
Además, la fama de las reinas de belleza contribuyó a alimentar la fascinación con la cirugía cosmética y procedimientos como implantes mamarios, reducción de abdomen, cirugías de nariz e inyecciones para darles firmeza a las asentaderas.
Osmel Sousa, por largo tiempo el director del concurso Señorita Venezuela, se adjudica esta tendencia. Recomendó una operación de nariz para la primera Miss Universo de Venezuela, lo cual volvió posible su victoria más de tres décadas atrás.
“Cuando hay un defecto, lo corrijo”, dijo Sousa. “Si puede ser reparado fácilmente con cirugía, ¿entonces por qué no?”
Para Sousa, la belleza realmente es superficial: “Yo digo que la belleza interna no existe. Eso es algo que inventaron las mujeres feas para justificarse”.
Como es natural, no todos lo ven de esa manera. Varios grupos femeniles protestaron en contra del concurso de belleza Señorita Venezuela el mes pasado, criticando las presiones que hay sobre las mujeres para ajustarse a la estética artificial.
Los pocos datos disponibles indican que las mujeres venezolanas no se someten a más cirugías plásticas que sus iguales en muchos otros países. Pero Gulbas, el antropólogo, dijo que las cirugías asumen un estatus elevado gracias a la importancia de la belleza aquí y a la creencia de que procedimientos cosméticos ayudarán a proyectar una imagen exitosa.
“Existe una noción en Venezuela de ‘buena presencia’”, dijo. “Eso transmite que tienes ciertos aspectos que dicen que eres un buen trabajador, un trabajador esforzado, una persona honesta”. Después agregó: “Hay una virtud asociada con verse de cierta manera”.
Cada día, Yaritza Molina arregla varios maniquíes en la entrada a la pequeña tienda de ropa que administrador en Coro, ciudad en el oeste de Venezuela, siempre teniendo cuidado de colocar a dos delante de los demás. “Estas son las princesas”, dijo, “pues tienen el mejor busto”.
“Tengo muchas clientas que vienen aquí y dicen: ‘Quiero verme como ese maniquí’”, dijo Molina. “Yo les digo, ‘De acuerdo, entonces opérese’”.
Al igual que en muchos países, existen peligros con la obsesión. A lo largo de los últimos dos años, los medios informativos de la localidad han informado de varios casos en los que murieron mujeres tras haber recibido inyecciones defectuosas a fin de endurecer sus nalgas, a menudo en clínicas sin licencia.
El salto en las ventas generado por los maniquíes de busto grande les permitió a Corro y Álvarez construir un nuevo taller este año, donde son hechos a mano en un proceso que sorprende por su baja tecnología.
Docenas de maniquíes parcialmente terminados estaban parados en ordenadas filas, como robots silenciosos con pechos inflados, tomando la exagerada estética femenina que predomina aquí y llevándola a sus límites más distantes.
En un día reciente, aproximadamente una docena de personas estaba trabajando. Algunos aplicaban una delgada capa de una pastosa resina marrón y tiras de fibra de vidrio dentro de moldes, los dejaban secar y después sacaban los artificiales torsos, brazos y el frente y la parte trasera de cuerpos de plástico. Otros pegaban las partes del maniquí, las pintaban con pintura en aerosol o colocaban maniquíes terminados que estaban listos para entregarse en la parte posterior de una camioneta de carga, con las palabras “Jesús es mi paz” escritas en grandes letras sobre el parabrisas.
Crecía yuca y maíz en pequeñas parcelas ahí cerca. Desde una casa enfrente, el rostro de Chávez se asomaba desde un afiche olvidado de las últimas elecciones. Daba la impresión de que estaba asomándose sobre el muro para ver las infladas formas femeninas dentro del taller.
Corro, la copropietaria, explicó los cambios en los maniquíes a lo largo de apenas unos cuantos años: pechos más grandes, asentaderas más grandes, cinturas más esbeltas. Hasta hace poco, “los maniquíes eran naturales, justamente como las mujeres eran naturales”, dijo. “La transformación ha sido tanto de la mujer como del maniquí”.
Mary Angola, otra fabricante de maniquíes en Valencia dijo que los estilos más viejos venían de Europa o de Estados Unidos y difícilmente reflejaban el físico de mujeres reales a su alrededor.
“Las hacen demasiado flacas”, destacó.
A unos cuantos kilómetros del taller de Corro, los trabajadores usaban un proceso similar para fabricar maniquíes en un pequeño taller en la azotea que administra Daniela Mieles, de 25 años de edad, y su familia.
Si bien los maniquíes de Corro dieron un salto cuántico en la forma corporal hace varios años, Mieles dijo que los bustos y posaderas de los maniquíes de su familia habían crecido gradualmente para mantenerse al paso de las tendencias en cirugía plástica.
Ahora han llegado a una forma que su marido, Trino Colmenarez, de 32 años, llama “estrambótico”.
Las ventas son buenas, y Mieles dijo que ella y su marido habían empezado a ahorrar dinero para que ella pudiera ponerse implantes mamarios. Una operación en una clínica privada puede costar aproximadamente 6,350 dólares, dijo Mieles, monto equivalente a aproximadamente tres meses de gastos básicos de su hogar, incluyendo comida, servicios y otros costos generales.
El objetivo es verse más como el ideal artificial proyectado por los maniquíes de su familia.
“Belleza es perfección, tratar de perfeccionarse más y más cada día”, dijo Mieles. “Así es como lo ve la gente aquí”.

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