“¡Cuánto me alegro haberme equivocado!”, exclama Mario Vargas Llosa (Arequipa, Perú, 1936) y esboza una sonrisa.
Hace 23 años acuñó que México era “la dictadura perfecta”. Ahora, en entrevista, revira.
-¿Ah, se equivocó?
¡No era perfecta! ¡Era imperfecta, felizmente! Era una dictadura imperfecta y la prueba es que (hoy) no hay una dictadura en México.
-También dijo que le parecía un masoquismo colectivo que la gente votara por el PRI…
Yo no hubiera votado por el PRI, pero el PRI que ha asumido el poder, hay que reconocerlo, no es el mismo PRI de antaño. Este PRI está funcionando dentro de la democracia.
Está respetando la democracia; está proponiendo reformas que me parecen bastante sensatas.
La democracia sí está echando raíces en México, hay que reconocerlo.
Mario Vargas Llosa está en México para participar en las festividades de Viva Perú y también para dar una conferencia magistral en la FIL de Guadalajara, donde recibirá un homenaje.
También viene para presentar su última novela, “El héroe discreto” (Alfaguara), que cuenta la historia de un próspero camionero de Piura, Perú, de nombre Felícito Yanaqué, quien es sujeto a una extorsión anónima.
Su negocio es quemado, una de sus amantes es presuntamente secuestrada, entre otras formas de presión para que ceda. Pero el camionero, fiel a una frase de su padre -”nunca te dejes pisotear por nadie, hijo”- resiste estoicamente. No cede.
El paralelismo con la vida real, la mexicana, golpea.
-La extorsión manda.
El fenómeno de la corrupción ha tomado proporciones que no tenía en el pasado. Por varias razones. Una por el narcotráfico, que representa una cantidad de recursos de tal magnitud que tiene una capacidad de infiltración en todos los ámbitos de la vida social.
También hay un gran desplome de los valores, en general, de todos los valores. Valores culturales, estéticos, morales, cívicos, políticos y eso abre las puertas a la corrupción.
Si prevalece una actitud cínica frente al delito, si existe en muchas personas, en muchos ciudadanos, la idea de que “nadie es ladrón si todos somos ladrones”, el robo pierde, digamos, malevolencia, delictuosidad y se convierte en una actividad, de cierta manera, tolerable.
-¿Cuántos Felícitos necesitamos?
Ésa es la pregunta que quería responder. En nuestras sociedades hay gentes como Felícito Yanaqué, gentes decentes, que tienen unos valores, que son capaces de poner, digamos, unos límites; es decir, que defienden una cierta decencia, una cierta dignidad sin, digamos, dejarse atemorizar por las amenazas, por los peligros y que son la reserva moral de nuestras sociedades.
Hay gente así en todas nuestras sociedades, que son los verdaderos héroes. Esos ciudadanos que no llegan a las primeras páginas de los periódicos ni a los programas de televisión, pero que sin embargo están ahí en el anonimato, resistiendo, tratando de actuar de una manera digna, decente, legal.
-¿No cree que la democracia es extorsionada? Los políticos dicen en campaña “o soy yo o viene la hecatombe”. Es un chantaje.
Es un chantaje… además mentiroso, no es la verdad.
-Chantajean a los ciudadanos, chantajean la democracia, ¿no le parece que estamos…?
Vargas Llosa aprieta tres dedos de su mano izquierda como si deshiciera un grano de sal e interrumpe con una pregunta: “¿No le parece que usted se pone en una situación apocalíptica?”.
Y subraya: “no todos los políticos son los mismos. Hay políticos decentes y políticos indecentes. Hay políticos que representan realmente un valor y otros un desvalor.
“Tenemos que tratar que los políticos decentes vayan al poder, tengan el poder. Convencer a los jóvenes más brillantes que hacer política puede ser una actividad muy decente, puede ser una actividad muy creativa. El gran problema que tenemos es que nuestra mejor gente no va a hacer política; desprecia la política. Que le parece que hacer política es ensuciarse.
“Entonces, claro, si sólo los peores van a hacer política, la política tiene que andar como anda”, remata.
Vargas Llosa dice que hoy no se justifica el pesimismo de antaño, de hace 20 años, cuando acuñó aquello de la dictadura perfecta.
Juzga: “En América Latina tenemos, por fin, derechas democráticas que suben al poder por elecciones, que no piensan llamar a los cuarteles para que les resuelvan sus problemas.
Tenemos izquierdas democráticas, que no teníamos muchas, eran fanáticas, que no creían en la democracia, creían en la revolución.
“En Uruguay, una izquierda extrema, extrema, sube al poder… y la democracia uruguaya no ha sufrido la más mínima mella. ¿No es ése un cambio extraordinario con la América Latina del pasado?”.