Hasta que José Francisco Mayoral González, conocido como “Pachico”, decidió vencer el miedo y acercarse a una de ellas, los pescadores llamaban a las ballenas “peces del diablo”. Sin embargo, la acción de este humilde pescador de Laguna San Ignacio, en Baja California Sur, rompió con un bagaje de temor y caza desmedida de cientos de años.
“Era febrero de 1972, salí a pescar como siempre. Ese día iba solo en mi panga para sacar mero, cuando de repente una ballena gris apareció al lado de la lancha. Luego se sumergió y salió por el otro lado”, registran las grabaciones con la voz del recientemente fallecido pescador.
“Me sorprendió al principio, más bien me asusté. Pero cuando el animal se quedó quieto me sentí obligado a poner una mano en el agua, la toqué. La ballena se quedó casi inmóvil. Permanecí con ella como 40 minutos hasta que se retiró. Desde entonces las espero cada año. Ellas también son mi familia.”
Desde ese momento, “Pachico” se convirtió en una leyenda viva tanto en México como en el extranjero que dedicó los siguientes 40 años de su vida a defender a estos gigantes marinos, fomentar el turismo en la zona y acercar a científicos de todo el mundo a estos seres mediante sus innumerables paseos de avistamiento.
“Fue uno de los primeros seres humanos que tuvo un contacto amistoso con una ballena. Eso tuvo repercusiones que hasta el día de hoy quizás no alcanzamos a entender. La interacción de un hombre con un animal silvestre, más dada la situación que habían vivido las ballenas en estas lagunas, es completamente relevante”, dice Fernando Ochoa, director jurídico de Pronatura Noroeste.
“A principios de siglo las cazaban para alimentarse y como combustible para lámparas con el aceite de su carne. En ese contexto, “Pachico” se acerca a una y la toca, luchando en contra de todo eso. De ese tamaño eslo que hizo”.
Por ello, afirma Ochoa, su legado más importante fue redimensionar la relación entre el hombre y las ballenas.
“Él hizo que cambiara toda la dinámica de la laguna, desde la forma de vida de la gente de allí, porque desarrolló la industria del turismo. Y eso es gracias a que un día “Pachico” se acercó y vio que era un comportamiento que se podía repetir. Logró que eso fuera una forma de vida y le dio una oportunidad a la especie para seguir existiendo”, asegura.
Comprometido con su tierra
La labor de “Pachico” para proteger su hogar se extendió fuera del mar y, gracias a sus acciones, consiguió paralizar un proyecto que hubiera impactado negativamente en la biodiversidad de la zona.
“Un día estábamos tomando un café y, de repente, me dice: ‘Aquí están los planos’”. Eran los planos originales de un proyecto de la empresa ESSA y Mitsubishi para construir una salinera. Nunca me dijo dónde los consiguió, pero fue un milagro porque nos dieron la idea del tamaño de este megaproyecto que iba a ocupar más de 100 mil hectáreas en un área protegida”, cuenta Serge Dedina, director ejecutivo del grupo WILDCOAST / COSTASALVAJE.
“Finalmente fue el Presidente Zedillo el que canceló el proyecto en marzo de 2000”.
Dedina califica a “Pachico” como un auténtico guardián de la laguna y la ballena.
“No se puede subestimar su rol en la historia de conservación del lugar”, dice.
“Fue un pescador sencillo que ganaba su vida del mar, entendía el mar y vivía por él”.
Un lugar único en el mundo
En 1988, México estableció la Reserva de la Biósfera El Vizcaíno, que incluye la laguna San Ignacio. Además de ser un santuario para la ballena gris, es el último y único lugar de cría sin desarrollar en el mundo de estos animales.
También es un hábitat crítico para el berrendo peninsular, amenazado de extinción, y un importante lugar de alimentación para cuatro de las siete especies del mundo de tortugas marinas: laúd, carey, verde y golfina; todas ellas en peligro de extinción.
En 1993, la UNESCO declaró a la Laguna San Ignacio como Patrimonio de la Humanidad.