Sudáfrica se ha quedado huérfana. Nelson Mandela falleció “en paz y en compañía de su familia” en su domicilio de Johannesburgo, donde estaba desde el pasado 1 de septiembre.
El presidente sudafricano, Jacob Zuma, anunció la muerte del que fue el primer Presidente negro del país y Premio Nobel de la Paz en 1993, y decretó tres días de luto oficial en todo el país.
“Siempre te querremos, Madiba. Tu alma puede descansar en paz”, dijo en un mensaje televisado para toda la nación desde la sede del Gobierno, en Pretoria.
“Hemos perdido al más grande de sus hijos, como el hijo que pierde a su padre”, afirmó Zuma, visiblemente emocionado. De hecho, aunque la noticia no tomó a nadie por sorpresa causó conmoción en un país acostumbrado los últimos meses a escuchar rumores sobre su muerte.
Zuma destacó “su lucha por la libertad, su humildad y humanidad”, así como “el reconocimiento de todo el mundo”. “Nuestros pensamientos están ahora con su mujer Graça Machel, su ex mujer Winnie Mandela, sus hijas, sus nietos y sus bisnietos”, agregó.
Durante toda la tarde de ayer corrieron rumores sobre que esta vez Mandela había muerto. Familiares y miembros del Gobierno se acercaron hasta la mansión en el barrio de Houghton, lo que dio la pista a los periodistas apostados desde hace meses allí a la espera de que la noticia fuera oficial.
“Aunque sabíamos que la noticia era esperada, nadie puede aplacar nuestra pena”, admitió el Presidente.
La televisión sudafricana cambió su programación habitual y dedicó espacios a su figura. Madeleen Engelbrecht, una ingeniera afrikáner, resumió el sentir de la nación: “Estoy consternada, me parece mentira”, dice mientras se autoabraza como queriéndose consolar.
En la puerta de la casa de Madiba centenares de periodistas retransmitieron la noticia. Decenas de personas se acercaron e incluso familias con niños en pijama se sentaron en círculos en medio de la calle, aprovechando las temperaturas estivales y las vacaciones escolares.
Con Mandela se va el “padre de la nación”, el hombre que consiguió reconciliar a un país que durante décadas había vivido dividido, consagrando la segregación racial, siempre dando privilegios y derechos a blancos y ahogando a la inmensa mayoría negra (cerca del 80% del censo), mestizos e indios.
Esta era la Sudáfrica del apartheid que a finales de los 50’s y principios de los 60’s juzgó y condenó a Mandela junto a un centenar más de activistas.
Casi tres décadas en prisión
En total, pasó 27 años en la cárcel, donde a pesar que Pretoria se desgañitó para presentarlo como un terrorista peligroso, la comunidad internacional se había fijado en él y durante años se sucedieron los boicots a Sudáfrica y las manifestaciones contra las leyes racistas.
El gran aliado del preso más famoso del mundo fue sin duda el mundo de la farándula, que en la década de los 80’s no dudó en montar conciertos multitudinarios con los artistas más famosos del momento para cantar por la libertad de Mandela. Es ahí cuando nace el ícono, el símbolo de la paz.
Pero aún hay más. El régimen del apartheid se siente acorralado a nivel internacional y en una jugada hábil, el presidente Frederick W. de Klerk coge a Mandela como el mejor aliado para ir desmontando el engranaje racista y preparando la transición democrática. Tras años de conversaciones en la cárcel de Robben Island, van preparando el camino casi en secreto, preparando a blancos y negros.
Mandela sale de la cárcel en 1990, a punto de cumplir los 68 años. A pesar de la edad, se siente con fuerzas para cuatro años después presentarse y ganar las primeras elecciones democráticas y con sufragio universal (hasta entonces sólo votaba la minoría blanca e india).
En sus cinco años de mandato, Sudáfrica evita caer en la violencia que muchos auguraban y Mandela se erige como el padre espiritual, el guía que reclama “perdón y reconciliación”. Predica con el ejemplo porque las casi tres décadas encarcelados no le han dejado ningún resentimiento personal e, incluso, entre rejas ha aprendido afrikáans, la lengua del régimen, y anima a los negros a querer este idioma como si fuera el propio.
El Mandela presidente impulsa la Comisión de la Verdad y la Reconciliación, que preside Tutu, que juzga los crímenes cometidos durante el brutal apartheid y amnistía a los que confiesan y se arrepientan. La voluntad es hacer tabla rasa, empezar una sociedad de cero pero, hoy se escuchan voces en Sudáfrica que cuestionan el fácil perdón a los verdugos.
Con Mandela en la Presidencia se aprueba la nueva Constitución y se empieza el duro trabajo de intentar adecentar la vida de millones de negros que malviven en chabolas sostenidos por trabajos más que precarios y sueldos tercermundistas, en comparación con los niveles de ingresos y de vida de los privilegiados blancos.
Es tanta la tarea pendiente, que hoy el país sigue con una enorme brecha social que en la mayoría de los casos coincide con la racial, a pesar de que es cierto que en los últimos años empieza a despuntar una aún débil clase media negra.
Dicen los que trataron con él en su Presidencia que a Mandela no le interesó la política doméstica y que más que presidente fue un embajador, el mejor embajador de Sudáfrica. En los 90’s se fotografió con cantantes, actores, e incluso se dejaba acariciar por la modelo Naomi Campbell. Mandela era para el mundo un abuelo entrañable y la encarnación del bien en la tierra. Casi nada.
Nacido en 1918 en Mvezo, una aldea rural no lejos del Océano Índico, la muerte de su padre cuando él era apenas un niño obligó a su madre a enviarlo con unos parientes ricos a Qunu, la población por la que Mandela sentía devoción y en la que tras salir de la cárcel en 1990 se construyó una casa en la que pasó largas temporadas hasta que su deteriorada salud le aconsejó quedarse en su domicilio de Johannesburgo. En esta tierra con toda probabilidad será enterrado el viejo Madiba, como se le llama cariñosamente por su nombre en lengua xhosa, cuando terminen los funerales de Estado.
Mandela llegó a la política casi por obligación. Ser negro le convertía directamente en un ciudadano de segunda y, aunque consiguió estudiar y licenciarse en Derecho, en seguida entró en contacto con grupos politizados contrarios a que los negros tuvieran que vivir al servicio de la casta blanca sin casi derechos. Su involucración fue a más y una vez ya instalado en Johannesburgo en la década de los 40 ya formaba parte de la ejecutiva del aún legal Congreso Nacional Africano (ANC, en sus siglas en inglés).
El ANC es el gran partido negro que, en su batalla contra el régimen supremacista blanco, aboga por la lucha armada. De aquí que Mandela sea durante años considerado un terrorista no sólo por el apartheid sino para gran parte de la comunidad internacional. Tras dos juicios a finales de los 50 y principios de los 60, el activista es acusado y condenado por traición y terrorismo a cadena perpetua.
Sin embargo, la presión internacional hace insostenible al Gobierno de Pretoria mantener la segregación. Cuando en 1990 el último presidente del apartheid lo liberó después de intensas negociaciones para consensuar una transición pacífica, Mandela habló de “perdón” y “reconciliación” despejando así los temores que en algunos sectores de los dominantes blancos había suscitado el posible fin de la segregación racial.
El camino a la democracia se alejó de la violencia reinante en muchos países europeos y Sudáfrica empezó su reconstrucción para borrar las vergonzantes discriminaciones raciales, recomponer relaciones internacionales y atraer inversiones extranjeras.
En 1994, Sudáfrica celebró sus primeras elecciones realmente democráticas, con sufragio universal y el ANC de Mandela ganó con el 72% de los votos. Dos décadas después el país sigue teniendo pendiente la igualdad social, terminar con una discriminación económica que por norma coincide con la separación racial.
“MADIBA, siempre te querremos”
Fallece el ex presidente de Sudáfrica Nelson Mandela, el hombre que consiguió reconciliar a un País que durante décadas había vivido dividido bajo el