Este 2 de enero de 2014 se cumplen 68 años de la peor matanza ocurrida en León. Decenas de personas fueron acribilladas en 1946 cuando protestaban contra un fraude electoral. Desde la azotea de la Presidencia Municipal elementos del Ejército dispararon contra la multitud de manifestantes. Los siguientes son los testimonios de sobrevivientes y testigos.

Informe desclasificado reporta 100 muertos

Oficialmente las autoridades mexicanas sólo reconocieron 26 muertos y 37 heridos graves en la matanza del 2 de enero de 1946. Sin embargo, informes desclasificados en Estados Unidos reportan que hubo cientos de víctimas más. En este documento obtenido por AM, fechado en Washington el 4 de enero de 1946 y con la leyenda “RESTRINGIDO. Para uso exclusivo del Gobierno”, se menciona que las estimaciones de víctimas superaban los 100 muertos y 300 heridos. El Gobierno estadounidense se interesó tanto en el caso, que envió agentes del FBI a investigar la matanza. El reporte final de la pesquisa está fechado el 21 de enero de 1946, con el número de expediente confidencial 100-4326, y en el mismo se confirmó que el Ejército había disparado por la espalda a la mayoría de las víctimas, el 50% de las cuales eran mujeres y niños.

‘A gatas se escondían en el kiosco’

Testimonio de Abraham Hernández Sánchez, de 82 años de edad, hijo de Atanasio Hernández, dueño del periódico “Tiempos Nuevos”, que en 1946 publicó la noticia de la matanza:

Yo estaba en la casa cuando oímos los balazos, pero una cosa tremenda. Luego luego se corrió la voz, mis hermanos andaban allá y estábamos con el pendiente, y llegaron ensangrentados. No les pasó más bendito sea Dios, pero nos contó los horrores, la cosa tan cruel, la gente desesperada, viendo los rostros, las miradas de las personas que estaban agonizando, que pedían ayuda. Todos se refugiaban, corrían, era una cosa espantosa.
No hallaban ni por dónde, se tropezaban al correr, caía la gente, se cubrían con las bancas, pilares con lo que fuera y cuando dejaban de tirar, a gatas se iban detrás del kiosco, así fue como se escaparon, pero vieron aquella masacre tan cruel.
Y mi papá andaba por ahí también, pero a él le tocó en la esquina de la Juárez y Belisario Domínguez, vio que estaban los balazos y ya no entró, sino que se quedó parado, nomás trató de buscar a los muchachos y se los jaló y se los llevó a la casa.
Luego mi papá se fue a la Cruz Roja para sacar el reportaje, y sí platicó que llegaron los soldados hasta allá, que toda la gente con el susto que tenía y luego viendo a los soldados pensaron: ‘Aquí nos van a rematar’.

‘Había charcos de sangre’

Lorenzo Torres González nació en 1927 y cuando ocurrió la masacre tenía 19 años de edad. Trabajaba como bolero en la Plaza Principal.

A mí lo que me salvó fue que estaban aquí unos polacos refugiados de la Segunda Guerra Mundial y vivían en Santa Rosa y un amigo me invitó el 2 de enero de 1946 a convivir con ellos; él sabía fabricar cerveza y tocaba unas polkas polacas muy bien.
Regresé de Santa Rosa un poquito cansado y me retiré a mi domicilio. Estaba yo cenando cuando oí los balazos y había un cuñado mío que había sido soldado y dijo: ‘No son cohetes, son balazos, son tiros de rifle’.
Y luego se escuchó un disparo y dijo: ‘Ese es un disparo de ametralladora de cinta’. Y volvió a escuchar tiros de fusil y otros tiros de ametralladora y al rato se escuchó la Cruz Roja y la algarabía y la gente corriendo.
Las cuatro entradas de la plaza estaban bloqueadas por los militares, y a mí me dejaban guardar mis útiles de trabajo en la Presidencia Municipal. Y entonces yo le dije a un militar: ¿No me permite entrar al jardín para ir a Palacio para sacar mi cajón de bolear que ahí es donde lo guardo? Entonces dijo: ‘Déjeme hablar con el oficial’. Y sorprendentemente me dejó pasar.
Me di cuenta de los charcos de sangre que había frente a Palacio y había sombreros, huaraches, rebozos, la gente en su carrera abandonó todo.
Me dormí tarde y todavía se podía escuchar la sirena de la Cruz Roja, las carreras, los llantos. Eran las tres o cuatro de la mañana, yo vivía en la calle Mora, en El Coecillo y enfrente vivía un señor que hacía sombreros de fieltro y ese murió en la matazón, así que se escuchaba el ruido de sus familiares por la muerte de ese señor. Se murieron amigos como José Monroy, era un señor que en las serenatas rentaba sillas.

‘Están ametrallando a la gente’

Honorio León Gutiérrez era un niño cuando ocurrió la matanza, pero aquel suceso quedó grabado en su memoria.

Yo vivía en el Malecón, por el mercado República. Me acuerdo que estaba ahí en la casa y se oían las metralletas que sonaban hasta allá. Mi mamá estaba haciendo una calabaza, y se oía el tableteo de las ametralladoras.
El corredero de gente hasta allá arriba, y yo me acuerdo que la gente estaba como asustada. ‘No, pues qué está pasando’, decía. ‘No, pues que en el Centro están ametrallando a la gente’.
Don Tomás Vargas era dueño del bar ‘El Paraíso’ y ahí se refugió mucha gente, porque iban los soldados a seguirlos para matarlos. Entonces este señor era muy valiente, cuando se dio cuenta de lo que estaba pasando se paró y se puso en la puerta y querían entrar y éste no los dejó.
Al día siguiente sólo los comentarios de la gente: que a mucha gente la mataron y que la llevaron a tirar a la orilla.

‘Seguían a la gente para matarla a balazos’

María Díaz tiene 94 años. Se refugió del tiroteo en una casa donde trabajaba como empleada doméstica.

Yo iba con mi hermana Alberta, íbamos a comprar algo a la vuelta del Centro. Escuchamos que comenzaron a tirar balazos y corrimos, me agarró la mano: ‘Vente, córrele’. Y ya estaba el zaguán lleno de mucha gente que corrió a la casa de la señora Juanita Pérez a esconderse.
Mucha gente corría y se caía de los balazos que les daban. Ahí fue a esconderse en el zaguán en la casa de los Pérez, en la calle 20 de Enero. Juanita cerró la puerta para que no los vieran, porque venían corriendo, y balazos y balazos siguiendo a la gente para matarla. Ya cuando pasó todo se fue la gente. Lavando, planchando, barriendo, limpiando seguíamos haciendo nuestras cosas en la casa de Juanita Pérez, nosotros no salíamos. A mi hijo Antonio ese día mi mamá se lo había llevado.

‘Oímos una tronadera’

Vicente Castillo acababa de mudarse a León cuando ocurrió la matanza.

Yo vivía a dos casas del templo, ahí en San Miguel. Yo estaba recién llegado aquí a León. Estábamos cenando cuando oímos una tronadera y nos dijo la señora que nos estaba dando de cenar: ‘Se ha de haber quemado alguna cohetería, así seguido se oye’.
Al poquito rato, a los 15 ó 20 minutos, empezó a llegar gente que andaba allá en el Centro. Pues que hubo matazón en la Plaza Principal, que mataron a mucha gente y que salieron por el balcón ahí en la Presidencia.
Cerraron las calles de aquí del jardín hasta que limpiaron y lavaron la sangre, y no dejaban entrar. Tenían cerradas las 4 entradas. Yo aquí no tenía familia, estaba solo aquí.

Lo sepultan… y estaba vivo

Antonio Gutiérrez Rocha nació en 1930 y el día de la matanza se reunió con cuatro amigos para dar la vuelta en el Centro.

A mi amigo ‘El Tilín’ lo dieron por muerto. Cuando al otro día de la matanza la gente recogía a sus muertos, la hermana se trajo a otro y lo velaron y lo enterraron. Como a los ocho días llegó “El Tilín”. No estaba muerto, se había ido a México. Era muy vaguillo ese muchacho.
Como no lo halló la hermana, pues pensaron que lo habían matado, y fueron a donde estaban todos los muertos y se llevaron a otro que se parecía pues, y lo velaron.
Vivíamos acá por la bajada del puente de El Coecillo. Salimos de la casa. ‘Vamos al Centro’, dijimos. Vamos, ándale. Y de ahí nos revolvimos. Cuando llegamos ahí por el Círculo Leonés empezó a tronar bien harto. “Quiubo, ¿qué pasó?” Y vimos que corría mucha gente, pos nosotros también corrimos. Sí duraron los truenos hartito.
Cuando llegué a la casa no nos dijeron nada. Llegué asustado y me fui a acostar. Al día siguiente nos enteramos que mataron a mucha gente. Oímos a la gente y uno pues todavía asustado decía: ‘Cállate, cállate’. No queríamos que se dieran cuenta nuestros padres que andábamos de vagos.

‘Me fui arrastrando’

Juan Rizo Martínez tenía 19 años de edad cuando ocurrió la matanza del 2 de enero de 1946.

El día 2, como a las 9:15 de la noche, el Gobierno se embruteció y de ahí arriba del Palacio con la ametralladora le dio ‘la bañada’. Empezó el caidero de gente que estaba dando la vuelta o sentado en las bancas. Fue pura gente inocente la que murió.
Ahí estaba yo en la bola, estaba sentado ahí, cuando vi los trancazos. ¡Hijo de la fregada, tanto de un lado como de otro! Salí, me detuve antes de llegar a la esquina donde está la zapatería Tres Hermanos, ahí eran los Almacenes García y luego de ahí brinqué y yo miraba el caidero. ¡En la torre! De aquel lado, casi donde estaba la droguería, frente del banco, estaba una farmacia y yo me arrimé a la puerta para escapar.
Llega una bola de gente y me avientan. Me fui arrastrando y ahí cayeron casi 15 ó 20 heridos, y hablaron a la Cruz Roja. Un joven hijo del señor que tenía una fábrica de hielo en la Killian, y la señora que estaba cuidando quería que nos saliéramos.
Yo me fui como a las 11 ó 12 de la noche, agarré toda la calle Hermanos Aldama hasta llegar al Teatro Doblado. Una calle antes de llegar al Malecón estaba parado y se me doblaron las patas, ya estaba cansado de correr.
De aquí salieron como 24 muertos que los llevaron al panteón San Nicolás, pero a mucha gente la tiraron para Lagunillas, Comanja y El Palote.

‘¡Fue una cosa horrible!’

Romana Pérez Cordero, de 83 años, relata su testimonio de la matanza:

Pues yo me acuerdo que íbamos al Centro al dar la vuelta, y ándale que al llegar a la esquina empiezan los tiroteos. Y dije: ‘¡Ay, no, vámonos!’. Íbamos tres amigas, nos íbamos a pasear al jardín. Aquí por la 5 de Febrero, ya para dar vuelta para el Centro, oímos los balazos y de ahí nos regresamos corriendo. Nada más la gente a corre y corre. Pero pos le tocó a mi compadre y a otro compañero que trabajaba aquí donde yo trabajaba, a ese sí lo mataron.
Yo trabajaba en una fábrica que se llamaba “La Lorito”. ¡Uh, ya muchos años de esa fábrica! Éramos adornadoras completas, hacían zapato de niño y de hombre.
Arriba del Palacio comenzaron a disparar y a tirotear, pues muchas gentes inocentes murieron. En el pasaje estaba tirado recargado un señor con su niñita en sus brazos. Fue una cosa tan triste y tan fea, mucha gente temía, porque aquello estaba tan feo. ¡No, no, no…! Muchas cosas descompuestas, vidrios rotos, un desastre el jardín. ¡Fue una cosa muy fea! ¡Válgame, era una cosa horrible, horrible, tanto tiradero de gente!

‘Creí que eran cohetes’

Nicolás Valdez tenía 12 años en 1946. Cuando ocurrió la matanza, él estaba en la esquina donde está el hotel Condesa.

No sé a quién se le ocurrió pasear un ataúd vacío por toda la plaza, con letreros de que la democracia había muerto. Yo pregunté quién era esa gente y recuerdo que me dijeron: ‘Son de la Unión Cívica y están protestando porque ganaron las elecciones’.
Y al pasar por la Presidencia sonaron como cohetes seguidos, como con los que juegan los niños. La gente creía que eran cohetes, no se daba cuenta de que era un ca… disparando a la gente. Cuando cayeron los primeros, la gente se dio cuenta de la magnitud de la tragedia y empezó a correr.
Yo seguía allá en la esquina del portal del Condesa y también empecé a correr, al rato empezaron los aullidos de la Cruz Roja a llevarse los heridos, los muertos. Corrí a mi casa, me estaba asomando que la gente corría y ya.
Al día siguiente volví a pasar por la plaza y lo único que vi fue a un grupo de barrenderos que estaban frente a la plaza, que estaban lavando con escobas, agua y jabón y lavaban la sangre. Fue tanta la confusión y pánico y el miedo que un niño de 12 años puede sentir que corrí.

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