Socorro Martínez está tratando con toda su fuerza de cumplir con un favor que le pidió su sobrino Edgar Tamayo, “ser lo más fuerte posible” para darle apoyo a sus padres. Es una promesa difícil de cumplir, sobre todo cuando a ratos le ganan las lágrimas. Si nada lo detiene, el morelense será ejecutado el próximo miércoles 22 de enero por inyección letal en Texas.
“Él dice que no quiere que yo me quiebre. Que iba a ponerme a mí para que recoja su cuerpo. Yo le dije que ese derecho era de sus padres, que yo no era nadie para hacer eso, pero él me dijo que ellos no van aguantar y su hermana Alma llora demasiado”, recuerda Martínez respecto a una de las últimas conversaciones con Tamayo. “Parece que con sus gritos Alma me regresa, yo voy a estar bien donde iré, para qué quiero regresar”, rememora.
Las vidas de Martínez y Tamayo se cruzaron después que él fuera acusado de asesinar con tres tiros en la cabeza al policía Guy Gaddis en Houston, el 31 de enero de 1994.
Ella sabía que Tamayo estaba viviendo en Houston luego de pasar su infancia en México y de un periodo de residencia en California, pero nunca habían hecho el esfuerzo de conectarse.
Fue entonces cuando escuchó en las noticias que estaba detenido. “Cuando fui por primera vez le pregunté qué pasó y me dijo que no sabía, que cuando despertó estaba ahí golpeado. Su último recuerdo es que estaba en una cantina tomando”, explica en entrevista con El País.
Desde entonces lo ha visitado regularmente para conversar, reír y escucharlo. Según cuenta al principio se encontró con un hombre básicamente enojado con la vida.
“Estaba siempre molesto, hablando mal, pero ya después comenzó a cambiar su actitud. Empezó a estudiar, quería ser abogado. Estaba con libros y libros. Siempre me decía que me llevara su propiedad, porque no les dejan tener cosas por mucho tiempo, entonces yo me llevaba sus libros y veía que se dedicaba mucho a eso”, comenta.
Martínez lo describe como “una persona con un gran corazón, preocupado por los demás”. Alguien muy diferente al hombre que tenía problemas de alcoholismo y drogadicción, según lo describe el informe presentado por su defensa ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos en 2012.
“A los 17 años un toro lanzó a Tamayo al suelo y le pisoteó la cabeza, dejándolo en estado de coma durante varios días. Después del accidente él supuestamente se volvió más agresivo y comenzó a usar drogas y alcohol para deshacerse de las jaquecas”, dice el documento.
“Su situación empeoró, así como sus tendencia explosivas, pero no tenía el dinero para obtener medicinas y tratamiento”, agrega.
Un psiquiatra especializado en daño cerebral concluyó que Tamayo sufría de un Desorden Explosivo Intermitente y recomendó que fuera visto por un neurólogo, de acuerdo al escrito.
Se agota el tiempo
Tamayo se encuentra ahora en la cárcel de Huntsville donde espera una resolución de su caso. Su equipo legal ha utilizado varios recursos para retrasar la ejecución y lograr una revisión de su caso, considerando que no recibió asistencia consular durante su arresto y juicio.
Recientemente presentaron una demanda ante la Corte Oeste de Distrito en Texas, donde su abogada Sandra Babcock profesora de Northwestern University solicitó una orden de restricción temporal y una orden judicial preliminar para prevenir que el gobernador de Texas Rick Perry y la Junta de Perdones y Libertad Condicional del estado consideren la petición de clemencia de Tamayo, hasta que el procedimiento “sea adecuado y justo”, según lo calificaron.
Los padres de Tamayo, además de sus tres hermanos ya se encuentran en Houston para presenciar la ejecución, pero hasta el momento se han negado a hablar con la prensa.
El condenado también logró reunirse con sus dos hijas, quienes eran menores de dos años cuando él fue arrestado y con quienes no había logrado tener contacto antes.
“Él entiende perfectamente lo que está pasando, está consciente y dice que no le hicieron justicia. Está molesto, pero también estaba haciendo chistes y riéndose, como si nada pasara. Estaba planeando su velorio. Me escribió una carta y me dio una lista de la ropa que quiere que le ponga. Dijo que no quería que alguien le pusiera un traje, sino que quería unos jeans”, cuenta Martínez.
Hasta ahora la oficina del gobernador Rick Perry ha insistido en que se le dio un juicio justo. En una carta el procurador general adjunto de Texas, Adam Aston, aseguró que “Tamayo rechazó la oferta de que la Corte del Quinto Circuito hiciera una determinación de perjuicio alternativa en su caso”.
El equipo legal del mexicano respondió que “Tamayo solicitó explícitamente a la Corte del Quinto Circuito que se realizara una revisión completa de los méritos de su alegato” y no la opción limitada que se le ofreció en ese momento.
Esta semana Amnistía Internacional entregó más de 17 mil firmas solicitando a Texas que detenga la ejecución. El miércoles diversas organizaciones hispanas se unieron en un llamado similar.
“Si el Gobernador permitiera una revisión del caso, Tamayo no sería ejecutado en siete días”, dijo la presidenta de la Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos (LULAC), Margaret Moran, en una conferencia con los medios de comunicación.
“Todos confiamos en tener la asistencia del consulado para que se contacte con las familias e identifique a un abogado competente en estos casos”, aseguró la presidenta electa de la Asociación Nacional de Abogados Hispanos (HNBA) Cynthia Mares.
La familia de Gaddis se ha mantenido alejada de los medios de comunicación, pero se espera que su viuda e hija estén presentes en la ejecución.
Según Martínez, verán ahí a un hombre muy distinto, desde las manchas rojas que se han borrado de su rostro con el tiempo, para dar lugar a manchas blancas, hasta los signos menos aparentes en su personalidad y su opinión del mundo. “Es un hombre bueno”, dice ella con certeza y un destello de esperanza.

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