“Se acostó a dormir y ya no despertó”.

La información de Laura Emilia sobre su padre, José Emilio Pacheco, fue el final discreto de una larga vida: ganador de todos los premios importantes de la lengua española: el Cervantes y el Reina Sofía, autor de clásicos como Las Batallas en el Desierto, poeta, novelista, traductor, murió ayer a los 74 años, luego de haber sido internado el sábado.

“Murió en la raya, como él hubiera querido”.

El anuncio entristeció a escritores y poetas y se volvió trending topic en Twitter. La trayectoria de José Emilio Pacheco lo mismo unió a la Ciudad de México, Eliot, Yeats, la crítica política, que a Café Tacuva.

“Su muerte me causa horror”, dijo Elena Poniatowska ayer apenas reponiéndose. “Y es una tragedia para todo México”.

La imagen pública más antigua de José Emilio Pacheco, nacido el 30 de junio de 1939 en la Ciudad de México, quizás sea una fotografía color sepia donde aparece sentado junto con Sergio Pitol y Carlos Monsiváis. Es el retrato de una generación de literatura mexicana. 

Poniatowska lo vio por primera vez en 1975, estaba con Monsiváis: “Delgadísimos, ágiles, implacables, pero también consigo mismos. (Mi texto es un bodrio, decía Monsi. No tengo para comer, exponía José Emilio)”.

Bromista, sencillo, capaz de decir que el Premio Cervantes lo había dejado zorimbo, patidifuso y turulato, tuvo una actitud siempre joven. “Desde su primer poema es un gran poeta y que su último poema es el primero que escribió”, escribió Carlos Fuentes.

José Emilio Pacheco estaba a punto de cumplir 70 años cuando recibió el Reina Sofía. Dijo entonces que que cada día libraba una batalla despiadada contra sí mismo: “aunque sepa que ya es una locura la voluntad de conocer, de trabajar y de mejorar. Todo acaba en polvo y ceniza. Pero lo importante es lo que podemos hacer entre las dos oscuridades”.

Cuando fue a recoger el Cervantes, le sucedió que al pasar recogerlo se le cayeron los pantalones. Fue de la emoción, se excusó sonriente, como siempre. “Es que no llevo tirantes. Es un buen argumento para la vanidad”.

Ayer el poeta Eduardo Lizalde, evocaba también su juventud. “Lo conocí en la juventud extrema, tenía 20 años y ya era una hombre eminentemente brillante”, dijo.

Esposo de la periodista Cristina Pacheco, murió luego de escribir, el viernes, su última columna, Inventario, dedicada a Juan Gelman, fallecido hace unos días.

“Me duele enormemente”, dijo Enrique Krauze, quien el sábado lo fue a visitar en el hospital. “Era el mayor humanista literario de México. Cultivó con delicadeza, profundidad y gracia todos los géneros. Fue un gran constructor de nuestro periodismo cultural”.

Hay pocos casos en que un poeta, capaz de volver una y otra vez sobre un mismo poema traducido con decenas de notas al pie, se conecta tanto con los jóvenes. En el caso de José Emilio Pacheco una causa fue Café Tacvba que cantó Las Batallas, una versión del libro que lectores, como Santiago Rocangliolo, conocieron incluso antes que el libro.

“Lo que más me asombra -dijo el escritor- es que en la rola hablan como si todo mundo hubiera leído el libro”.

En el plano narrativo, ese libro y otros de relatos, como El Principio del Placer, donde los personajes principales son en su mayoría adolecentes o jóvenes, son la descripción, casi política de una epoca. 

Las batallas tiene este inicio: “Me acuerdo, no me acuerdo: ¿Qué año era aquél” hasta ir avanzado por el amor de Carlos a Mariana y la descripción de la vida citadina en un instante: “La cara del Señorpresidente en dondequiera: dibujos inmensos, retratos idealizados, fotos ubicuas, alegorías del progreso con Miguel Alemán como Dios Padre, caricaturas laudatorias, monumentos…)”.

“Es el retrato del sistema priista y una crítica a la concentración del poder”, dijo el politólogo Lorenzo Meyer. Hace unos días junto con José Emilio Pacheco y otros 21 intelectuales había impugnado la reforma energética. “Algunas personas como él, se unen las esferas intelectual, artística y académica”, dijo Meyer.

Pero su obra es inmensa, inabarcable, dijo el poeta Eduardo Lizalde. Por eso ayer el nombre de José Emilio Pacheco se volvió de lo más comentado en Twitter. De Café Tacuva al Presidente Enrique Peña Nieto y al escritor Julián Herbert.

Entre uno y otros, sus lectores recordaban su poesía: “El tiempo no pasó: Aquí está. Pasamos nosotros”. “Mientras escribo llega el crepúsculo/ Cerca de mí los gritos que no han cesado/ no me dejan cerrar los ojos.” “Digo instante y en la primera sílaba el instante se hunde en el no volver”.

José Emilio Pacheco era vecino de Juan Gelman. “¿Cómo voy a ser el mejor poeta de México, si ni siquiera puedo ser el mejor de mi barrio?”, decía, y Gelman le devolvía los elogios. Unas cuantas calles de La Condesa reunían una gran densidad poética. Gelman murió hace 12 días. Ahora, con ambos lejos, la tristeza que sus lectores dicen sentir, se expande a toda Iberoamérica.

‘Se fue muy tranquilo’
Morirás Lejos, reza el título de una de unas obras más conocidas. Pero José Emilio Pacheco, próximo a miles y miles de lectores, se murió ayer muy cerca.

La tarde de ayer, alrededor de las 18:40 horas, su hija Laura Emilia salió a anunciar a las puertas Instituto Nacional de Nutrición Salvador Zubirán, donde había sido internado desde la mañana del sábado, que su padre había fallecido.

“Con enorme pesar, tengo que decirles que mi padre falleció hace unos 20 minutos. Se fue muy tranquilo, se fue en paz, murió en la raya, como él hubiera querido. El viernes terminó de escribir su Inventario, un Inventario que escribió para un amigo querido, que era Juan Gelman. Hizo creación todas las noches. Se acostó a dormir y ya no despertó”, comunicó en medio del llanto.

Pacheco falleció de un paro cardiorrespiratorio, aunque no se informó sobre los motivos que lo provocaron.

Laura Emilia agradeció el interés en nombre de la familia, luego no pudo decir más y se despidió para fundirse en un abrazo con su marido, el editor Fernando García Ramírez.

Acompañaron al poeta en sus últimos momentos sus dos hijas y su mujer, la periodista Cristina Pacheco, así como su editor, Marcelo Uribe, de Era. Estaban también allí el pintor Vicente Rojo y la poeta Bárbara Jacobs. 

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