Joaquín Archivaldo Guzmán nació el 4 de abril de 1957 en el poblado de La Tuna, municipio de Badiraguato, Sinaloa.
En los años 80’s emigró de Sinaloa a Jalisco, donde operaba bajo el mando del capo Miguel Ángel Félix Gallardo, el último narcotraficante que detentó el control de todos los territorios del País para el trasiego de drogas.
Tras la captura de éste en 1989 en Jalisco, “El Chapo” fue partícipe de la disputa por la herencia de su patrón y desde 1991 se alió con su compadre Héctor “El Güero” Palma Salazar y enfrentó a los Arellano Félix.
El perfil psicológico que elaboró el Gobierno federal sobre Guzmán destaca que criminológicamente es un delincuente profesional, con capacidad criminal alta, adaptabilidad social media-alta y un índice de estado peligroso alto.
Su diagnóstico es de una conducta antisocial con “marcados rasgos egocéntricos y narcisistas”.
“Tiene una estructura de personalidad con características de egocentrismo, astuto, perseverante, tenaz, meticuloso, selectivo, manipulador, hermético y cautivador”, señala el texto.
Su rivalidad con los Arellano es también legendaria. “El Chapo” ha declarado que se enemistó con los Arellano porque en 1991 mandaron matar a su compadre Armando López “El Rayo”, “a quien quería como un hermano”. El hecho es que la primera mitad de los 90’s la dedicó a una guerra abierta contra ellos.
Un año después, cuando caminaba por la avenida Mariano Otero en Guadalajara, “El Chapo” eludió un atentado de los Arellano, quienes en noviembre de 1992 fueron víctimas de un atentado en la discoteca Christine de Puerto Vallarta, el cual se atribuyó a Guzmán.
Aunque su nombre ya había aparecido en algunos medios por enfrentamientos armados, Joaquín Guzmán Loera tomó relevancia a raíz de esta balacera, en la que intentó asesinar a Javier Arellano Félix.
El resultado: seis muertos, los Arellano tan campantes y la absolución para Guzmán, supuesto autor intelectual de la balacera a la que luego se sumaron otros incidentes donde se involucró a “El Chapo”, sin que a la fecha se le haya condenado por ellos.
Las detenciones
Antes de que la Marina lo capturara esta madrugada en Mazatlán, Sinaloa, el capo ya había sido detenido en dos ocasiones y en ambas había logrado darse a la fuga.
En 1991 fue detenido en la Ciudad de México. Su inmediata liberación le costó la cárcel, dos años después, al ex jefe de la Policía capitalina, Santiago Tapia Aceves, y al ex comandante Fulvio Jiménez Turegano, quienes lo dejaron ir.
El 23 de mayo de 1993 se acabó la suerte. Los Arellano decidieron ejecutar al sinaloense en el Aeropuerto Internacional de Guadalajara, pero el comando, encabezado por un gatillero apodado “El Güero Jaibo”, se equivocó de Grand Marquis y asesinó al Cardenal Posadas, desató una veloz cacería sobre Guzmán Loera, además de inaugurar una era de magnicidios en México.
El 9 de junio de 1993 finalmente fue detenido en Guatemala y entregado a la PGR, autoridad que lo recluyó en el Penal Federal del Altiplano, en Almoloya de Juárez, Estado de México.
El 22 de noviembre de 1995 fue trasladado al penal de Puente Grande, Jalisco, tras ganar un amparo.
Dice la leyenda -imposible de confirmar-, que el Gobierno negoció con Amado Carrillo Fuentes para que, a la brevedad, entregara a “El Chapo”, quien había comprado propiedades en Guatemala.
Al estilo de las películas policiacas de Hollywood, el narcotraficante logró escapar el 19 de enero de 2001 de Puente Grande después de bloquear el sistema de video y salir oculto en un carro de lavandería.
Aquella ocasión el sinaloense utilizó una amplia red de sobornos e inventó la “leyenda del kilo de oro” para salir por la aduana de vehículos en un carrito de ropa sucia.
La ‘leyenda del kilo de oro’
Lo que hizo fue inventar y difundir una leyenda asegurando que en los talleres del penal había un viejo maestro que quería sacar un kilo de oro, aprovechando el rumor de que hace varios años una empresa utilizaba internos para trabajar con ese metal.
A un custodio le contó la “leyenda del kilo de oro” y le dijo que el viejo maestro sólo confiaba en el empleado de mantenimiento del penal Francisco Camberos Rivera, “El Chito”, para sacar la mercancía por la aduana de vehículos, donde no hay detector de metales.
El día de la fuga, el reo Jaime Valencia Fontes, asistente de “El Chapo”, ordenó que el comandante Miguel Ángel Godínez, a quien ya tenía comprado, pusiera al custodio Leal en la aduana.
Y así, a las 8:40 de la noche del 19 de enero, “El Chito” llegó a la aduana y le dijo a Leal: “Aquí llevo el oro del maestro”, y lo dejaron salir sin revisión, con todo y el carrito de ropa sucia donde iba “El Chapo”.
Desde entonces, el capo estaba a salto de mata. Pero mientras pasaba el tiempo, sus bonos y su fama aumentaban. Estados Unidos ofreció 5 millones de dólares por su captura, México 30 millones de pesos y Forbes lo llevó a su lista de los hombres más ricos del planeta.
Fortalece su organización
En las dos administraciones panistas, el sinaloense desplazó a todos los grupos del narcotráfico que lo apoyaron previamente, extendió sus dominios e incluso entró en guerra y acabó con sus antiguos aliados.
Desde 2008, irrumpió en Ciudad Juárez para disputar la plaza con Vicente Carrillo Fuentes “El Viceroy”, a quien después de cuatro años desplazó en el mando del puerto fronterizo, el mismo año entró en guerra con sus primos políticos los hermanos Beltrán Leyva.
Este conflicto inició cuando a principios de ese año el Ejército capturó en Culiacán a Alfredo Beltrán Leyva “El Mochomo”, detención que sus hermanos consideraron como una traición de “El Chapo”, quien supuestamente lo entregó ante las autoridades.
Tiempo después fue asesinado un hijo del “Chapo”.
Los Beltrán fueron reducidos a casi nada durante el sexenio de Felipe Calderón.
En diciembre de 2009, la Marina abatió a Arturo Beltrán Leyva “El Barbas” y un año después a su hermano Carlos.
Además, cayeron también sus principales operadores, como Édgar Valdez Villarreal “La Barbie” y Sergio Villarreal Barragán “El Grande”.
“El Chapo” observó desde la palestra la caída de todos sus enemigos.
Le pisaban los talones
Tras su evasión de Puente Grande, los primeros tres años en fuga Guzmán los pasó en Jalisco, Nayarit, Colima, Puebla, Morelos, Estado de México y el DF.
La Policía casi siempre llegaba a sus inmuebles apenas unos minutos después de que el capo escapaba.
A partir de 2004, decidió atrincherarse en zonas inhóspitas de la Sierra Madre Occidental. Allí permaneció durante casi una década, principalmente en seis puntos de Sinaloa y en 12 de Durango.
La PGR, el Ejército, la Marina y la Policía Federal le seguían la huella con base en la vigilancia y monitoreo de tres de sus talones de Aquiles: las mujeres, el gusto por la comodidad y el maltrato a sus operadores.
El Gobierno federal sólo esperaba que el capo cometiera un error en estos aspectos que se consideraban como sus debilidades.
En el último lustro, el Gobierno sólo detectó a Guzmán en dos zonas urbanas: Los Cabos, Baja California Sur, Culiacán y Mazatlán, Sinaloa. En los dos primeros sitios logró escapar. Pero en el tercero finalmente cayó capturado a manos de infantes de la Secretaría de Marina, en coordinación con la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA) y la PGR.
Al parecer, su fastidio por las incomodidades de las zonas serranas facilitó su recaptura.