Con sólo la ropa puesta, algo de dinero y medicinas para la diabetes, los esposos María Inés Vargas y Alberto Peniche abordaron un autobús en la Ciudad de México el jueves e iniciaron el viaje de más de 3.500 kilómetros para reunirse con sus hijos en Boston.
Pero no fue un viaje más. Los Peniche Vargas participaron en un acto organizado por activistas que ayudan a los inmigrantes a regresar a Estados Unidos. Junto con casi 150 participantes de la campaña “Tráiganlos a Casa”, la pareja marchó al puerto de entrada Otay Mesa en San Diego el lunes en la mañana y pidió asilo.
“Lo que importa es que la familia esté unida”, dijo Vargas a The Associated Press en conversación telefónica días antes de emprender el viaje. “Quiero volver y estar cerca de mis hijos”, agregó.
Los hijos de los Peniche Vargas, Maria Inés, de 23 años, y Alberto, de 21, ingresaron al país con ayuda de la Alianza Nacional de Jóvenes Inmigrantes (NIYA) en julio y septiembre del año pasado. Después de pedir asilo regresaron a Boston, donde vivieron 11 años hasta 2012. Los dos deben presentarse en los próximos meses ante un juez de inmigración para sustentar su petición de asilo.
Los Peniche Vargas, que tienen más de 25 años de casados, esperan reunirse con sus hijos en el lugar donde los vieron crecer. Cuando llegaron a Boston en el verano de 2001, María Inés tenía 10 años y Alberto 8. Tras vencerse sus visas de turistas, la familia permaneció en Boston hasta junio de 2012, cuando regresó a México al no ver un futuro para los jóvenes. En su país natal pasaron dificultades para adaptarse y lo peor fue, dijeron, cuando se cruzaron con personas ligadas a una banda criminal.
Cuando los activistas los invitaron a seguir los pasos de sus hijos, Vargas, de 57 años, y Peniche, de 63 años, no lo pensaron dos veces. Vendieron lo poco que habían comprado en los 18 meses que vivieron en la Ciudad de México, se despidieron de sus familiares y amigos y se digirieron a Tijuana.
“Viviendo en México teníamos mucho miedo”, dijo Vargas. “El miedo era doble porque al estar  lejos nuestros hijos se preocupaban por nosotros y nosotros por ellos”.
Los Peniche Vargas confían en que las autoridades les permitan quedarse. Para que les permitan quedarse deben probar que existe un temor creíble de persecución en su país de origen. Las solicitudes de asilo o visa humanitaria son parte de la estrategia de los activistas para protestar contra las deportaciones y para los que no tienen visas o documentos es la única alternativa para regresar a Estados Unidos.
Pero no hay garantías. En las acciones de julio, las peticiones de asilo de nueve jóvenes que cruzaron, entre ellos María Inés, fueron aceptadas. En septiembre las autoridades sólo permitieron el ingreso de 11 de los 30 jóvenes, entre ellos Alberto, el hermano de María Inés.
La actividad del lunes pone énfasis en las familias que han sido separadas por las deportaciones y no sólo en los dreamers, los jóvenes que fueron traídos cuando niños por sus padres a Estados Unidos y que reclaman estatus legal. Cerca de dos millones de personas han sido deportadas entre 2009 y 2013, según el Servicio de Inmigración y Control de Aduanas.
“No sólo dreamers han sido deportados”,  dijo la activista Dulce Guerrero por  teléfono desde San Diego. “Hay muchos padres que han dejado a sus hijos atrás. Ellos también merecen la oportunidad de regresar a sus familias”, añadió.
Guerrero dijo que luego de cruzar la frontera los participantes, entre los que se encuentran niños, dreamers y padres y madres de familia, serán enviados a un centro de detención donde esperarán la decisión de las autoridades. El proceso puede durar varias semanas.
Vargas tiene diabetes y debe aplicarse insulina diariamente y sus hijos están preocupados porque no saben cuánto tiempo estará detenida. María Inés pasó dos semanas en el centro de detención en Eloy, Arizona, y Alberto, un mes en otro centro de detención en El Paso, Texas.
“Cualquier cosa es mejor que los meses que pasaron en México”, dijo Maria Inés a AP por teléfono desde San Diego, adonde viajó a encontrarse con sus padres. Los tres llegaron a verse ayer a través de las rejas que separan la frontera entre San Diego y Tijuana.
Más de 11 millones de inmigrantes viven en Estados Unidos sin permiso legal y las esperanzas de una reforma migratoria fueron sepultadas en  febrero cuando John Boehner, el presidente de la Cámara de Representantes, dijo que por la desconfianza entre el partido republicano y el gobierno de Barack Obama era imposible llegar a un acuerdo.
Vargas confía en que pronto podrá abrazar a sus hijos. Peniche le dijo a María Inés que apenas llegue a Massachusetts se va a hacer un tatuaje en el brazo con la palabra Boston.
Por su parte, Alberto también espera ver a la familia reunida. Trabaja en una compañía de construcción y está ahorrando dinero para ir a la universidad. Aspira a trabajar en el FBI, la agencia federal de investigaciones. Hay días en que le parece un sueño haber regresado a Revere, un balneario de obreros e inmigrantes a 15 minutos de Boston, donde creció.
“Es una experiencia dulce y amarga a la vez”, dijo Alberto desde Boston. “Camino por la casa donde vivíamos antes y veo las luces encendidas y me imagino que mis padres están allí”. Espera que lo que imagina pronto se convierta en realidad.

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