Si te diagnostican diabetes hay una serie de cuidados que deberás extremar. Sigue las sugerencias de especialistas de la Clínica Mayo, contenidos en el libro La Guía Esencial para el Manejo de la Diabetes.

Tus ojos
La diabetes es la causa principal de casos nuevos de ceguera, no esperes a que se desarrollen problemas y acude con el oftalmólogo para que evalúe tu salud ocular. Este diagnóstico puede incluir:
-Prueba de agudeza visual. Determina tu nivel de visión y la necesidad de lentes; establece la medida inicial para tus futuros exámenes.
-Examen externo del ojo. Mide los movimientos de tus ojos, junto con el tamaño de tus pupilas y su capacidad para responder a la luz.
-Examen de retina. Consiste en aplicar gotas para dilatar las pupilas y buscar daño en las retinas y en los vasos sanguíneos que las nutren. Este es muy importante, porque el daño en la retina es la complicación ocular más común de la diabetes.
-Prueba de glaucoma. Consiste en medir la presión de tus ojos, lo que ayuda a detectar glaucoma, que es una enfermedad que puede disminuir poco a poco el campo visual y producir visión en túnel y ceguera.

Tus dientes
La enfermedad puede debilitar tu sistema inmunológico y volverte más susceptible a infecciones. Un sitio común para que progresen las bacterias son tus encías, por ello:
-Ve al dentista dos veces al año para limpieza profesional y asegúrate de que tu dentista sabe que tienes diabetes.
-Cepilla tus dientes dos veces al día, utilizando un cepillo suave y cepilla también tu lengua.
-Utiliza hilo dental a diario, pues ayuda eliminar la placa entre tus dientes y debajo de la línea de la encía.
-Busca signos tempranos de la enfermedad periodontal (que provoca que los dientes se aflojen y se caigan), como sangrado, enrojecimiento e inflamación. Si tienes estos síntomas acude al dentista.

Tus pies
La diabetes puede producir dos amenazas: dañar los nervios de tus pies y reducir el flujo de sangre hacia ellos, con lo cual se produce insensibilidad y cualquier lesión tarda más en cicatrizar. Por ello es importante que:
-Revises tus pies todos los días. Busca ampollas, heridas, moretones, grietas, descamación, arrugas, enrojecimiento o cambios de coloración en la piel.
-Mantén tus pies limpios y secos. Lávalos a diario con agua tibia; realiza movimientos suaves como de masaje, utiliza una esponja suave y jabón neutro. Seca cuidadosamente entre los dedos.
-Humecta la piel. La enfermedad puede producir resequedad y predisponer a grietas; usa una crema humectante después de lavar tus pies.
-Mantén el flujo de sangre. Colócalos hacia arriba cuando estés sentado, mueve tus tobillos y dedos con frecuencia.
-Utiliza calcetines limpios y secos. Procura que sean de algodón o fibras acrílicas especiales, no uses nylon. Evita los que tengan bandas elásticas fuertes o que estén muy voluminosos.
-Cuida tus uñas. Córtalas rectas para que estén paralelas con el final de tus dedos. Lima los extremos irregulares para que no queden áreas filosas.
-Utiliza con cuidado productos para pies. No uses limas o tijeras en los callos, endurecimientos o juanetes. Puedes lastimarte con ellos.
-Usa zapatos que protejan tus pies de lesiones. Usa calzado adecuado para clima cálido o frío.

El calzado adecuado
Si te compras zapatos nuevos, asegúrate de que el extremo de cada zapato se extienda por lo menos un centímetro y medio más allá de tu dedo más largo. También el extremo del calzado debe ser suficientemente ancho y grande para que tus dedos no estén apretados. Camina con ambos zapatos puestos.
En caso de que un pie sea más grande que el otro, compra un modelo que se adapte a tu pie más  grande. Si tienes sensaciones disminuidas en tus pies, lleva el calzado a casa y utilízalo durante 30 minutos. Después quítatelo y examina tus pies. Busca áreas rojas, esto indica presión o ajuste inadecuado. Si ves cualquier enrojecimiento, regrésalos. Si no hay problemas, aumenta poco a poco el tiempo que los usas de media a una hora cada día.

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