Dos Papas del siglo XX que cambiaron el curso de la Iglesia católica, Juan Pablo II y Juan XXIII, fueron canonizados el domingo por el Papa Francisco en una ceremonia que fue un ejercicio de equilibrio para reunir las alas conservadora y progresista de la iglesia.
En un aparente mensaje de unidad, Francisco invitó al Papa emérito Benedicto XVI a sumársele en el altar en la Plaza de San Pedro, la primera vez que un Papa en funciones y uno retirado celebran misa juntos en público en los 2 mil años de historia de la Iglesia.
“Cuatro Papas en una ceremonia es un suceso fantástico de ver y de estar presentes, porque es historia escrita frente a nuestros ojos”, dijo maravillado el polaco Dawid Halfar.
“Es maravilloso ser parte de esto y vivir todo esto”, agregó.
Benedicto XVI había prometido permanecer “oculto frente al mundo” después de que renunciara el año pasado; sin embargo, Francisco lo convenció de salir de su retiro y le solicitó que participe en las actividades públicas de la Iglesia.
Benedicto estaba sentado al lado de otros cardenales en la plaza de San Pedro durante el rito al inicio de la misa del domingo. Él y Francisco se saludaron brevemente a la llega del actual Pontífice.
En una suerte de ensayo, Benedicto acudió en febrero a la ceremonia en la que Francisco ordenó a 19 nuevos cardenales.
Pero oficiar una misa juntos es algo distinto, algo que sucede por primera vez en la historia de 2 mil años de esta institución, lo que muestra el deseo de Francisco de mostrar la continuidad en el Papado pese a las diferencias entre personalidades y políticas.
Aproximadamente 800 mil personas —muchas de ellas de Polonia, la tierra natal de Juan Pablo II— llenaron la Plaza de Pedro, las calles colindantes y los puentes sobre el río Tíber, una enorme concurrencia, pero apenas la mitad de la muchedumbre que acudió en el 2011 a la beatificación de Juan Pablo II.
Juan XXIII fue Papa desde 1958 hasta 1963 y es un héroe para los católicos liberales por haber convocado al Concilio Vaticano II. Esas reuniones llevaron a la Iglesia la a modernidad, permitiendo la celebración de misa en los idiomas locales en lugar del latín y alentó un mayor diálogo con personas de todas las fes, particularmente los judíos.
Durante su Papado de un cuarto de siglo, cargado de viajes, Juan Pablo II ayudó a la caída del comunismo y dio vigor a una nueva generación de católicos, al tiempo que su defensa de los valores tradicionales de la Iglesia sobre el aborto, el matrimonio y otros temas candentes animó a los conservadores luego de la turbulenta década de 1960.
Benedicto XVI fue uno de los colaboradores más cercanos de Juan Pablo II y posteriormente tuvo un Papado de ocho años profundamente centrado en las tradiciones. Su sucesor, Francisco, parece mucho más inspirado por el estilo simple, pastoral, del “buen Papa” Juan XXIII.
Francisco estableció claramente el punto en su homilía al elogiar a ambos hombres por su trabajo asociado al Concilio Vaticano II, las reuniones innovadoras que modernizaron a la institución de 2 mil años de antigüedad. Juan XXIII convocó al Concilio mientras Juan Pablo II se encargó de asegurar la interpretación y puesta en marcha de su vertiente más conservadora.
“Juan XXIII y Juan Pablo II cooperaron con el Espíritu Santo al renovar y actualizar a la Iglesia, y mantenerla cercana con sus figuras prístinas, esa figuras que las imágenes nos han dado a través de los siglos”, dijo Francisco.
Elogió a Juan XXIII diciendo que permitió que Dios lo llevara a convocar el Concilio. Celebró el énfasis en la familia que tuvo el reinado de Juan Pablo II, un asunto en el que Francisco también se ha interesado.
“Ambos fueron sacerdotes, obispos y Papas del siglo XX”, dijo Francisco. “Vivieron los trágicos acontecimientos del siglo pero no se vieron abrumados por ellos”.
Fue Benedicto XVI quien colocó a Juan Pablo II en la vía rápida para ser declarado santo pocas semanas después de su muerte en 2005, respondiendo a las consignas de “santo súbito” (“santo ya”) coreadas en italiano que surgieron durante su funeral. Su canonización fue la más expedita de las épocas modernas.
Después Francisco modificó las reglas de canonización del Vaticano al decidir que no era necesaria la evidencia de un segundo milagro, como establecen las normas para declarar santo a alguien.
Francisco respiró hondamente e hizo una pausa momentánea antes de recitar la fórmula para declararlos santos, como si estuviera conmovido por la historia de la que estaba por formar parte.
Tras deliberar, consultar y rezar por la ayuda divina “declaramos benditos y definimos que Juan XXIII y Juan Pablo II sean santos y los incluimos entre los santos, decretando que sean venerados de esa manera por toda la Iglesia”, afirmó.
La multitud que se extendía desde la plaza de San Pedro hasta el río Tíber y más allá rompió en aplausos.
“Este es un momento histórico”, dijo el padre Víctor Pérez, quien llevó a un grupo de la escuela preparatoria Juan Pablo II, de Houston, Texas, y esperó casi 12 horas para acercarse a la plaza de San Pedro. “Juan Pablo tuvo un gran impacto en la Iglesia, terminó el trabajo del Concilio Vaticano. Hoy se rinden honores a lo que Dios ha hecho durante los últimos 50 años en la Iglesia”.
Aunque en lugares como en la Polonia natal de Juan Pablo II las campanas tañeron en señal de celebración, en las primeras horas de la mañana la atmósfera en la plaza era pacífica y callada, tal vez provocada por el cielo gris y el cansancio de quienes no durmieron, diferente del ambiente festivo y de mayo de 2011, cuando Juan Pablo II fue beatificado y en el que grupos de personas bailaron y cantaron durante horas antes de la misa.
El Vaticano calculó que unas 800 mil personas vieron la misa en Roma, unas 500 mil en la plaza de San Pedro y calles cercanas y el resto a través de pantallas de televisión que se colocaron en sitios públicos y calles del centro de la ciudad.
Cuando comenzó la ceremonia, la Via della Conciliazione, la principal avenida que lleva a la plaza, las calles cercanas y los puentes que cruzan el río Tíber estaban abarrotados.
Peregrinos polacos que agitaban banderas con los colores rojo y blanco de la amada patria natal de Juan Pablo II estuvieron entre los primeros en llegar a la plaza desde antes del amanecer del domingo; eran contenidos por trabajadores de Protección Civil que llevaban chalecos de colores reflectantes que intentaban mantener el orden.
Juan XXIII, quien encabezó la Iglesia de 1958 a 1963, es un héroe de los católicos liberales ya que convocó al Concilio Vaticano II. En esas reuniones la Iglesia adoptó medidas para modernizarse como la celebración de la misa en lenguas locales en lugar del latín y la promoción de un mayor diálogo con integrantes de otras creencias, especialmente con los judíos.
Durante su Papado de un cuarto de siglo, de 1978 a 2005, Juan Pablo II apoyó en el derrocamiento del comunismo en Polonia a través del apoyo al movimiento Solidaridad. Su condición de trotamundos y el lanzamiento de las muy populares Jornadas mundiales de la juventud estimularon a una nueva generación de católicos, mientras su defensa de la doctrina tradicional fortaleció a los conservadores luego de los turbulentos años 60.
“Juan Pablo era nuestro Papa”, dijo Therese Andjoua, una enfermera de 49 años que viajó desde Libreville, Gabón, junto con otros 300 peregrinos para presenciar la ceremonia. Vestía un atuendo africano tradicional con las imágenes de los dos nuevos santos adheridas.
“En 1982 él fue a Gabón y cuando llegó besó la tierra y nos dijo: ‘Levántense, avancen y no tengan miedo’’’, recordó mientras descansaba en una tarima de botellas de agua. “Cuando escuchamos que iba a ser canonizado, nos levantamos”.
Numerosos fueron los fieles que llegaron de América Latina, algunos con importantes sacrificios económicos.
El mexicano Juan Medina, 20 años, estudiante, se declaró muy feliz: “Un regalo de Dios poder estar aquí en la canonización de los dos Papas, en especial por Juan Pablo II, que es como si fuera un santo mexicano por lo mucho que quiso a nuestro País y por las tantas veces que lo visitó”.
El sacerdote colombiano Jorge Henrique dijo que la canonización de los dos Papas “ha sido muy bien recibida en mi País porque somos de mayoría católica”. La chilena Rosario Poblete, 48 años, dijo que había rezado en San Pedro por Valparaíso, puerto chileno que sufrió un violento incendio que provocó muertes y graves daños.
“Estamos acá por ellos y hemos rogado por todas las familias que han sufrido la pérdida de sus familiares”, agregó.
Ricardo Asiares, de 51 años, quien encabezaba un grupo de más de 30 personas de una parroquia de la ciudad chilena de Viña del Mar, reconoció que fue “un gasto importante el haber venido hasta Roma, pero cuando se trata de un alimento para el espíritu, como es esta ceremonia, no existen sacrificios”.
Reyes, reinas, presidentes y primeros ministros de más de 90 países asistieron a la ceremonia. Unos 20 líderes judíos de Estados Unidos, Israel, Italia, Argentina —el País natal de Francisco— y Polonia, también participaron en una muestra clara de la mejoría de las relaciones entre católicos y judíos alcanzada en los Papados de Juan XXIII y Juan Pablo II.
Cuatro Papas en una misa
En un hecho sin precedentes Su Santidad Francisco invitó a Benedicto XVI, Papa emérito, a celebrar juntos la eucaristía