Cuando su esposo comenzó a ganar más dinero como electricista, Cao Qin dejó de trabajar como obrera migrante a cientos de kilómetros (millas) de distancia y regresó para cuidar a su niño.
Sin embargo, Cao, de 30 años, no regresó a la humilde casucha de adobe que la pareja tenía en la montaña sino a un apartamento en el tercer piso de un edificio, en la comunidad planificada de Qiyan, que viene construyéndose desde hace dos años en la provincia de Shaanxi para albergar a los aldeanos residentes de zonas montañosas rurales.
Ahí tienen tiendas, clínicas, escuelas y dependencias oficiales, todas a poca distancia, un agudo contraste con las moradas aisladas que tenían en el monte.
“Antes, todo parecía tan lejos, llegar al poblado más cercano a pie me llevaba dos días”, dijo Cao, una de las residentes más nuevas entre la uniforme hilera de casas en la comunidad de Qiyan. “Ahora estamos más satisfechos”.
El nuevo proyecto residencial, iniciado en un principio como albergue de emergencia para damnificados por tormentas en 2010, es ahora parte de la intensa campaña de las autoridades chinas para facilitar la migración de las zonas rurales a las zonas urbanas, a fin de dar acceso a servicios públicos y transformar la economía, de una orientada a las fábricas a una orientada a los bienes de servicio y consumo.
Sin embargo, hay un gran obstáculo: para la mayoría de las familias no hay empleo aquí, por lo cual los habitantes en edad laboral tienen que viajar largas distancias para llegar a su lugar de trabajo. Algunas familias incluso siguen viviendo en los cerros porque no pueden pagar los nuevos apartamentos y no pueden vender las propiedades que tienen.
China no permite la propiedad privada de tierras y las tierras rurales son propiedad de asentamientos agrícolas colectivos. Huang Tianbing, un habitante de las montañas, está obligado a quedarse en su asentamiento debido a que firmó un acuerdo según el cual debe subarrendar su terreno a un negocio de cultivo de té, y cuidar de los árboles de té. Dice que recibe apenas 350 dólares al año bajo ese arreglo.
“A duras penas podemos subsistir y no hay manera de salir de aquí”, destacó Huang, sentado cerca de la puerta de la humilde casucha de adobe sobre la ladera de una montaña, frente un huerto de vegetales.
Varios analistas estiman que la urbanización sólo prosperará en China cuando se reformen las leyes de tenencia de tierra y se modifiquen los asentamientos colectivos.
La cúpula del Partido Comunista de China debatió estas reformas recientemente. Las autoridades contemplan la urbanización como la gran promotora de la modernización y el desarrollo económico, y calculan que unos 300 millones de residentes rurales pasarán a ser parte de una metrópoli para el año 2030 – el equivalente de casi toda la población de Estados Unidos.
“Imagine lo que serán sus necesidades una vez que estén urbanizados, es algo que no tiene precedente en la historia de la humanidad”, declaró Hu Angang, profesor de políticas públicas en la Universidad de Tsinghua. “Estamos convirtiendo la urbanización del gran potencial de consumo, al gran generador de consumo”.
La urbanización comenzó a cobrar impulso cuando China comenzó a aplicar reformas económicas de mercado en la década de 1980. Para el año 2011, la mitad de la población del país había migrado a las ciudades, pero un estricto criterio de designación demográfica, en que los ciudadanos poseen sólo status de urbano o rural, creó una categoría de ciudadanos de segunda clase: trabajadores rurales que viven en zonas urbanas.
Un sondeo reciente de la Universidad de Tsinghua indicó que sólo el 27,6% de los habitantes de China gozan de status de poblador urbano, mientras que hay cientos de millones de moradores urbanos con status rural que tienen acceso limitado a educación, atención médica y pensiones.
La segunda gran ola migratoria de China debe ser más equitativa a fin de evitar un trastorno social, y el primer ministro Li Keqiang ha jurado facilitar “un nuevo tipo” de urbanización, con planes de cerrar la brecha entre los habitantes rurales y urbanos.
“La clave es mejorar los vínculos entre el campo y la ciudad, a fin de lograr un acceso más equitativo a los servicios públicos”, dijo Hu, de la Universidad de Tsinghua.
Los analistas advierten que si la transformación de China no se controla bien podría convertirse en otra convulsión como la que hubo entre 1958 y 1961, cuando una frenética campaña por la industrialización degeneró en el despilfarro de recursos, la colectivización forzosa de la agricultura, destrucción del medio ambiente y millones de muertes por hambruna.
Hasta ahora el éxito ha sido disparejo. La posesión arbitraria de tierras por parte de funcionarios locales ha desatado disturbios, y se han erigido varias urbanizaciones sin que hayan podido atraer a inquilinos. Además se están intensificando los temores de que la vertiginosa modernización agrave la contaminación y deje sin recursos adecuados a los gobiernos locales.
En la comunidad Qiyan, asistentes del gobierno están tratando de ayudar a unas 200 familias a ajustarse a su nuevo modo de vida.
Por ejemplo, les enseñan cómo reciclar la basura, cómo decirles a sus chicos que no puede orinar en público y cómo usar sus jardines para fines decorativos en vez de usarlos como huertos.
Se estima que eventualmente unas 6.000 personas encontrarán alojamiento en la comunidad provenientes de aldeas remotas. Y hasta ahora, las características sociales son semejantes a las de esas aldeas: en su mayoría son ancianos, mujeres y niños. Los hombres jóvenes o adultos están todos trabajando.
El costo de vida es más alto que en las zonas rurales, y eventualmente tendrá que surgir una economía local más sustentable para que la comunidad pueda ser viable a largo plazo.
El terreno montañoso no facilita la industrialización, pero el gobierno local espera que pueda florecer el cultivo de las hojas de té, dijo Huang Feng, director de la comunidad Qiyan. También se debaten otras ideas como la cría de cerdos, el cultivo de nueces, el cultivo de huertos y el turismo, con el atractivo del aire puro y las vistas panorámicas de la montaña.
Cao, la que fue trabajadora migrante, le agrada la nueva cultura de consumo que el gobierno trata de impulsar. Ha decorado su nueva morada con paredes de color dorado, pisos de madera oscura, muebles al estilo nórdico y macetas para flores. De una pared pende un enorme televisor con pantalla plana.
A pocas cuadras de allí, Huang Yingzhi, de 61 años, le da la bienvenida a visitantes en su apartamento vacío y coloca tazas de té en el piso de concreto. Las paredes están pintadas con garabatos que ha dibujado su nieta, de la que cuidan él y su esposa.
“En una época cosechábamos té pero ahora no hay trabajo”, expresó Huang, quien se mudó a Qiyan en su fase inicial, cuando servía de refugio para los damnificados de una tormenta que causó deslizamientos de tierra.
“Lo único que nos salva son nuestros hijos”, expresó Huang, quien pidió prestado 100.000 yuanes (16.425 dólares) para su nuevo hogar.
Sus tres hijos y su hija están lejos, son ahora trabajadores migrantes. Una de las hijas, Huang Haiyan, trabaja en una fábrica en Shanghai, más de 1.125 kilómetros (700 millas) de distancia, pero recientemente viajó a casa apresurada cuando la madre fue atropellada por un camión y tuvo que ser hospitalizada.
“Definitivamente aquí la vida es más fácil, pero no hay suficientes empleos para ganarse la vida”, comentó.
China urbaniza zonas rurales, pero sin empleo
La comunidad de Qiyan comenzó a construirse desde hace dos años para albergar a las personas que vivían en zonas montañosas.