A pesar de que un niño puede tomar con más naturalidad que un adulto la muerte de un ser querido, es importante hablarles con la verdad, explicarles que la muerte es parte de la vida y permitirles que lloren su pérdida.
Joseluis Canales, psicoterapeuta y tanatólogo, explica que los niños manejan el duelo de manera más natural que los adultos porque todavía no están contaminados con los miedos de la sociedad adulta; sin embargo, pueden sentirse culpables por la muerte de su ser querido.
“Lo primero que necesitamos entender es que los niños son egocéntricos, no quiero decir que sean egoístas, me refiero a que los niños creen que todo lo que sucede a su alrededor es su responsabilidad, de manera que pueden pensar que la muerte de alguien es su responsabilidad”, detalla.
Por eso, dice, lo primero que hay que hacer es hablarle al niño con la verdad, decirle lo que realmente ocurrió y explicarle claramente que no es responsable de nada.
“Cuando muere alguien es importante justamente explicarles y hablarles de la palabra muerte, decirles que esa persona murió, que ya no va a estar con nosotros”, apunta.
Explicarlo puede ser un tanto complicado, por lo que el psicólogo recomienda utilizar la analogía de una mariposa que deja el capullo para ir a otro lugar.
“A mí me gusta la analogía del capullo de la mariposa, porque a final de cuentas cuando una persona muere es como cuando una mariposa se libera del capullo. Está el capullo que es el cuerpo y cuando una persona muere se libera la mariposa, que es el alma, y se va”, explica.
Para responder a la pregunta de a dónde va el alma de una persona que muere, el psicoterapeuta recomienda recurrir a las creencias religiosas de cada familia.
“Se vale decirle que se fue al cielo, pero es bien importante explicarles que se queda el cuerpo, que el capullo se queda porque si no el niño se imagina que literalmente le salieron alas y se fue volando.
“Por eso es importante hablarles de que esa persona está en el cielo, pero que el cuerpo se queda aquí porque es simplemente el capullo y lo que estaba adentro que es la mariposa y que representa al alma es lo que se va a un lugar mejor”, señala.
Si la persona falleció de una manera trágica, agrega, no es necesario darle al pequeño más detalles de los que está pidiendo, ya que el niño va a pedir sólo la información que necesita.
“Lo que es súper importante es no mentirle, jamás decirle, por ejemplo, que se quedó dormido, nunca decirle a un niño que la persona que murió se quedó dormida porque entonces ya no va a querer volver a dormirse él y va a manifestar insomnio.
“Tampoco se le puede prometer a un niño que va a volver a ver a la persona que murió porque no es una promesa que esté en nuestras manos cumplir”, dice.
El tanatólgo refiere que hablar de la muerte con los niños aunque no se viva un proceso de duelo es totalmente recomendable porque todos en algún momento enfrentaremos la muerte de un familiar o un amigo.
“Es importante hablarlo cuando el niño lo pida porque si no sólo vamos a generar ansiedad innecesaria. Tarde o temprano en la vida de todos llega la muerte de un ser querido entonces lo que yo siempre sugiero es ir al ritmo del niño y hablar de la muerte cuando pregunte sobre eso”, comenta.
Canales detalla que, si ante un proceso de duelo el niño manifiesta un comportamiento fuera de lo normal, es necesario acudir a la terapia psicológica.
“Cuando el niño empieza a tener conductas regresivas hay que pedir ayuda, también cuando el niño empieza a manifestar insomnio, ansiedad o mucho miedo de irse a dormir, o miedo de salir a la calle”, explica.
Validar la tristeza
José Gerardo Núñez, psicoterapeuta con experiencia en niños, agrega que una de las interrogantes que angustian a los pequeños cuando alguien cercano muere es ¿por qué no se despidió?
“Si no hubo una despedida, el niño tiende a sentirse culpable, entonces es muy importante hacerle entender que en la gran mayoría de los casos nosotros no decidimos cuándo morimos y que esa persona seguramente se hubiera querido despedir de él, pero que le fue imposible”, explica.
Ante la experiencia del duelo, dice, el niño puede preguntar si él mismo va a morir y los padres o familiares deben explicarle que todos vamos a morir porque se trata de un proceso natural en la vida, pero que en su caso falta muchísimo tiempo para eso.
Señala también que es importante validar la tristeza del niño ante la pérdida y permitirle que llore y exprese su duelo.
“Si el niño necesita llorar que lo llore, nunca decirle que no llore; al contrario, decirle que es normal que llore, que es normal que esté triste y que ante lo que está pasando todos tenemos derecho a estar tristes”, señala.
El niño y su concepto de muerte
El concepto que el niño tiene de la muerte cambia a lo largo de su infancia conforme va adquiriendo madurez emocional y conforme va viviendo experiencias que llevan a conocer la muerte.
*2 años: Todavía no tiene conciencia de la muerte y únicamente la relaciona con un abandono temporal de los padres, sobretodo de la madre. Cuando jugando menciona hechos de muerte y percibe que los adultos se tensan se divierte amenazando y jugando con “morirse”, sin embargo, no tiene conciencia de muerte como fin de la vida.
*3-4 años: Toma conciencia de su propio cuerpo y relaciona a la muerte con la mutilación, lo cual le ocasiona gran ansiedad y miedo. La muerte se relaciona con el dolor físico y con el miedo a perder algún miembro, pero todavía no se entiende como el fin de la vida.
*6 años: El concepto de muerte empieza a tener un sentido concreto de término de la vida, sin embargo, en esta edad la muerte se entiende como un hecho: temporal (las personas mueren pero pueden revivir como en las caricaturas); selectivo (no es universal, ya que sólo mueren las personas a las que yo no conozco o las que yo quiero que mueran); voluntario (si no quieres morirte no te mueres); funcional (al morir la persona no mueren todas sus funciones, es decir, muere la mamá pero no muere la persona que lo baña, lo cuida, le da de comer).
*7 años: El niño entiende finalmente la muerte como lo que es, algo irreversible, universal y funcional
Fuente: Joseluis Canales, psicoterapeuta especialista en tanatología