Para hacer una máscara y convertirla en objeto artesanal para el mundo, se necesitan 17 medidas y 17 trabajadores, toda una tradición de origen leonés.
Hace más de 70 años se elaboró la primera máscara de lucha libre y desde el pasado 14 de agosto una réplica de ésta se exhibe en el nuevo módulo de Turismo en Presidencia Municipal.
Víctor Rubén Martínez Avendaño es hijo del creador de máscaras de lucha libre, el leonés Antonio H. Martínez, quien aprendió a trabajar la piel y a hacer zapato de calidad.
“Se va al Distrito Federal buscando fortuna. Mi papá aquí en León era moldeador y pespuntador. Llega al Distrito y se dio cuenta que no era lo que habían dicho todos, lo del zapato le pagaban mucho menos a lo que le pagaban aquí”, contó su hijo, que ahora se hace cargo del negocio familiar Deportes Martínez en la Ciudad de México.
Entonces don Antonio probó suerte en una fábrica de telas, donde a los pocos meses lo ascendieron de puesto por la calidad de su trabajo. Sin embargo, formó parte del sindicato y al defender los derechos de los trabajadores lo despidieron.
Fue en la misma Ciudad de México donde se acercó al deporte de la lucha libre, que en los años 30 ofrecía el espectáculo sólo con estrellas extranjeras, y fue allí donde conoció al “Charro Aguayo”, un luchador que le pidió confeccionar unas botas porque sólo existían de box.
“Conforme le fue diciendo que hiciera la bota de lucha, los otros luchadores vinieron y empezó a hacer botas. Después conoció a otro luchador que se llamaba ‘Clicón Mckey’, que le dijo que quería una capucha, algo para cuidar su identidad”, recordó.
Pero con la confección de esta máscara vino el primer “fracaso” del creador; al sacar las medidas y moldes el cliente no se fue satisfecho con el producto.
“En ese momento no le encontró la cuadratura, entonces el ‘Ciclón’ se enojó mucho, le dijo que era una porquería, y mi papá dijo que ahí acababa el negocio de las máscaras”, narró.
Pero después de un año ‘Ciclón Mckey’ regresó, ofreció disculpas y solicitó más máscaras, pues la que no le había gustado se ajustó a su cabeza. Don Antonio entonces le tomó las 17 medidas que inventó y con las que a la fecha se confeccionan las máscaras.
El número 17 es el secreto del negocio, ya que son 17 medidas y 17 empleados los que laboran en la empresa.
Así comenzó el desfile de famosos luchadores y el negocio creció.
Diversifican empresa
Pero Víctor Rubén Martínez, quien comenzó desde los 14 años a elaborar las máscaras con su papá, contó que no sólo luchadores profesionales usan máscara, también algunos enfermos, médicos y luchadores sociales.
“¿No me quiere hacer la máscara porque mi hijo está enfermo?”, recordó Martínez, cuando llegó una vez al negocio y un doctor quería una para su hijo que sufría una deformación en la quijada.
“Mi papá me regañó, me dijo que no íbamos a hacer máscaras que no fueran de profesionales, pero lo convencí, le hicimos su máscara y el señor regresa como al año y le pide más porque él gastó miles de dólares en doctores para que curaran la deficiencia de su hijo, y como se aferró el niño a la máscara, cuando se la quitaba la quijada comenzó a estar en su lugar”, mencionó el empresario.
Al leonés lo empezaron a buscar luchadores de todos lados, pero jamás pensó que Deportes Martínez cruzaría fronteras. Ahora, además de tener réplicas en otros estados de la República, hacen una pequeña exportación a países como Francia, Italia, Inglatera, Finlandia, entre otros.
La primera máscara de lucha libre está en manos del hijo del creador. Antonio H. murió en los años 90, pero su invento ya es inmortal.
Su hijo Víctor Rubén Martínez Avendaño, quien estuvo presente en la inauguración del módulo turístico en el Palacio Municipal, donde se exhibe esta artesanía, el pasado 14 de agosto, continúa con el negocio sin tener un lucha dor favorito, porque asegura que el único ídolo es su papá, quien le enseñó el trabajo que le apasiona en la vida.