Si no fuera porque Huitzilopochtli se apareció ante los mexicas para decirles que salieran nuevamente a buscar un águila en un islote, posiblemente hoy la capital del país estaría en Nayarit.
Claro que es una especulación muy amplia, pero lo que sí es verdad es que muchos historiadores coinciden que de la isla de Mexcaltitán salió la última migración de los mexicas en busca de Tenochtitlán; se cree que fue la antigua Aztlán. Las tribus chichimecas encontraron una garza en un islote devorando un animal marino y creyeron que era la señal que buscaban, hasta que su máxima deidad les dijo que debían continuar la búsqueda y fundar la gran ciudad en otro lugar.
Hoy en día Mexcaltitán, la primera parada en nuestra ruta nayarita, dista de ser una ciudad imperial. Es un pueblo de pescadores con menos de mil habitantes, donde las novedades son escasas y todas dependen del agua: esperar una buena temporada de camarón y pronosticar cuándo el agua inundará por completo sus calles de tierra.
Los pescadores, luego de establecer palizadas y acomodar redes, nada más tienen que dejar que pase el tiempo para sacar la pesca, ya que las corrientes harán todo el trabajo. Se quedan relajados en el muelle esperando, a la sombra, que avance el día o lleguen visitantes buscando un paseo por el manglar o transporte hacia algún local de comida.
Debido al aislamiento que se vive aquí, la comida tiene un sabor que no cambia por modas o temporadas, sus clásicos platillos como el pescado zarandeado y las especialidades de camarón (tortillas, paté y tamales) se cotizan en todo Nayarit, Sinaloa y Jalisco.
Dejamos los sabores vivos de la isla, pero no la calma de Riviera Nayarit. La segunda parada es San Blas, un puerto colonial, con ruinas como el Fuerte de San Basilio que vigilan desde lo alto, con cañones oxidados, sus múltiples playas de surf, como Matanchén y Las Islitas, y la naturaleza casi selvática del pueblo.
Luego de un paseo en lancha por las aguas dulces de laguna y saladas del estero en la Tovara, donde se avistan cocodrilos, tortugas y aves, saboreamos como aperitivo un pan de plátano del famoso Juan Bananas. La comida en serio aguarda en el restaurante Garza Canela donde la estrella es la tártara de camarón.
Luego nos dirigimos a Jala, famoso por los enormes elotes que producen los suelos volcánicos en esta región.
Una escala en la que los locales hacen énfasis, para probar el chicharrón de pescado, es la laguna de Santa María del Oro, consejo que desde luego no pasamos por alto. Una hamaca invita a la siesta al lado de las aguas índigo, pero será en otra ocasión. Después del crujiente entremés seguimos a Jala, faltan unos 40 kilómetros.
Apenas pasando el arco de bienvenida, la carretera de asfalto se convierte en un camino empedrado que va muy bien con las casonas centenarias. En la mayoría de ellas predomina el blanco contrastado con colores brillantes.
De lo poco que sabíamos de Jala, además de que está en la pugna por convertirse en Pueblo Mágico, es que cada año realiza una feria (dicen que muy animada) para premiar al elote más grande de la región, así que no perdonamos y en el primer puestito probamos las dos variedades, el hervido con mayonesa y el asado con chile molido. Ya entrados en gastos, también nos llevamos pan de elote.
Las mazorcas están llenas de sabor y sobrepasan el tamaño acostumbrado; las premiadas en la última feria llegaron a 50 centímetros. La única forma en que lo explican los pobladores es culpando al Ceboruco, el volcán que varias veces en la historia, la última en 1870, llenara de minerales y piroclastos (grandes piedras) el suelo de la región. La carretera desde Tepic atraviesa un valle repleto de esos piroclastos, muy fotogénico, por cierto.
Como todo el año, el clima es perfecto para caminar por la montaña: soleado, pero sin humedad. El cráter del volcán, situado a 2 mil 280 metros de altura, todavía despide vapores que no incomodan ni tiene olor, y dejan seguir con la caminata e incluso andar en bicicleta.
Más allá de sus casonas, del Ceboruco y la catedral que destaca entre las austeras fachadas de la casas, no queda mucho más que ver por aquí. Conclusión: un pueblito vernáculo mexicano de cielos azules, solitario, con un volcán propio, valles y maizales para pasear. El paraíso de cualquier escritor sin inspiración.
A unos 20 minutos por carretera, hacia el sur, están Los Toriles, la única zona arqueológica prehispánica abierta al público en Nayarit y poseedora de uno de los pocos edificios circulares de Mesoamérica.
Estamos a escasos kilómetros de la frontera con Jalisco, lo más al sur que planeamos llegar. Ahora conducimos en dirección al Pacífico, sin olvidar un helado de garrafa en Ixtlán del Río, un pueblo con forma de pasillo a lo largo de la carretera libre.
Poco menos de dos horas después, el mar se asoma en el horizonte. Pasamos de largo Rincón de Guayabitos, un popular destino de playa, aunque sí paramos en un puesto de fruta a probar la jaka, excéntrica para nosotros, pero un clásico de la zona. El exterior verde y duro no atrae mucho, pero, una vez abierta, cambia el panorama: la textura suave seduce y la dulzura envicia, tanto así que se exportan toneladas a Estados Unidos.
Llegamos a San Pancho (aunque en los mapas y en las leyes diga San Francisco, nadie lo llama así) y aunque la avenida que nos recibe se llama Tercer Mundo no nos desanimamos, ya que aguarda una playa de surf con hoteles boutique, un club de golf, otro de polo, y buena oferta de comida nacional e internacional.
La playa se siente rústica, con ramas y naturaleza que la hacen ver despeinada y natural, detalle que los surfistas parecen ignorar pues no salen ni un minuto del agua. Las olas permiten buenas suertes y saltos, pero quien quiera nadar tranquilamente tendrá que esperar un rato a que se calmen.
Sayulita es la prima popular y sofisticada de San Pancho. En distancia no las separan ni 10 kilómetros, pero en look y atractivos parecen países distintos, hasta en el idioma. En Sayulita los negocios se anuncian en inglés así sean de tacos de pescado, ni hablar de las galerías de arte, tiendas de artesanía y de las inmobiliarias.
Güeros y güeras envueltos completos en su traje de surfista, muchos provinientes de Colorado (hay un vuelo directo Denver- Puerto Vallarta), prefieren esta opción, donde se sienten como en casa. Las escuelas de surf ofrecen maestros bilingües; las casas y hoteles, de construcciones que recuerdan a la idea hollywoodense de México, se rentan por meses, una gran propuesta para escapar del frío invernal.
La misión se cumplió y no nos decepcionó: ofrecemos una probada para cada gusto en la Riviera Nayarit, cada una de ellas especialmente deliciosa.
En ruta nayarita
En este paseo por playas, pueblos y montañas se descubren claves de la historia.