Lo han definido como el libro que revivió el debate sobre la desigualdad a nivel mundial. El capital en el siglo XXI, de Thomas Piketty (Francia, 1971), es ya una obra de referencia no sólo para economistas, sino para observadores de la realidad desde las más diversas disciplinas.
Editado en 2013 en Francia, el libro llega al mercado hispano gracias a la traducción del Fondo de Cultura Económica, con un lanzamiento mundial de casi 40 mil ejemplares en una primera edición.
Thomas Piketty, quien presentará su obra en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara el próximo jueves, respondió a cinco preguntas formuladas por el politólogo Luis Rubio, editorialista de Reforma, presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo AC (CIDAC) y uno de los primeros analistas en traer a México el debate en torno a El capital en el siglo XXI.
Rubio ha definido así esta obra de impacto global: “el libro de Thomas Piketty ha causado sensación por la simple razón de que toca un tema preocupante: la desigualdad. Su argumento central es que el capital crece mucho más rápido que el producto del trabajo, es decir: el dinero se reproduce con celeridad y quienes lo tienen lo multiplican sin cesar. Lo que Piketty no distingue es la creación del capital de la acumulación del mismo. Ahí yace una lección clave para nosotros”.

1Los que cosechan los beneficios de la acumulación de capital son los mismísimos individuos a quienes se requeriría que apoyaran este sistema del impuesto progresivo a la riqueza. ¿Por qué estarían motivados a hacerlo? ¿No les parecería más fácil (y más eficiente en costos) establecer transferencias monetarias condicionadas a las porciones más vulnerables de la sociedad con el fin de calmar la inestabilidad social y económica? En otras palabras, ¿qué incentivo hay para que los poderosos se graven a sí mismos?

En mi libro analizo la historia de la distribución del ingreso y de la riqueza durante tres siglos y en más de 20 países. Demuestro que esta historia involucra un gran complejo de números y procesos económicos, sociales y políticos contradictorios. En particular, la reducción de la desigualdad que tuvo lugar en los países desarrollados durante la primera mitad del siglo XX se debió en gran parte a violentos choques políticos (guerras, revoluciones, depresión, inflación, etcétera), y al surgimiento de instituciones sociales y fiscales que la élite rechazó antes de estos choques. El conflicto político desempeñó un papel grande en el azar institucional y fiscal en el pasado, y probablemente pasará lo mismo en el futuro.

2Su punto principal es que, siempre y cuando r > g (la tasa de rendimiento del capital es mayor que la tasa de crecimiento económico), la desigualdad se incrementará. Ese punto es válido. Sin embargo, desde la perspectiva de los países menos desarrollados, la desigualdad del consumo es mucho menos que la de la riqueza. ¿No sería mejor que estos países se enfocaran en la desigualdad del ingreso y el consumo como la fundación de las políticas?

En los países en vías de desarrollo, como en los países desarrollados, necesitamos encontrar un equilibrio entre gravar la riqueza y gravar el ingreso y el consumo. Un problema con un sistema fiscal que dependiera completamente del gravamen al consumo es que la idea misma del consumo no está tan bien definida para los muy ricos, que consumen el poder y la influencia más que los bienes y servicios materiales. Es por eso que un impuesto a la riqueza es la mejor manera de lograr que los muy ricos contribuyan al bien común en una manera apropiada.

3En los países en vías de desarrollo la problemática de la pobreza es primordial. ¿Hasta qué grado diría que su fórmula (r > g) puede explicar la desigualdad? ¿No sería cierto que las políticas públicas en este tema son al menos igual de importantes? Los programas diseñados para atacar la pobreza como Oportunidades en México y Bolsa Familia en Brasil han hecho una diferencia en este asunto. ¿Qué dice acerca de esto?

Generalmente hablando, la mejor manera de reducir la desigualdad -tanto en los países ricos como en los emergentes- es la difusión de habilidades, educación y servicios sociales. Esto requiere instituciones educativas y sociales muy inclusivas. Sin embargo, para financiar dichas políticas correctamente, se necesitan ingresos fiscales adecuados. Y si los pobres y la clase media sienten que los ricos pagan menos que ellos, no aceptarán financiar semejante Estado social. Así que el desarrollo de gastos públicos inclusivos por un lado, y la justicia tributaria y la progresividad fiscal por otro, tienen que combinarse.

4Algunas sociedades son relativamente igualitarias (Japón) mientras que otras son más desiguales, pero usan los impuestos para compensar esto (Suecia). México demuestra una alta desigualdad tanto antes como después de impuestos. Éste es un problema institucional. Pensando en México, en el contexto de la gobernanza inefectiva, ¿diría que los impuestos del tipo que recomienda pueden propiciar más igualdad?

México, como otros países en Latinoamérica, y también en el mundo entero, necesita más transparencia financiera, y más transparencia respecto a los diferentes grupos de ingreso y riqueza que se benefician de más crecimiento. La razón por la que México no pudo ser incluido hasta ahora en la World Top Incomes Database (Base de Datos de los Mejores Ingresos Mundiales) es porque no pudimos acceder a las estadísticas sobre el Impuesto Sobre la Renta. Es muy difícil tener un debate democrático sobre la desigualdad y los impuestos sin información adecuada. Publicar tablas detalladas acerca del Impuesto Sobre la Renta con un desglose completo de los niveles de ingresos más altos a nivel local también sería una manera de mejorar la gobernanza y combatir la corrupción. Idealmente se debería hacer lo mismo para la riqueza, que requeriría un sistema tributario efectivo para el impuesto a la propiedad y a la herencia. Note también que las sociedades con impuestos más altos y gastos sociales más inclusivos como Suecia también tienden a tener menos desigualdad ex ante (antes de dichos impuestos y gastos).
5Volviendo a su punto más amplio, presenta un argumento que es parte Marx y parte Ricardo. Resultó que ninguno de los dos tenía razón a largo plazo. ¿Por qué pensaría que combinar los dos sería mejor?

Mi conclusión general es que no creo en las leyes económicas deterministas. En cierto sentido, tanto Marx (quien previó en los 1860 un ascenso inexorable de la desigualdad bajo el capitalismo) como Kuznets (que concluyó en los años 50 que había una tendencia natural hacia cada vez menos desigualdad) estaban equivocados. Hay fuerzas que van en todas las direcciones. Cuál prevalecerá dependerá de las instituciones y las políticas públicas que escojamos colectivamente. Es por esto que las representaciones colectivas y sociales de la economía, en los debates políticos así como en la literatura, son tan importantes. Los asuntos económicos son demasiado importantes para dejarlos a los economistas.

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