La palabra que empieza con D está acorralando al Banco Central Europeo.
Pero no es la deuda -el principal problema económico de Europa en los últimos años- lo que está impulsando los rumores de que el BCE está poniendo en marcha la impresora de billetes para ayudar a la economía.
Es la deflación.
A primera vista, una caída sostenida de los precios parece algo bueno: obtener mercancía a menor precio alegra el corazón de cualquier consumidor.
El problema es cuando los precios caen constantemente durante un período prolongado, en oposición a una caída temporaria, que puede impulsar la actividad económica. Por ejemplo, la brusca caída de los precios del petróleo podría impulsar el crecimiento.
La deflación a largo plazo desalienta el gasto y es difícil de revertir porque requiere modificar las expectativas de la gente. Puede conducir a años de estancamiento económico algo más pernicioso aun como la Gran Depresión de los años 30.
Fue para evitar una nueva gran depresión que la Reserva Federal estadounidense respondió de manera agresiva a la crisis financiera de 2008 y la consiguiente recesión.
El ex presidente de la Fed, Ben Bernanke, dedicó buena parte de su carrera académica a estudiar la deflación, y en un importante discurso en 2002, antes de tomar el timón, presentó una estrategia para enfrentar ese peligro si volvía a presentarse. Muchas de sus recetas fueron aplicadas durante la crisis financiera: la reducción de las tasas de interés casi a cero y la inyección de dinero en la economía mediante la compra sistemática de bonos por el gobierno.
El BCE se ha negado a esto último -la compra de bonos en gran escala-, pero a medida que crece el riesgo de la deflación en los 18 países de la eurozona, empieza a estudiar esa posibilidad.
“La deflación sostenida puede ser altamente destructiva en una economía moderna y hay que resistirla con energía”, dijo Bernanke en su discurso.
“En materia de deflación, más vale prevenir que curar”.

Camina Rusia a la recesión

Tras años de crecimiento, Rusia se encamina a una recesión.
Así lo reconoció ayer el Ministerio de Desarrollo Económico, al admitir que las sanciones impuestas a Moscú por Occidente por la presunta participación del Kremlin en el conflicto separatista ucraniano, el desplome del rublo y la caída del precio del petróleo, han golpeado el crecimiento ruso.
En las previsiones anteriores, el Ministerio había dicho que el PIB crecería 1.2% e insistía que las sanciones y los precios del crudo no afectarían a su economía.
Pero ayer anunció que el PIB más bien caerá 0.8% durante 2015. Esta sería la primera recesión en Rusia desde 2009, tras la crisis global del año anterior.

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