Ante curiosas miradas infantiles, durante la tarde de ayer se despidió al menor Heriberto. Entre lágrimas, sollozos y constantes preguntas por parte de los pequeños se le dio el último adiós.
Pasaban las 3 de la tarde cuando cohetes avisaban que un pequeño angelito, depositado en un ataúd blanco, llegaba al que sería su última morada. Llegaba al panteón Moya, a su último hogar.
Antes de esto el padre había bendecido, en la casa de sus abuelos, a quien días atrás respondía cuando lo llamaban a comer, a quien respondía al nombre de Heriberto.
Juguetón y alegre es la descripción que maestras del jardín de niños ‘María Montessori’ dieron sobre el pequeño originario de la colonia Vista Hermosa, quien perdiera la vida el pasado domingo al caerle un colado en la cabeza que le causó una explosión cerebral.
“¿Dónde lo meten, mamá?”, “¿ya no lo voy a ver?”, “¿ por qué lo meten ahí?”, fueron algunas de las preguntas que compañeros del preescolar al que asistió Heriberto formularon durante la sepultura de este.
Pese al dolor que un padre puede sentir por la pérdida de un hijo, éstos se encontraban un tanto tranquilos mientras recibían las condolencias de familiares, amigos y conocidos que alguna vez tuvieron contacto con el menor.
Más de media hora el cuerpo permaneció en el descanso del panteón, permitiendo que la gente ahí reunida se despidiera de Heriberto; pequeñitos que eran cargados en brazos de sus padres veían a su amiguito en ese pequeño espacio blanco. Salían con la idea de que estaba dormido y se confundían al ver a los adultos llorar.
Momentáneamente se pudo escuchar voces cantando la canción del adiós para Heriberto:
“Se ha llegado la hora de ponerme en el camino, a recibir la corona que me dieron mis padrinos…”.
Nuevamente varios hombres cargarían el féretro del infante para llevarlo a su última morada, para depositarlo en el lugar que le permitiría un descanso eterno.
Una voz rezaba y los ahí presentes continuaban con el rezo, la abuela del pequeño lloraba en los brazos de quien fuera su madre, la señora Lourdes, mientras que Rafael, su padre, cargaba a uno de sus hermanos, quien emitía constantes sollozos y llanto ahogado. Se encontraba afectado, en brazos de su padre, despidiendo al niño con quien había compartido risas y juegos.
Tías de Heriberto lloraban inconsolablemente en un rincón del panteón, se abrazaban para volver a llorar aún más fuerte. Su madre solo negaba con la cabeza la muerte del menor de sus hijos, el momento había llegado, no quedaba más, sólo poner las flores que lo acompañarían.
Los globos blancos que los pequeños llevaban se aferraban a las diminutas manos y las preguntas de los preescolares volvían a emanar.
“Mamá, le tengo que decir adiós, ¿por qué?, yo no quiero”, esa fue la inocente respuesta que probablemente muchos tenían el deseos de decir, esa que tal vez los padres de Heriberto quisieron haber dicho en lugar de despedirse de su hijo.
Dan el último adiós al pequeño Heriberto
Asisten al sepelio en el panteón Moya familiares, conocidos y compañeritos del preescolar para despedir al menor, quien sufrió un accidente en Vista H