La turbulencia ocasionada por el empedrado de la calle Paseo de la Ribera, hacía que la solicitud de agua de la pequeña María, de dos años de edad, se escuchara temblorosa.
La carriola, llena de suéteres y cobijas, en la que iba sentada, era empujada por su padre, quien asoleado y sudando no permitía que su esposa se apartará de él.
Esa tarde Lagos de Moreno fue testigo de la fe de estos padres que cumplían una manda a la Virgen por haberle dado salud a la menor de sus hijos.
“Es el primer año que vengo a San Juan y pues hago una manda para mi hija, que esté bien, para pedirle salud y que nunca se me enferme. No la quiero ver sufrir nunca”, dijo el agitado hombre de 34 años, Francisco Javier Robledo.
Originarios de Ocampo, Guanajuato, esta familia caminó apresuradamente por las calles del Municipio sin probar bocado en todo el día y una sed constante que les obligaba a hablar poco para que no se les secará la boca.
La madre, Rosa Quiroz, caminaba siempre a lado de su esposo y de su hija, tratando de no quedarse atrás y atender a las peticiones de la pequeña luz de sus ojos y pese al dolor que sentía en su espalda porque desde hace dos días cargaba la mochila en donde transportaban ropa, agua, un poco de comida y cobijas.
“Estoy bastante cansada pero mi hija lo vale mucho. Las madrugadas ha sido lo más difícil, amanece fresco. No hemos comido porque queremos llegar, nada más le doy naranja a la niña y agua porque me pide y no quiero que se malpase o se me enferme”, comentó mientra le sonreía a su hija.
María sólo volteaba y sonreía cada vez que sus padres le hablaban, se ponía alerta cuando escuchaba los ladridos de los perros e intentaba pararse en la carreola cuando veía pasar los autos. En cambio cuando permanecía sentada sus pequeñas manos se aferraban a la barra de plástico que estaba frente a ella.
Francisco Javier Robledo contó que su sentir era grande porque él estaba pidiendo por su más grande amor que todo lo merece, que a pesar de ser manda no lo molestaba ir cansado y con las piernas y pies adoloridos.
“Se cansa un ratito pero es el sacrificio, cómo es manda no es tan cansado, pero a ver qué sacrificio no cansa. Se siente bonito, pesado pero bonito. Todo sea por ellas”.
Francisco y Rosa tiene dos hijos más que se quedaron en Ocampo porque van a la escuela y no querían que perdieran clases, aunque confesaron que el próximo años si los van a traer.
Un grito se escuchó, era la coordinadora que les pedía acelerar el paso porque ya debían estar en el albergue…
Una pequeña mano diciendo adiós y una pareja caminando rumbo a la esperanza de tener siempre a su lado y sanos a sus tres hijos, con la esperanza de que María jamás deje de sonreírles y con la fe puesta en la Virgen de San Juan de los Lagos.
Caminan desde Ocampo
Alrededor de 200 peregrinos cruzaron el puente ubicado en la calle Paseo de la Ribera, cerca de las 4 de la tarde caminaban a paso acelerado con la boca seca, deseosa de agua, y con la intención de llegar al albergue instalado en la Feria de Lagos de Moreno al descanso prometido por sus coordinadores.
Niños, adolescentes, padres de familia, parejas y ancianos, que asoleados cargaban a la virgen de San Juan en cada una de sus espaldas, caminaran sin queja y en orden por una de las laterales de la ciudad para hacer una de sus últimas paradas antes de llegar a ver a la dueña de sus promesas y peticiones.
La vestimenta era simple pero no por eso pesada para los cuerpos cansados de los sanjuaneros, bastaba voltear a verlos para saber que portaban un pantalón deportivo o de mezclilla, una playera de manga larga debajo de otra de manga corta, algunos llevaban aún puestos los suéteres, chamarras y sudaderas, mientras que los tenis se podían ver pisar el empedrado de la calle.
Y lo que no podía pasar por desapercibido era el sudor correr por sus caras, el sudor que manchaba su ropa y los cientos de sombreros y gorras que les protegían la cabeza del caliente sol.
Desde el sábado habían recorrido más de 115 kilómetros pasando frío, calor y sueño pero con el mismo objetivo.
Rubén Sánchez, uno de los coordinadores encargados de abrir paso entre los automovilistas y de auxiliar a quien lo requiriera comentó que:
“La parte difícil no es la carretera, lo difícil es entrar a la ciudades donde hay carros. Ahorita vamos bien, no ha habido problemas con nadie, sólo que sí le voy a decir que no hemos probado bocado el día de hoy porque pensamos hacerlo hasta llegar al albergue que nos dicen que está en la feria”.
Mientras que los ancianos casi caminaban al frente, los niños y jóvenes eran los últimos, y aunque iban a paso más lento, un poco cansados y con sed, no dejaban de bromear y reír. Trataban de no centrar su atención en el cansancio y ampollas de sus pies.
Este grupo planeó su llegada a cuatro días de la gran fiesta, pues explicaron que es más difícil entrar cuando llega la peregrinación de México.