El olor a pan recién horneado inunda la pequeña casa blanca con número 937 en la calle Nicolás Bravo. El dueño de esa casa, José Lucio Esquivel Salazar, de 78 años de edad, crea ese olor desde hace más de 50 años. Él es un panadero que desde el horno de su casa ofrece a Lagos de Moreno la tradición de un pan artesanal.
Actualmente Don Lucio empieza a la 1 y termina entre las 3 ó 4 de la tarde, y utiliza una pequeña inversión de un costal de harina por semana, y hasta 3 kilos de azúcar a la semana esperando que eso valga para que los laguenses lo recuerden como el panadero alegre y servicial que es.
Historia con olor a pan
Desde 1951 Don Lucio trabajó en panaderías y con tan sólo 15 años, y ganando tan sólo 20 centavos, aprendió el oficio obligado por la necesidad, pues su padre los abandonó de pequeños.
“Mi papá nos dejó solos a cuatro hermanos y yo, el más grande, tuve que hacer la lucha porque yo vi que mi mama batalló mucho. Trabajé con un señor desde las 3 de la tarde y salíamos a las 7 de la mañana. El señor me enseñó a hacer el pan”, platicó José Lucio.
De esa manera estuvo trabajando hasta 1970, cuando inició con su propio negocio en una casa que rentaba en la calle Hidalgo. Él culpa a una señora que un buen día le reclamó que siendo panadero no hacía pan para los vecino. Desde ese día el olor se le impregnó en la piel y el corazón.
“En mi casa empecé en el 71. Una señora empezó ‘y si usted es panadero por qué no nos hace pan’. Empecé haciendo una hoja de polvorones en la estufa y así me fui. La suerte me estaba protegiendo, hacía 3 ó 4 hojas, también empecé haciendo conchas. Fue mi mejor tiempo”, comentó.
Pero como no todo es vida y dulzura como sus panes, al cambiarse de casa en el 76 la temporada baja y la negativa de los vecinos de la Nicolás Bravo hicieron que su trabajo bajara y se las viera totalmente negras. La vida lo puso a prueba.
“Cuando caí aquí tuve problemas con los vecinos porque estaba haciendo pan y según ellos les estorbaba. Me enviaron a Salubridad y me preguntó por mi bodega, y le enseñé una bolsa de azúcar de 2 kilos porque le dijeron que yo tenÍa bodega, y buscó adentro pero no halló nada y me dejó en paz”, explicó.
Don Lucio asegura que las ganas de salir adelante y el gusto por hacer pan lo ayudaron a llegar en donde está y que a pesar de que realiza alrededor de 90 panes al día y que las ventas han disminuido, él no pierde la esperanza de que se conservará su tradición.
Ver al frágil panadero es apreciar en él la fortaleza de un hombre que luchó por sacar adelante a sus 11 hijos y en el amasar de harina se aprecia el gusto por hacer pan para las personas que reconocen su trabajo. Y aunque se encuentra enfermo seguirá haciendo conchas, limas, aforraos, nubes, mosaicos, chorreadas, elotes y chamucos.
Asevera que él hará pan hasta que Dios se lo permita y hasta que las manos dejen de amasar y sentir la suavidad de la harina.
“Yo voy adelante, siempre he ido desde que estaba pequeño y lo haré hasta que dé el ultimo paso. Si el último paso lo doy en esa mese me doy por bien servido. Haré el pan hasta que Dios quiera”, agregó.