“No eres el hombre que conocí hace diez años”, le espeta la bella Marion a Indiana Jones en un momento de la película En Busca del Arca Perdida.
“No son los años, cariño. Es el kilometraje”, responde, rápido de reflejos pero lento de movimientos tras su enésimo rifirrafe con los malos, el magullado Indy.
La réplica del célebre aventurero cinematográfico bien podría adoptarla el astro del Real Madrid, Cristiano Ronaldo, para rebatir a escépticos como el ex ídolo del Barcelona Hristo Stoichkov quien, a pocos días del clásico de la liga española entre blancos y azulgranas del domingo, consideró que el internacional portugués “no puede compararse con un mito como Lionel Messi, ya que está al final de su carrera”.
Diga lo que diga el siempre polémico Stoichkov, no existen dudas sobre el poder intimidatorio que en el firmamento futbolístico sigue imponiendo la figura de Cristiano. Pero también resulta evidente que, recién cumplida la treintena y con más de 600 partidos disputados solo a nivel de club en su carrera profesional, el temible delantero atraviesa una preocupante crisis deportiva y, según algunos sectores, personal, que tiene en vilo al madridismo en el tramo decisivo de la temporada.
Relegado a la condición de escolta del Barsa con un punto de desventaja cuando restan 11 fechas para la conclusión del campeonato, el Madrid echa la mirada sobre su astro en busca de la reactivación del equipo, que cerró brillantemente el 2014 con 22 triunfos consecutivos en todas las competiciones y la conquista del Mundial de Clubes.
Eran tiempos no tan lejanos de abundancia para Cristiano, declarado el mejor jugador del mundo por la FIFA y destacado máximo cañonero de la liga con 25 tantos por los 13 que contaba entonces Messi por la 15ta fecha. El astro argentino, obligado reflejo del madridista en su carrera por la inmortalidad futbolística, ha reaccionado desde entonces con la friolera de 19 dianas en 12 jornadas ligueras, mientras que CR7 ha sufrido un notable bajón: solo cinco tantos y seis fechas en blanco.
Sus reducidas prestaciones, ligadas también al decaimiento colectivo del equipo y en concreto su acompañante ofensivo Gareth Bale (quien lejos de aligerar sus responsabilidades goleadoras llegó a hilvanar nueve cotejos seguidos sin marcar), han supuesto que Messi le rebasara en la tabla con 32 redes por sus 30. El mal momento ha coincidido también con las lesiones de facilitadores como Luka Modric y el colombiano James Rodríguez, limitando sus arribos limpios al área rival, y finalmente desencadenando un perturbador desencuentro con la hinchada merengue.
Los primeros síntomas de tensión aparecieron tras perder 4-3 de local en la vuelta de los octavos de la Champions contra el Schalke hace diez días. Pese a marcar dos goles claves en el partido y tres en la eliminatoria, Cristiano acabó desquiciado por las protestas del público, y solo la intervención del capitán Iker Casillas consiguió que se despidiera desde el centro del campo junto con sus compañeros.
El siguiente incidente ocurrió el pasado domingo tras vencer 2-0 al Levante con dos goles de Bale que apenas celebró, visiblemente irritado por el ligero toque que el galés aplicó a su zapatazo, negándole la autoría del segundo tanto.
Su pésimo lenguaje corporal acabó contagiando a sus compañeros e incluso la grada, reincidente en los abucheos que indujeron al murmullo soez del futbolista, captado por las cámaras de televisión.
“Es ambicioso y estaba enfadado consigo mismo. Ya le conocemos: cuando marca 40 goles quiere 60. No hay que tener en cuenta los gestos, sino lo que aporta al equipo”, le disculpó el central Sergio Ramos, una vez el atacante transmitió su voluntad de guardar silencio informativo hasta final de temporada.
Ocurre que, en su afán por competir con Messi, a Cristiano se le llevan por delante más demonios de los que persiguen a Indiana Jones en sus correrías. Es admirable su constante capacidad de aceptar el reto, aunque en ocasiones le puede la ansiedad y añade entonces un inoportuno foco de tensión al equipo de cara a retos venideros.
El nativo de Madeira ya se proclamó “triste” hace dos temporadas y media, y su entorno ha insinuado que podría decantarse por un cambio aires en caso de no sentirse suficientemente apreciado. Bajo ese prisma y aunque su contrato con la entidad blanca no vence hasta 2018, inquietó su reciente encuentro en Madrid con Alex Ferguson, ex entrenador suyo en el Manchester United.
Pese a la reciente defensa que de él hizo el presidente Florentino Pérez, resulta sorprendente que algunos directivos se planteen su venta próxima, una vez consideran suficientemente amortizado su fichaje tras seis años de estelar servicio.
Las últimas estadísticas publicadas por el diario El País pueden ser interpretadas de varias maneras, pero parecen abonar la tesis del declive, pues destacan que, al contrario que en las cinco temporadas anteriores, cuando contabilizó 42 goles desde fuera del área, en esta apenas acumula dos tantos de larga distancia, ambos fechados antes de octubre. Su paso adelante en la cancha, recurso habitual de delantero físicamente condicionado, también queda reflejado en el hecho de que sus últimas 18 dianas hayan sido a un solo toque (cinco de penal y siete de cabeza), y solo seis de los 41 tantos anotados en el presente curso hayan requerido de más de un golpeo. Tampoco regatea tres veces por encuentro como en su primera campaña de blanco, sino la mitad.
Puede que se trate solo de un problema de puntería, como sugeriría su falta de acierto en el medio centenar de tiros libres directos ejecutados a lo largo del curso, persistan más de lo que deja entrever sus molestias en el tendón rotuliano de la rodilla izquierda, o sencillamente acuse el kilometraje tras arrancar como un tiro la campaña, acarreando el desgaste del Mundial.
Pero no es menos cierto que Cristiano destiló también síntomas de cierta inestabilidad emocional al agredir sin motivo aparente a un rival por la 20ma fecha (lo que le costó dos partidos de sanción) y abandonar la cancha en actitud chulesca, cepillándose el escudo de campeón del mundo al más puro estilo Indy con su célebre sombrero.
Como el protagonista al inicio del film, cuando agarra sonriente el ídolo dorado en un remoto templo de la jungla peruana, Cristiano seguramente sintiera la plenitud del objetivo conseguido en la Gala del Balón de Oro celebrada hace dos meses, en la que no pudo reprimir un selvático grito al despedirse con su tercer galardón bajo el brazo. La reacción gutural del astro madridista equivaldría en términos cinematográficos a la confiada mueca del carismático arqueólogo al tomar su botín, previo desmoronamiento de todo cuanto le rodea, forzando al héroe a una precipitada retirada en la que salva su pellejo por los pelos.
A Cristiano se le suponen desde hace tiempo similares aptitudes escapistas a la hora de solventar situaciones comprometidas. La cuestión, más allá de su innegable capacidad resolutiva, reside en torno a si el espectador asiste al nudo o inesperado desenlace de la película, con próxima escena de aventuras en el majestuoso Camp Nou.
Cristiano en busca de los goles perdidos
El delantero del Real Madrid atraviesa una sequía goleadora luego de su apabullante arranque de temporada, cuando marcó 25 goles en 15 fechas.