La recámara de Nidaa Badwan mide menos de 10 metros cuadrados, la iluminan una sola ventana y una bombilla desnuda. Saturó una pared de pintura aguamarina y cubrió otra con un mosaico de cartones de huevo de colores.
Hay un espejo, una máquina de coser antigua y utensilios, dos caballetes, una enorme escalera de mano color amarillo y un bote de gas con hornilla donde hierve agua para preparar una bebida dulce, tipo capuchino, de paquete.
Distanciada por la religiosidad restrictiva en Gaza y sus constantes conflictos con Israel, Badwan, de 27 años, apenas si ha salido de su recámara en más de un año. Dentro de las paredes, ha creado su propio mundo y una asombrosa serie de autorretratos que son clásicos y vanguardistas a la vez.
“Espero la luz”, dijo Badwan, a quien, a veces, le lleva una semana o hasta un mes construir fotografías que parecen pinturas. “Todo es hermoso, pero sólo en mi habitación, no en Gaza. Estoy preparada para morir en este cuarto, a menos que encuentre un lugar mejor.
“Puedes decir ahora que hay otra vida para mí”, agregó. “Siento que no estoy viviendo aquí. El proyecto me abrió nuevas ventanas”.
El proyecto se llama “100 días de soledad”, en homenaje a la emblemática novela de Gabriel García Márquez, aunque el aislamiento de Badwan ha sido más prolongado. Sus 14 autorretratos, todos de 100 por 50 centímetros, están en exhibición en una galería de arte en el este de Jerusalén, cuyo directora, Alía Rayan, dijo que evocan a los maestros holandeses de los siglos XVI y XVII con toques modernos, que se hacen más significativos contra el telón de fondo invisible del caos afuera.
Eso puede ser una exageración, pero las imágenes son innegablemente cautivadoras. Aquí está Badwan recostaba sobre la barriga con overoles de mezclilla y un gorro de lana, tobillos desnudos y cruzados, mirando fijamente hacia una computadora portátil. Allí está sentada en un columpio hecho con un neumático colgado de esa escalera amarilla, abotonando una camisa de hombre, con mirada de orgullo desafiante. Enjugándose las lágrimas que le salen al pelar una cebolla. Ensartando una aguja para coser una colcha. Bebiendo de una taza de hojalata. Mecanografiando en una máquina de escribir antigua, meditando, pintándose los labios.
“Es muy desalentador y al mismo tiempo es muy hermoso”, dijo Anthony Bruno, el director del Instituto Francés en Gaza, el que gastó unos 8 mil dólares para montar la exposición. “Por lo general, la mayor parte del trabajo de los artistas gazatíes está influenciado por el conflicto, por la ocupación, por el sitio, por la guerra y, a veces, se manifiesta en una forma no tan sutil. Aquí, si le rascas a más profundidad al significado de las obras de ella, definitivamente, está allí, pero trata de trascenderlo”.
Nacida en los Emiratos Árabes Unidos de padres palestinos, Badwan empezó a pintar a la edad de 6 años y se mudó a esta ciudad en el centro de la Franja de Gaza cuando cursaba el sexto grado. Estudió Diseño de Interiores en la Universidad al Aqsa en la Ciudad de Gaza y pasó un año en Amán, Jordania, trabajando en cine y video.
Después de la guerra de tres semanas de Israel con Hamas, la facción islamista que domina en Gaza, en el 2008 y el 2009, Badwan colgó un conjunto de pinturas abstractas en rojo y azul en una pared quemada del Centro Cultural Creciente Rojo, el cual fue bombardeado.
En el 2012, estuvo entre 40 artistas en la exposición “Esto también es Gaza”, con fotografías de mujeres que tenían cubierta la cabeza con bolsas negras de plástico que Samia Halaby, una historiadora del arte, dijo que “expresan la angustia de la vida en Gaza”.
El 18 de noviembre del 2013, contó Badwan, funcionarios de Hamas la acosaron cuando ayudaba en un programa de artes para jóvenes. La cuestionaron porque estaba parada con hombres. La reprendieron por usar esos overoles de mezclilla y la hicieron firmar un papel en el que prometía no salir sin el tradicional atuendo islámico holgado.
“Les dije que soy una artista; ellos dijeron: ‘¿Qué significa esto?’”, recordó. “Yo les dije: ‘Yo hago películas y videos’. Ellos dijeron: ‘No sabemos de qué estás hablando, ¿y qué te pones? ¿Por qué te ves tan diferente?’. Me golpearon”.
Al día siguiente, Badwan se retiró a su recámara.
Los primeros dos meses, contempló el suicidio, batallaba para tragar la sopa que le llevaba su hermana, tomaba pastillas para la ansiedad, dormía en el piso y lloraba. Al final, tomó su cámara, una Canon EOS 600D y empezó a seguir la luz.
“Lentamente, lentamente, comencé a amar el aislamiento”, explicó. “No es una enfermedad. Me curó”.
Después de subir una fotografía al sitio web 500px.com, a Badwan la animaron las respuestas de Japón, París y Nueva York. Como parte de su aislamiento, eliminó a todos menos unos cuantos gazatíes de su cuenta en Facebook. Sola, en su recámara, pero conectada a internet, podía olvidarse de dónde está.
“Solía tocar muchas puertas en Gaza para entrar en el mundo en el que yo quería vivir, pero no hay esa puerta”, explicó. “Me encanta el cine; no hay cines en Gaza. Yo pinto; no hay galerías que exhiban lo que yo pinto. Una mujer y artista al mismo tiempo; es una catástrofe”.
Badwan habla en poesía y movimiento, con calcetas con franjas como arcoíris, como una bailarina. Cuando afuera pasó un camión del que se oían estruendosos lemas de Hamas, hizo un gesto avinagrado y cerró la ventana de un tirón.
La habitación es sencilla -dos sillas de mimbre y una mesa desgastada que sirve de trípode, ropa enrollada en una vieja maleta-, pero vibrante. Hay un tapete colorido, cortinas y colcha; una pared con 40 retratos a lápiz que hizo su hermano autista; barro y herramientas para tallar; un cráneo de un caballo que encontró en el mar y al que pintó.
“Todo lo que no es arte, trato de transformarlo en arte”, dijo. Durante la batalla de 50 días en el Verano pasado, entre Hamas e Israel, Badwan se quedó en su casa cuando sus padres y vecinos huyeron del bombardeo, se refugió en el cubo de la escalera. Dijo que hizo sólo una obra de arte: una fotografía de sí misma en manga corta, colocada contra la pared aguamarina, mirando sensualmente hacia un lado mientras derrama sobre su cabeza lo que parece sangre, como parte de una frase que se repite en solidaridad con los palestinos en el “desafío de la cubeta de hielo”.
Hoy día, Badwan se sienta, a veces, con su padre en la sala y come con la familia, en lugar de aislada. Sin embargo, contó que sólo ha salido dos veces de la casa en 15 meses: el 22 de enero pasado para ver la inauguración de su exposición por Skype en un hotel de la Ciudad de Gaza y dos días después para ver a un médico.
“Pedí un taxi y el coche era negro, las ventanas estaban cerradas, nadie me podía ver”, dijo. “Cerré los ojos. Me puse unos audífonos -‘What a Wonderful World’-. Había agachado la cabeza. No quería romper mi aislamiento. No quería ver Gaza”.
La exposición, que estuvo en la Galería al Hoash en Jerusalén hasta el 5 de marzo, será presentada en las ciudades de Nablus, Ramala, Hebrón y Belén en Cisjordania, con la esperanza de llevarla a París y Berlín. “La gran interrogante es: ¿la vamos a presentar en Gaza?”, dijo Bruno, del Instituto Francés.
Rayan, la directora de al Hoash, dijo que Gaza puede ser invisible en la obra de Badwan, pero sigue estando presente.
“Ella habla de su propia creación del espacio, de hecho, un sueño, cómo podría ser la vida allá, pero ello sólo funciona en combinación con lo que sucede afuera”, notó Rayan. “Es este diálogo, la contradicción entre su imagen y la imagen que tenemos de Gaza en nuestra cabeza, lo que hace que sea muy interesante”.

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