“’Ángel González González es declarado inocente de los cargos de secuestro y violación’ me dijeron y yo no supe que hacer, o que decir, no tuve expresión en la cara, ni sentimiento que pudiera explicar, porque habían terminado 20 años de lo que para mi, fue la peor experiencia de mi vida”, recuerda todavía conmovido Ángel.
Era e martes 10 de marzo y la prueba de ADN permitió que fuera exonerado de toda responsabilidad en el caso de secuestro y violación que lo mantuvo dos décadas tras las rejas.
Cuando le informaron de su exculpación, estaba acompañado sólo por su equipo de abogados, después llamaron a su mamá y a la familia para darles la noticia.
Las salidas de la prisión son solo por la mañana, pero entre el papeleo y el resto de las situaciones que había que arreglar, Ángel saldría libre hasta el miércoles al anochecer: las autoridades de la prisión hicieron una excepción en su caso.
Sus abogados apresuraron todo, en casa una fiesta en grande ya lo esperaba.
Arregló sus cosas, se despidió de su compañero de celda y ya, lo único que quería era salir a ver otro panorama.
De la mano de Laura Kaeseberg, la abogada que hizo posible su liberación, Ángel salió de la prisión de Dixon y se fue rumbo a su casa. Laura condujo y él iba en el asiento de atrás, observaba Chicago, que ya era para él una ciudad de otra época .
Todavía no eran las 9 de la noche cuando llegó a Waukegan, al hogar de sus padres.
Aunque muchos medios de de Estados Unidos ya lo esperaban y registraron el momento en que salió de la prisión, lo verdaderamente impactante fue cuando llegó a su casa.
“Abracé a mi mamá, a mi papá, a mis hermanos, había como 30 periodistas y reporteros, yo no sabía que estaba pasando, ni sabía cómo actuar, el mundo hace 20 años estaba muy distinto y ahora con todo tan cambiado, no sabía cómo actuar”.
Se sintió ajeno, los periodistas no lo dejaron disfrutar plenamente del momento, todos querían tener sus gestos, las lágrimas de sus papás y hermanos, la locura de los sobrinos que muy pequeñitos no entendían porque no conocían a su tío.
Pero con globos, una cena típica mexicana, lágrimas y sonrisas sin fin, en su casa Ángel se sintió como mucho tiempo antes no lo hacía: “con una tranquilidad inmensa”.
“La gente siempre me pregunta qué sentí cuando salí, pero no sé todavía que responder, llevo tres semanas de estar afuera y todo sigue siendo raro. Es una mezcla de mucha alegría, pero también de que la justicia llegó, y eso no lo puedes cambiar por nada”.
Alrededor de la 1 de la mañana y tras la petición de los familiares, los medios de comunicación aceptaron retirarse de la casa de los González para dejarlos disfrutar en familia.
“Y fue ahí donde me cayó el veinte, ya estaba en casa, la pesadilla había terminado… y estaba por nacer una tercera vez”.
Le cambiaron el mundo.
A punto de cumplir los 42 años le cuesta mucho trabajo adaptarse al mundo actual. Ahora tiene ya un mes fuera de prisión y le teme a la tecnología: “no le entiendo a los celulares”, al grado de que se burla de si mismo. Pero también se desespera.
Su familia le compró un aparato de alta gama y lo apoya para que pueda usarlo, y es que hace 20 años, nadie tenía acceso a un teléfono como esos.
Pero lo que más le agobia es que depende de la familia para todo: “no he podido sacar mi licencia, por eso no puedo manejar, no puedo ir a ningún lado sin ayuda, y eso me desespera, pero no puedo ser malagradecido, ellos hacen todo por mi”.
Saúl su hermano es chofer de tráiler, por lo que a veces se lo lleva de viaje con él.
En su plática con AM dijo estar tan agradecido con Proyecto Inocencia que hasta quiere formar parte de ellos.
“Quiero devolverles un poco de lo que me dieron a mí, mi libertad es algo que jamás podré pagar, pero ahora estoy en deuda con la fundación y con la vida, así que ayudaré a las personas que como yo, necesitan salir de esto, porque no soy el único”.
Además de que se meterá a la escuela a estudiar porque quiere terminar una carrera en negocios y obtener un diploma en mecánica, platicó que se ira de Waukegan.
“Necesito estar solo, me mudaré a Chicago y quiero rehacer mi vida, todo a su tiempo”.
Su ex novia ahora está casada y tiene dos niños, pero Ángel asegura que hizo lo correcto y que estaba feliz por ella. Que no la había visto porque le parecía mejor no hacerlo. Pero le agradeció por estar con él cuando la necesitó.
Laura, su abogada, es ahora su mejor amiga, va con él a todas partes, lo asesora y lo apoya en todos los trámites. Incluso, cuando fue cuestionado sobre si pensaba presentar una demanda por daño civil contra las autoridades que lo encarcelaron.
“Aún no lo sé, para mi la ganancia es cenar en familia, estar en casa, ver nevar desde otro lugar que no sea la ventana de una celda, comer comida de mi mamá, para mi eso es la indemnización”.
Y eso que la comida no le cae muy bien todavía, su organismo se acostumbró a recibir lo mínimo y ahora que está afuera lo resintió, nada le hace bien, sabe que es un proceso.
Pero Ángel también sabe que en la cárcel quedan cientos de paisanos como él, y tiene el compromiso moral de ayudarlos. Quiere regresar como miembro de Proyecto Inocencia para hacerlo.
‘El aire sabe diferente’
Con un inglés fluido y un español “enterrado”, se mostró tranquilo, aunque no tiene expresión alguna. Ahora camina sin prisa, disfruta cada segundo, incluso las cosas más simples como ver llover o ir apreciando la ciudad desde un auto.
“El aire sabe diferente”, dice. Y es que en la prisión no hay mucho tiempo de saborear el fresco.
También le cuesta trabajo dormir en la oscuridad, a veces los hace dos horas, a veces nada.
“Planeo estar sólo dos meses aquí con mis papás, después me mudo a Chicago para empezar de nuevo”.
Y no es que no quiera estar con la familia, pero sabe que Waukegan es el lugar donde todo empezó, no le trae buenos recuerdos y no quiere establecerse ahí.
Con ayuda del Consulado General de México en Chicago, ya tramitó su pasaporte y está en espera de la VISA tipo U, que se le otorga a las personas victimas de violencia.
Mientras empieza de nuevo, se considera mentalmente fuerte como para no buscar ayuda psicológica, cree que puede solo.
Pero también le da miedo tener ira, y un día no salir de casa.
“No estoy enojado, ni guardo rencor, pero tengo mucho sentimiento. Fueron 20 años por algo que yo no hice, que no cometí, y empezar de nuevo no me está siendo fácil, aunque debo admitir que siento que es como si Dios me hubiera elegido para esto, es como si me hubiera mandado esta prueba para que yo pudiera valorar más lo que tengo, para que pudiera apreciar el tiempo”, dice.
Si llegara a demandar, los millones que pueda obtener le alcanzarán para vivir plenamente. Pero él deja la decisión en manos de sus abogados, los mismos que recihieron su vida.
“Me perdí bodas, bautizos, primeras comuniones, fiestas, cumpleaños, ¿realmente creen que el dinero me mueve?, la verdadera recompensa es ver a tu familia”.
Ángel González González está a punto de cumplir 42 años, y por ahora sólo piensa en una cosa: vivir.