“Citas del presidente Mao” es el libro que dio significado nuevo al término “hay que leerlo”. Publicado por primera vez en 1964, con una distribución de cientos de millones de ejemplares, era el catecismo de la Revolución Cultural, un compendio de discursos y escritos de Mao Zedong que se esperaba que todos y cada uno de los ciudadanos chinos no sólo lo hojeara, sino que lo estudiara, memorizara y recitara.
Con pruebas sorpresa se separaba a los buenos estudiantes de los malos, bajo amenaza de consecuencias graves. Los compradores que se presentaban en las tiendas estatales de alimentos, por ejemplo, podían esperar un interrogatorio intenso y exhaustivo antes de que les indicaran que pasaran, o no.
“El pequeño libro rojo”, como llegó a conocerse fuera de China, una referencia a su encuadernación, es el tema de “Citas del presidente Mao. Exposición por el 50 aniversario, 1964-2014”, en el Club Grolier, donde se inauguró en noviembre pasado.
En ella se exhiben libros y material propagandístico de la colección de Justin G. Schiller, un librero anticuario que, con su socio Dennis M. V. David, trabaja la empresa Battledore Ltd. en Kingston, Nueva York.
Schiller, conocido como un especialista en libros infantiles, sobre todo de la obra de Maurice Sendak, desarrolló su fijación, algo inusual, durante un viaje a China, en 1998, cuando visitó la Biblioteca Nacional en Beijing y preguntó cómo se puede identificar una primera edición de las “Citas”. La complicada respuesta lo llevó por un camino serpenteante.
Cayó en sus manos un ejemplar de la primera edición, pero, pronto, le llamó la atención la Revolución Cultural y el culto a Mao, representados en las “Citas” y sus miles de derivados: carteles de propaganda, juguetes, espejos decorados, garrafas, bandejas de té y prendedores para solapa, todo lo cual está representado en la exposición en el Grolier. “Me interesé en todo el patrón de cómo un libro creció y se desarrolló”, dijo Schiller. “Básicamente, mi interés creció a ser una colección”.
La exhibición comienza en el principio, e, incluso, antes, con varias antologías precursoras que se pueden ver como peldaños hacia las “Citas”, las que salieron la primera vez con cubiertas de papel, en la Primavera de 1964. Se probó con una encuadernación en vinilo, en tres tonos de azul, pero al cabo de unos meses apareció la cubierta de vinilo rojo con una estrella roja grabada en el centro y se quedó así, como se conoce ahora en todo el mundo.
Una de las vitrinas más impresionantes incluye ejemplares casi idénticos de las “Citas” en docenas de idiomas, desde albanés hasta uigur. Para 1967, se habían impreso casi 700 millones de ejemplares y se ha estimado que, para finales del Siglo XX, ya se habían impreso 5 mil millones en 52 idiomas. Schiller tiene ejemplares en casi todos, salvo por dos, pastún y turco. La exposición incluye una edición en braille.
Fue Lin Biao, el ministro de la Defensa de Mao y, por algún tiempo, su sucesor designado, a quien se le ocurrió presentar las ideas del líder en un formato fácil de digerir. Consciente de que los soldados, a menudo con poca instrucción, del Ejército Popular de Liberación, tenían, en el mejor de los casos, una comprensión rudimentaria de las ideas políticas de Mao, Lin ordenó al periódico del Ejército que publicara breves extractos de Mao todos los días.
Estos se podían absorber en pequeñas dosis, para que, después, cada brigada los analizara en sesiones de estudio nocturnas, dirigidas por oficiales superiores. La publicación en el periódico resultó tan exitosa que el Departamento General Político del Ejército integró un libro con las ideas de Mao, organizadas por temas, en 30 capítulos. Para cuando salió la canónica tercera edición en 1965, la antología ya era de 270 páginas, 33 capítulos y 427 citas.
Las prensas trabajaban tiempo extra para sacar como pan caliente ejemplares suficientes para poner uno en manos de cada ciudadano chino. Muchos ejemplares terminaron por tener menos páginas. En 1971, Lin, que se rumoraba que conspiraba en contra de Mao, huyó de China y murió cuando se estrelló su avión en Mongolia.
Mediante un decreto partidista, se mandató que cualquiera

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