El doctor José Castro Busso, especialista en urología que dedicó su vida a construir amistades y a servir a sus pacientes, falleció este lunes a los 75 años. Padecía cáncer.
Familiares, amigos y la comunidad médica de León brindaron ayer a mediodía un cálido reconocimiento al doctor y al amigo,  durante la Misa de Cenizas realizada en la capilla de Funerales Gayoso de bulevar Francisco Villa.
“Hay muchos caminos para llegar a Dios, como el de la oración, pero también está la vida del servicio. Hoy llega el doctor a la presencia de Dios a través de una vida de servicio”, dijo el padre de los Legionarios de Cristo, Patrick O’Connell, quien presidió la ceremonia religiosa.
El sacerdote reconoció la labor médica del especialista, que nació el 14 de marzo de 1940 en León.
Fue hijo de José Castro y María Teresa Busso.
“Indudablemente que el doctor vivió su vida sirviendo a los enfermos. Por ello ahora pedimos que Dios tenga misericordia de él y que lo reciba en su gloria”, añadió el sacerdote.
“Un hombre que sin duda alguna vivió de cerca el dolor humano, lo que exige una vida con mucha fortaleza, mucha capacidad para salir adelante todos los días. Vivir cerca del dolor da mucho para reflexionar”.
“Por ello era el hombre que consolaba a los enfermos, el que les llevaba luz, la esperanza a tantos enfermos”, agregó en su mensaje el padre Patrick.
También recordó que el doctor era una gran aficionado a los automóviles y las motocicletas.
“El primer día que lo conocí, fue hace muchos años en motocicleta, por el rumbo de Manuel Doblado. Recuerdo que le dije: “Dios mío, doctor, ¿qué hace en este lugar, cuando debería estar en misa?”, recordó el sacerdote

El amor familiar

Su hermano Eduardo comentó que José fue el mayor de cinco hermanos. Le siguieron Arturo, dentista; Eduardo, abogado; Víctor, abogado también; y María Teresa, secretaria bilingüe.
El doctor contrajo matrimonio con Alma Rosa Vera Aceves, con quien procreó dos hijos: Luis Alberto y Teresina.
“Fue muy buen padre, muy apegado a su familia”, recordó su hijo José Alberto.
Eduardo destacó la fineza que caracterizó al médico.
“Mi hermano Pepe era el hombre más correcto del mundo, educado, generoso. En su consulta diaria le gustaba ayudar a los más necesitados. No les cobraba la consulta si no tenían y hasta les compraba los medicamentos”.
Añadió que como hermano fue un excelente consejero y un hombre que siempre se mostró preocupado por su familia.
“Se despidió de mí dos días antes de morir. Me preguntó cómo estaba yo, como estaba la familia. Platicamos de algunas cosas pendientes en negocios, y luego preocupado me dijo que su estado de salud estaba muy difícil. Esa fue la despedida”, recordó Eduardo.
Añadió que a su hermano Pepe le encantaban las plantas, sobre todo las palmeras, pero sobre todo los autos, con los que era escrupuloso al extremo, al grado de que le gustaba limpiarlos hasta con cepillos dentales.
“Una persona muy culta, elegante, que sobresalía con sus dos metros de altura y que calzaba del número 31. Siempre me compraba zapatos. Una persona que le gustó viajar mucho los últimos 15 años de vida. Que le gustaba comer sanamente y gustaba disfrutar de su familia, por lo que tenía una mesa para 12 personas, con plataforma giratoria”.
Y destacó que a pesar de su seriedad, evidente siempre en su trato y en su consulta, “de repente le gustaba vacilar”.
Su sobrino Víctor Castro coincidió en que el doctor Castro Busso se distinguió por tener una profunda vocación de servicio y de ayuda a los más necesitados.
“Desde muy joven tuvo la convicción de contribuir por el bien de los demás a través de la medicina, donde experimentó cosas muy fuertes. Siempre fue una persona estricta y disciplinada.
“Siempre buscó dar lo mejor de sí. Siempre fue un hombre de ciencia, con un gran sentimiento a su familia y a su comunidad. Su obra de vida se ve reflejada en el servicio que prestó a los demás”, añadió su sobrino Víctor.
La capilla de Gayosso fue insuficiente para quienes acudieron a despedir al doctor José Castro Busso, pues muchos de los asistentes tuvieron que seguir la misa desde el espacio común de la funeraria.
Los que llegaron al final, apenas lograron entrar al recinto.
Tras la ceremonia, sus cenizas fueron depositadas en el lugar, para su eterno reposo.
Descanse en paz.

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