“Educar la mente sin educar el corazón no es educación en absoluto”, señala una cita atribuida a Aristóteles.
En León hay lugares y personas que le dan sentido a esta frase, como Esteban Rodríguez Ortiz, quien de la mano de la música ha provocado cambios en las vidas de jóvenes con discapacidad intelectual.
La vida llevó a Esteban hasta el Centro Integral de Desarrollo, que atiende a jóvenes de entre 13 y 25 años con discapacidad intelectual leve y moderada, creado hace aproximadamente tres años y donde se desempeñó como maestro de música hasta febrero de este año.
Ahí radicaba el principal reto de Esteban, que de profesión es ingeniero industrial, pero ha dedicado gran parte de su vida a temas comerciales y actualmente como coach en el desarrollo de equipos de alto desempeño.
Recibió la invitación de las directoras para participar en el proyecto que surgió dado la necesidad de las madres de familia por tener un espacio donde sus hijos con discapacidad pudieran desarrollarse en diversos ámbitos.
“Para mí fue un reto porque como maestro sí me había tocado dar clases en diferentes áreas desde primaria, secundaria y preparatoria en temas como matemáticas y física, en temas de docencia, pero era diferente el dar clases a chavitos con discapacidad intelectual”, recordó el oriundo de la Ciudad de México.
La relación de Esteban con la música es nata, con influencia de guitarra por parte de su papá y abuelo, y teniendo una abuela materna, concertista de piano, se acercó a la guitarra cuando tenía seis años de edad.
Actualmente, Esteban Rodríguez está en receso, pero ha acompañado a los chicos en eventos importantes, como el TEDxCdlh, donde se presentaron con gran éxito.
“El querer algo, tener la ilusión, enamorarse de la ilusión y explotar los talentos, yo no soy un experto en la docencia y no sabía tratar con niños de discapacidad, y de música soy muy de oído, pero aprovechando esos talentos logré entablar buena relación con todos los chavos, y logramos que aprendieran ritmos y canciones y que algunos tocaran instrumentos, y de ahí todo se replica”, expresó Esteban.
Más que enseñar, aprenden
Elisa Cuauhtli Hernández es ahora la maestra de música del centro, y junto con Esteban Rodríguez, coincidió en que más que dar lecciones, se las llevan.
“Cada niño es diferente, cada uno tiene una discapacidad totalmente diferente… miedo tenía, obviamente, pero fue aventarme a hacer las cosas, atreverme y lo primero que hicimos fue saber qué tanto sabían de música, qué tanto llevaban el ritmo y conocían los instrumentos”, dijo Esteban.
Panderos, cascabeles y sonajas y tambores fueron con lo que se inició a llevar un ritmo, y a coordinarse para no adelantarse, luego se les puso a inventar sus propios ritmos y son seguidos por los demás.
“Para ellos era como un juego, para mí era enseñarles que existía una métrica, tiempos y demás, y a través de este juego descubrimos que podía haber mucha coordinación y que podían prestar mucha atención y se focalizaran”, platicó el coach.
“Me llamaron pero les dije que jamás había trabajado con chicos con DI, mi carrera es Educación Musical, uno se espera que ellos tienen más retos y limitaciones pero no es así, ellos lo superan todos los días”, comentó Elisa.
Una labor de equipo
Además de las clases de música, el desarrollo de sus habilidades en el Centro es complementado con baile, pintura y demás actividades, así como sus clases.
A raíz de la experiencia y necesidades vividas con sus hijos, Lilyth González y Diana Gil de Macías fundaron el Centro Integral hace tres años.
En el tema de atención y disciplina, la música aportó mucho puesto que de un ‘gritadero’ se pasó a un encuadre a la clase. Canciones que les gustaban fueron consultadas, ellos las sabían. Con una guitarra pedían sus canciones y alternaban voces.
Desde el más tímido al más extrovertido les han dado muchas sorpresas.
Las directoras y maestros comparten con emoción los casos que han tenido. Uno de los chicos, debido a su capacidad, tartamudea al hablar, pero con la música la cosa cambia. El canto le ayuda a pronunciar sin problemas.
“Una chica que no sabía leer, yo veía que volteaba a ver la pantalla y cuando había karaoke se fijaba en las palabras, a través de escuchar visualizaba las palabras como imágenes, no como un conjunto de letras”, dijo Esteban.
Crean magia
Cuando se entra a las instalaciones del Centro parece que el silencio no existe, los chicos son inquietos y muy alegres, saludan a quien llegan y despiden a quien se va.
Los viernes, después de su receso, llega uno de los momentos “mágicos” y favoritos de los jóvenes: la hora de la música, disciplina en la que han encontrado cualidades curativas y terapéuticas, además de lúdicas y educativas.
“Cuando iniciamos, venían de diversas formas, muchos no estaban preparados para la convivencia, empezaron con Esteban, su empatía generó que les gustara a los chicos, metió instrumentos, canciones en equipo”, reveló Diana Gil.
Para este fin de cursos, los estudiantes trabajan en su versión de “Vaselina”, por lo que parte de la clase de música es para ensayar.
La maestra Elisa les pide que hagan una fila y pronto se dividen mujeres y hombres para interpretar el clásico musical. La pasión y gusto que muestran es indescriptible, conocen la canción y sobre todo la disfrutan.
Hay quienes no platican mucho, pero apenas suena la música se vuelven cantantes expertos y demuestran su talento.
“Vimos que estaban muy conectados, se han venido invitaciones a otros eventos, a través de la música vemos que se desviven cantando, todo es tan natural, es muy espontáneo y eso se ve, eso transmiten, su transparencia, inocencia y sus ganas de vivir”, finalizó la directora Lilyth.