En la Prisión y Granja Penal de Iwahig, Filipinas, el sistema de justicia local está experimentando desde hace años con una peculiar forma de reinserción social. La población delincuencial, compuesta por más de tres mil presos, en su mayoría asesinos, ladrones, violadores y estafadores, trabaja durante todo el día en el campo labrando la tierra de la isla de Palawan. El espacio total de la enorme prisión es de 26,000 hectáreas.
Asesinos, violadores, estafadores y demás delincuentes labran la tierra en la idílica isla filipina de Palawan. “Yo también maté a un hombre”, dice Arturo, de 53 años, exhalando el humo del cigarro al aire libre mientras vigila a sus compañeros, todos con camisetas azules.
No todos los presos se dedican a labores de agricultura, unos más están a cargo de tareas de pesca, y otros tantos de la ganadería local. Las actividades se otorgan de acuerdo con la buena conducta o el nivel de los presos. Por ejemplo, los presos de mínima seguridad son responsables de las tareas de oficina.
El 50% del sueldo se les retiene y se acumula en cuentas bancarias individuales que se les entregan una vez que cumplen su condena. A pesar de tener un sistema de organización modelo, los presos más viejos añoran los años noventa, cuando el sistema penitenciario les otorgaba un sobre sueldo por cada pariente que tuvieran viviendo con ellos dentro de la isla, además de permitirles salir a trabajar como albañiles en los pueblos vecinos, algo que ya no ocurre.
De acuerdo con las autoridades, la tasa de reincidencia de los criminales excarcelados se encuentra por debajo del 5%. Incluso se dice que los presos de otras cárceles de Filipinas pagan sobornos para que los trasladen a purgar sus penas en el penal de Iwahig.
“Nos gusta estar con los turistas, pero no queremos estar en esta prisión. Nos trajeron aquí para descongestionar Muntinlupa”