Martín Hernández, originario de Pénjamo, relató lo complicado que se ha vuelto su trabajo pues cada vez menos personas lustran sus zapatos.
“La economía se pone más complicada, y más para los que ganan el salario mínimo y todavía deben pagar comida, renta y otros servicios”.
Además se ha percatado que la tradición de ir a bolear zapatos a jardines y centros históricos se está perdiendo, pues todavía recuerda cuando a comenzó a ser bolero, en su natal Pénjamo a los 12 años.
“Los señores iban exclusivamente a lustrar sus zapatos y a leer el periódico a la plaza principal”, relató.
Ante la baja de la clientela, este bolero decidió ampliar sus posibilidades. “Me vi en la necesidad de empezar a vender objetos usados, como relojes, zapatos, cintos, llaves, películas, lentes, bocinas o lámparas”, aseguró.

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