Apenas despega el vetusto avión de vigilancia P-3, tres agentes del servicio de Protección de Aduanas y Fronteras de Estados Unidos (CBP) ponen a funcionar radares de alta tecnología para tratar de detectar cualquier cosa que pueda salirse de lo normal en el vasto mar Caribe.
Podría ser un barco de pesca sin redes a la vista. Una lancha rápida en mar abierto y cargada con más bidones de combustible que pasajeros. Un velero sospechoso, con excesiva carga.
“Para nosotros, cada punto puede representar un traficante”, dijo J.D., un veterano agente, describiendo los puntos blancos apenas visibles en la pantalla de su radar durante un vuelo sobre el mar Caribe y América del Sur el mes pasado.
J.D. habló con Associated Press a condición de ser identificado únicamente por sus iniciales lo delicado de su misión detectando e interceptando cocaína. Él y sus colegas hallan cada vez más envíos de esta droga por el Caribe hacia Estados Unidos o puntos más orientales.
Aunque el Pacífico oriental sigue siendo la ruta más popular para el contrabando de cocaína, el Caribe vuelve a ganar protagonismo décadas después de que las autoridades estadounidenses cerrasen prácticamente todos los caminos hacia el sur de Florida en pleno apogeo del contrabando en gran escala que comenzó en la década de 1970.
La agencia antidroga de Estados Unidos (DEA) estima que los contrabandistas han incrementado los envíos de cocaína por el Caribe de unas 60 a unas 100 toneladas en los últimos años. Pero es difícil cuantificar cuánta droga escapa al escrutinio de los aviones de vigilancia, los barcos de la Guardia Costera y otros medios de detección.
Desde aproximadamente 2002, la DEA y otras agencias estadounidenses llevan a cabo operaciones de interceptación, incluyendo la Operation Panama Express Strike Force North y la Operation Bahamas, Turks and Caicos, que llevaron al decomiso o destrucción de más de 200 toneladas de cocaína en el Caribe.
Con todo, el departamento dijo que según su inteligencia la cantidad de droga que pasa por el Caribe va en aumento, especialmente por mar y aire desde Venezuela a la isla La Española, que comparten Haití y República Dominicana.
El sub comandante de la Guardia Costera Devon Brennan dijo que su agencia está “siempre sacando droga del agua” junto con el CBP, la DEA y la Fuerza de Tareas Conjunta del Sur del ejército de Estados Unidos.
Los equipos de la CBP, con sede en Jacksonville, Florida, y Corpus Christi, Texas, tienen mucho que ver con las incautaciones de la Guardia Costera en los últimos años.
Durante varias semanas en junio, los equipos de los P-3 de Jacksonville ayudaron a rastrear unos 51,800 kilos (114,000 libras) de cocaína, que tendrían un valor que el gobierno de Estados Unidos estima en más de 1,000 millones de dólares, dijo Bob Blanchard, director de operaciones del centro de operaciones de seguridad aérea nacional del CBP. Agentes estadounidenses estiman que un kilo de cocaína cuesta unos 25,000 dólares al por mayor, aunque los precios pueden variar en función de la ciudad.
Desde el año fiscal de 2006 hasta abril de 2015, misiones de aviones P-3 interceptaron unas 740 toneladas de cocaína valoradas en 100,000 millones de dólares, según las estadísticas de la CBP. Estas operaciones tuvieron lugar tanto en el Pacífico como en el Caribe.
El mes pasado, la Guardia Costera descargó cerca de 30,000 kilos (más de 66,000 libras) de cocaína incautados en varios meses en el océano Pacífico. En los últimos 10 meses, la Guardia Costera se incautó de unos 54,000 kilos (119,000 libras) de cocaína, con un valor estimado en 1,800 millones de dólares, dijo el responsable de la Guardia Costera Paul Zukunft.
En 2014, la Guardia Costera detectó 91 toneladas de cocaína en la zona de tránsito del océano. Desde 2006 la agencia ha recuperado más de 814 toneladas de droga.
“Estamos intentando ampliar nuestras fronteras”, dijo Randolph Alles, comisionado adjunto de la CBP encargado de operaciones aéreas y marítimas. “Sigue habiendo un importante flujo hacia los Estados Unidos”.Aunque Alles y Brennan están deseosos de promocionar los éxitos de las operaciones antidroga de Estados Unidos, reconocen que al país siguen entrando importantes cantidades de cocaína.
“Incautamos solo una parte”, dijo Alles.
Los equipos de los P-3 al mando de Alles son parte indispensable de la lucha contra el contrabando sobre el Caribe y el Pacifico oriental, con aproximadamente 6,000 horas de vigilancia al año. Esto supone alrededor del 40% del tiempo que efectivos gubernamentales pasan sobrevolando la región.
Cada vuelo de un P-3 está cuidadosamente coreografiado por un comando militar y de inteligencia.
Cuando J.D. y su equipo salen de patrulla, realizan una operación de “saneamiento” registrando cada centímetro de la zona de búsqueda asignada. Si avistan una embarcación sospechosa, el avión suele situarse por encima, tomando fotografías del barco y de su carga si es posible. El objetivo es permanecer en la zona, siguiendo el cargamento hasta que efectivos rematen la operación por mar, ya sean de la Guardia Costera, la Marina o autoridades del país aliado más próximo.
Cuando no es posible rematar la operación en el mar, el piloto del P-3 se acerca al barco sospechoso, una maniobra que no solo asusta a los contrabandistas sino que les hace arrojar la carga al mar. Incluso en el caso de que no se produzcan detenciones, se considera que la misión es un éxito si se lanza la mercancía por la borda.
“Estamos intentando recortar el flujo”, dijo Alles.
El objetivo de las autoridades estadounidenses es tener vigilancia aérea de forma casi constante. Los equipos con sede en Florida y Texas pasan hasta una semana seguida en misiones de patrulla desde Curazao, Panamá y Costa Rica, entre otros puntos. Pero de vez en cuando se descartan las misiones de vigilancia para llevar a cabo otras operaciones de seguridad.
Esto le ocurrió a J.D. y su equipo durante una misión en Curazao a mediados de julio.
Durante varios días de su estancia de una semana, el equipo realizó operaciones de seguridad aérea sobre América del Sur. Pero aunque la misión cambie, J.D. y los otros agentes antidroga encargados de controlar los radares buscan constantemente cualquier cosa que pueda parecer sospechosa en el mar. Puede ser una labor monótona que Stan Konopacki, un agente de detección que trabaja con J.D., describe como muy similar a la pesca.
“Horas de aburrimiento interrumpidas por momentos de puro caos”, apuntó Konopacki.
Ese caos comienza en el momento en que se avista un barco sospechoso y sigue con los pilotos maniobrando el pesado bimotor de hélices para poder ver mejor la embarcación en cuestión. Los agentes encargados de dar con los objetos sospechosos como J.D. y Konopacki son también los responsables de tomar las imágenes que luego suelen emplearse como pruebas en casos penales. La tripulación del avión debe coordinarse con los agentes sobre el terreno en Estados Unidos, quienes pueden pedir a autoridades locales o extranjeras que intercepten a los sospechosos en el mar.
Aunque Estados Unidos sigue siendo el mercado más importante para la cocaína, la popularidad de esta droga está al alza en Europa. Los carteles, incluyendo los poderosos y peligrosos mexicanos, envían cada vez más cocaína a otros mercados extranjeros en parte por los precios, que son más altos cuanto más recorrido haga la droga desde Colombia, Perú y Bolivia.
Dado el elevado valor de los cargamentos, los narcotraficantes hacen todo lo posible por ocultar su mercancía. El uso de pequeños submarinos semisumergibles fue una táctica popular en el Pacífico durante años, aunque J.D. dijo que agentes del CBP están empezando a detectar este tipo de embarcaciones también intentando cruzar el Caribe.

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