En lo profundo de la selva montañosa en Ruanda, los gorilas lucen a la vez entrañables e intimidantes. Un turista pudiera sentir impulsos encontrados, de alejarse o abrazarlo (esto último no es aconsejable) cuando un gorila de montaña pasa junto al sendero. La manera en que un gorila dormita, se rasca la pierna o te mira: todo eso parece muy familiar, y salvaje.
“No puedes saber qué están pensando”, dijo el británico John Scott, un ingeniero químico retirado que caminó por el hábitat para ver a esas criaturas con vínculos genéticos cercanos con los humanos.
Ese sentido de parentesco explica por qué números cada vez mayores de turistas están viajando al Parque Nacional de los Volcanes en Ruanda, alimentando una industria considerada crucial para el bienestar de la subespecie amenazada además de la economía nacional. Esos visitantes pueden ser también una amenaza, porque los gorilas son vulnerables a enfermedades humanas y sus números son tan reducidos que un equipo de veterinarios llamado Gorilla Doctors cuida a los simios enfermos y heridos.
La población de gorilas de montaña cayó drásticamente en el último siglo a causa de cacería furtiva, enfermedades e intrusión humana, aunque los números están aumentando ahora. Actualmente, unos 900 gorilas de montaña viven en Ruanda y los vecinos Congo y Uganda.
En Ruanda, la conservación es un negocio importante. Diariamente están disponibles 80 permisos individuales para ver gorilas por una hora, a un precio de 850 dólares cada uno, y 20% de los ingresos financian escuelas, clínicas y otros proyectos en comunidades del área, dice el portal del parque en internet.
Más de 20,000 personas visitaron a los gorilas de Ruanda en 2014, casi el triple que en 2003. Muchos provinieron de Estados Unidos, Gran Bretaña, Australia, Alemania y Canadá. La semana pasada, personas listas para caminatas bebieron café y se pasearon por las oficinas del parque antes de separarse en grupos de ocho, el límite para partidas de turistas visitando familias separadas de gorilas en la densa jungla.
El guía Ferdinand Ndamiyabo llevó a un grupo que incluía a un equipo de la Associated Press en una caminata por un volcán que es el hogar de una familia de gorilas llamada Amahoro, que significa “paz” en ruandés. Tomó casi un par de horas para llegar al área donde estaban los gorilas, en una subida relativamente fácil a través de enredaderas, ortigas y otra vegetación frondosa.
Ndamiyabo había explicado las reglas del encuentro: No señalen, hablen en voz baja, no tosan ni estornuden en dirección de los animales y manténganse a un mínimo de distancia. Si un gorila se acerca, agáchense, no lo miren a los ojos y hagan sonidos similares a carraspear, que los gorilas usan para expresar cordialidad.
Lo que nos esperaba en el claro eran gorilas adormecidos, incluyendo dos pequeños que luchaban ociosamente y otro que acicalaba a Gahinga, un macho adulto que domina la familia. Gahinga eventualmente se levantó y apoyó su enorme cabeza en un brazo, observando a los turistas que llegaban. Hizo un fuerte ruido.
“El gorila está diciendo: ‘No hay problema, amigos, tomen todas las fotos que deseen”’, dijo el guía.
El doctor Jean Bosco Noheli, un veterinario de Gorilla Doctors que acompañaba a los turistas, notó una herida en una muñeca de Karisimbi, una gorila que lleva el nombre del volcán más alto en la cordillera Virunga en la que viven los animales. Dijo que la herida era superficial y no necesitaba intervención de los doctores, un proceso complejo que habría requerido usar un dardo tranquilizante y muy probablemente contener a otros gorilas antes de poder tratar a Karisimbi en el lugar.
Otro miembro del grupo es Kajoriti, un macho que perdió una mano en una trampa de cazadores.
Ruanda se hundió en el caos durante el genocidio de 1994 y el turismo apenas regresó al Parque de los Volcanes al final de la década. Desde entonces, el cofundador de Microsoft Bill Gates y varias estrellas de Hollywood han estado entre los visitantes de los gorilas en Ruanda, cuyo hogar está apenas a dos horas de Kigali, la capital.
El grupo encabezado por el guía Ndamiyabo siguió a los gorilas tras su siesta matutina. En ocasiones, los gorilas cayeron detrás de los sobresaltados turistas, casi chocando con ellos en su avance.
La británica Sarah Scott, que junto con su esposo John estaba en el grupo, dijo que el encuentro cercano fue imponente.
Los gorilas parecían tan humanos, pero también tan poderosos, dijo y añadió: “un solo manotazo y se acaba todo”.

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