Apenas había nacido, Howard Shulman sufrió una infección bacteriológica que dejó su rostro desfigurado para toda su vida.
Ante este estado, sus padres lo abandonaron y vivió sus primeros tres años de infancia en hospitales después de diversas operaciones. No fue después de 40 años que volvería a ver a su madre.
De niño pasó de casa en casa con diversos padres adoptivos. Vivió sus primeros 16 años con una familia alemana en Morristown, Nueva Jersey.
Su historia la retrata ahora en un libro titulado “Running from the Mirror” (Huyendo del Espejo).
Además, después de varias cirugías, Shulman pasó a vivir con una familia judía donde tan solo duró una semana. Después de la familia judía, Shulman permaneció el resto de su juventud con Vito y Mary Signorelli en el Bronx de Nueva York, relata en una entrevista para el The Daily Mail.
En su libro, Shulman describe como antes del encuentro con su madre, trabajó como un exitoso narcotraficante.
“Yo nunca quise hacer una carrera de narco y nunca olvidé que con sólo un error podía terminar nuevamente en un programa estatal – y esta vez no sería con una familia adoptiva,” relata.
Shulman se pudo superar y se convirtió en un exitoso dueño de boliches en Estados Unidos donde conoció a su esposa.
Años después, relajado en su casa, soñoliento, Shulman vio en la televisión un anuncio de encontrar a sus seres queridos.
Al día siguiente llamó para encontrar a sus padres biológicos y seis semanas después habló por primera vez en 40 años con la madre que lo había abandonado.
Después de cuatro décadas Shulman quedó en encontrarse con su madre en un restaurante en Nueva Jersey. En su libro cuenta que la reconoció inmediatamente.
Ese día Shulman descubrió que tenía tres hermanos y que ellos sabían de su existencia. Se encontraron una vez más en el Hotel Plaza de Nueva York y conoció a sus tres hermanos.
Poco después del segundo encuentro con su familia biológica, la madre no quiso verlo ni hablar más con él porque Shulman, creyó ella, le tenía demasiada rabia.
El reencuentro con su familia ciertamente no fue como aquella publicidad que había visto en TV. No hubo final feliz. Pero sí quedó una lección.
Porque ahora Shulman encontró una razón a todo. Halló que hay “gente extraordinaria en situaciones similares” a las de él. Y se propuso ayudar.
Shulman trabaja con niños abandonados y es voluntario en Hillsides, una ONG que ayuda a chicos, jóvenes y sus familias vulnerables.
“Una parte de las ganancias de mi libro irán a Hillsides”, promete.