El maratón de Nueva York es el más bonito e interesante del mundo. Yo lo comprobé.
Cada año 54 mil corredores de 130 países lo avalan y lo convierten el de mayor número de participantes y el más cotizado.
En el 2015 el 50 por ciento de los participantes logramos entrar vía sorteo tras pagar un donativo de 11 dólares (185 pesos) para asociaciones que ayudan a niños del mundo a tener un mejor futuro. Después pagamos una inscripción de 350 dólares (cinco mil 800 pesos) para poder entrar.
Esa es la primer parte difícil del maratón porque al sorteo se inscriben miles de personas de todo el mundo y cuando te notifican que fuiste aceptado sientes que te sacaste la lotería.
“Será una prueba de resistencia casi tan grande como la propia carrera. La inscripción es cara y no siempre está garantizada”, cita en su libro Maratón de Nueva York: Guía práctica para el corredor, el escritor y maratonista español Rafael Vega que ha participado cinco veces en ésta justa.
Comienza la Odisea

Un corredor amateur tiene que invertir entre 9 y 11 horas para poder terminar el maratón, desde que se levanta hasta que cruza la meta.
Desperté a las 4:30 de la mañana, mi amigo Genaro Mendoza, leonés, que corría su segundo maratón de Nueva York, me dijo que tendría que madrugar para no tener contratiempos que pusieran en riesgo el poder llegar de Queens hasta Staten Island en dónde iniciaría la carrera.
Salí en busca de un autobús que me llevaría hasta el metro. Tan temprano me sentía solitario esperando la ruta Q48 que me dejó en la estación del metro Union Turnpike, cuando entré a la estación me sentí aliviado porque decenas de corredores caminaban para tomar el tren que nos llevaría hasta el lugar dónde tomaríamos el ferry que va de Manhattan a Sataten Island.
En el vagón del metro íbamos por lo menos unos 20 corredores, nos identificábamos perfectamente por la ropa deportiva, por llevar tenis para corredores, una manzana o plátano y una barra nutritiva para el desayuno, además de suero o gatorade para hidratarnos. Apenas eran las 5 de la mañana.
Nos identificábamos como cada persona lo hace con los que tienen su misma profesión. En cada estación que subían mas corredores, nos saludábamos con una sonrisa.
“¿Cómo te sientes?, ¿Por qué tiempo vas?, ¿Estás nervioso?, ¿Es tu primera vez?”, eran algunas de las preguntas que nos hacíamos los corredores en el Metro para tratar de hacer mas corto el camino.
Después de casi dos horas de camino, por fin tomamos el Ferry que nos llevó a Staten Island, ahora si había miles de participantes de todo las razas y de casi todas las partes del mundo.
Según cifras de los organizadores, la mitad de los corredores son estadounidenses, después el 20 por ciento son italianos y mexicanos menos del dos por ciento es decir sólo habíamos unos mil inscritos.
Para poder subir al Ferry tardamos mas de una hora y cuando llegamos a nuestro destino ya eran las 8:30 de la mañana, de ahí un camión nos llevaría al puente de Verranzos.
La organización

En los bloques de salida eran agrupados cinco mil corredores que salían con media hora de diferencia para no atorarse entre ellos.
Previamente los patrocinadores ofrecían comida saludable y ligera para los que no habían desayunado, también había decenas de baños portátiles al servicio de los atletas.
Muchos voluntarios observaban el número de los corredores para poderlos orientar sobre la ubicación del corral que les tocaba. La temperatura a la hora de salida para mi bloque era de 15 grados centígrados, a las 10:40 de la mañana, pero los primeros corredores que salieron a las 8:00 am era d 10 grados.
Listos Fuera

El nerviosismo ya en la línea de salida está a todo lo que da. En varios idiomas nos tratamos de dar ánimos los que estamos ahí. Unos mueven sus rodillas y tobillos en círculos a manera de calentamiento, otros brincan, yo contemplo el puente Verranzos, parace que es un sueño y lo estoy cumpliendo.
“Estos es muy bonito, voy a conocer Nueva York corriendo, espero que las piernas no se me doblen” pienso mientras pasa por mi mente la imagen de Sandy mi esposa y mis tres hijos Mariel, Jesús y Leire.
Se escucha la cuenta regresiva y un cañonazo de salida. Frank Sinatra nos despide y nos desea suerte cantando “New York, New York”.
Se ven drones grabándonos y un helicóptero de la policía y otro del canal de deportes ESPN, todo era felicidad, avanzábamos lentamente, el puente mide casi tres kilómetros, y ya sólo me faltaban 39, pensé.
Entramos a Brooklin y desde el kilómetros tres, vallas humanas nos empezaron a alentar y no permitían que bajáramos el ritmo.
“Toca aquí para tener súper poderes”, “Tú puedes hacerlo”, “Ya eres un héroe”, se leían en decenas de pancartas en el recorrido por Brooklyn.
Cada dos kilómetros había un puesto de abastecimiento con gatorade y agua, cada tres música en vivo animaba, desde un DJ, hasta grupos de rock e integrantes de la iglesia Góspel de afroamericanos que lanzaban plegarias cantando y aplaudiendo.
A lo lejos se podía observar el sky line de Manhattan, principalmente el Empire State, el edificio emblema de Nueva York, muchos se detenían para tomarse una foto con el edificio de 102 pisos que fue construido en 1929 y que daba a sus espaldas.
Ingresamos a Queens, otro barrio de tradición de la ciudad, ahí en el kilómetro 25 te enfrentas a un enemigo muy difícil que es el puente Quennsboro, tiene una pendiente muy prolongada.
Muchos bajan el paso y deciden caminar, yo recuerdo a Murakami el escritor y corredor de maratones que dice en su libro –De lo que hablo, cuando hablo de correr- que nunca ha parado y tampoco abandonado y decido emularlo, eso sí, empiezo a sentir las piernas muy pesadas.
Después llegas a Manhattan y te enfilas por la primera avenida al Bronx, el barrio mas bravo de NY, pero con la gente mas cálida, ahí decenas de niños te estiran la mano para darte fuerzas, también uno que otro mexicano que me reconoce por mi playera que dice México me grita “Viva México”, “No te rajes”.
Del Bronx regresas a Manhattan, ¡faltan cinco kilómetros! y llegas a la Quinta Avenida para correr a un costado de Central Park , el parque mas famoso del mundo que consta de 340 hectáreas, para los corredores no se ve tan bien, porque empieza una gran pendiente que parece nunca termina.
Ahí ves un río de personas, muchos ya caminamos, en mi caso, parece que voy caminando dentro de una alberca, siento las piernas pesadas y que casi no avanzo nada.
Por primera vez reviso mi teléfono, mi esposa me había enviado varios mensajes motivacionales y decenas de amigos en Facebook me decían que me apreciaban y que confiaban en mi.
Mis amigos Oscar Murrieta y Hugo Rivera me seguían en tiempo real por medio de una aplicación y junto con Genaro “El Correcaminos” nos alentaban a no bajar más el ritmo.
Finalmente entras a Central Park, parece que vas a ganar porque miles de personas hacen un escándalo, una ovación para que des el máximo en los últimos dos kilómetros y de verdad lo haces.
Llegas a la meta, y entonces recibes una medalla de “oro” como premio a tu esfuerzo, esa misma medalla la usas al día siguiente y muchas, pero de verdad muchas, las personas en cualquier parte de Nueva York te felicitan porque para ellos eres un héroe.
Yo corrí el maratón más bonito del mundo.

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