Un día le llegó a Fittipaldi una extraña carta con una relación de propiedades inmobiliarias de la Iglesia en Londres, París y Roma por valor de 4 mil millones de euros. Investigó. Tiró del hilo y consiguió que varias fuentes denunciaran un buen número de oscuros negocios de la curia vaticana. Lo ha desvelado en sus reportajes publicados por el semanario L’Espresso y ahora en Avaricia (Foca), un libro que revela los secretos de la Iglesia y que puede costarle ocho años de cárcel por culpa de un proceso abierto en su contra. Emiliano Fittipaldi (Nápoles, 1974) es uno de los periodistas de investigación más rigurosos y controvertidos de Italia. Su sumario y el de su compañero Gianluigi Nuzzi han cosechado una avalancha internacional de apoyos. Él está dispuesto a defenderse. Mientras, ha decidido encarar el riesgo de la pena. “No puedo permitir que fabriquen mentiras sobre mí y no rebatirlas”. No comprende la ira del Papa Francisco en su contra.

Es usted católico?
Soy agnóstico, pero bautizado. A los 10 años. Lo decidí yo. Mis padres eran de izquierdas y pensaban que sus hijos debían tomar esa decisión cuando fueran mayores.

  Después de escribir un libro como Avaricia, si queda cualquier resquicio de fe en la Iglesia, salta por los aires.
Pero este no es un libro sobre la fe. Sino que habla de la gestión de las finanzas por parte de la curia romana. Tengo mucho respeto por la Iglesia de base. Curas que realmente se mojan con los más desfavorecidos en Italia, en España, en América Latina… Me han escrito muchísimos sacerdotes dándome las gracias por haberlo publicado, pero sugiriéndome al tiempo que hiciera otro. “No todos en la Iglesia somos iguales”, me dicen. No se trata de un libro que ponga en duda la labor de unos curas que ganan 800 euros al mes y encima les sobra para repartir entre los pobres. Habla de sus jefes, que, obligados a dar ejemplo, son los peores de todos.

¿Y Francisco?
¿Por qué un Papa jesuita elige llamarse como el santo que más identificamos con los desfavorecidos? Creo que en la intención de nombrarse así existe un mensaje: quiero una Iglesia de los pobres para los pobres y esa será mi revolución. El libro está completamente a favor de su filosofía. Y sin embargo todavía me pregunto por qué el Papa se lo ha tomado tan mal. No lo entiendo.

  Pero mucho, se ha enfadado mucho. Paradójico, ¿no?
Me asombra y me preocupa. El primer Vatileaks dio lugar a un cambio penal dentro del Vaticano. Esto todo el mundo lo está llamando segundo Vatileaks. En 2011, al final del Pontificado de Ratzinger, aparecieron esos documentos reservados que proporcionó su mayordomo. Me da mucha rabia que ambos casos se comparen. El primero eran cartas privadas de cardenales que se insultaban entre ellos, pero no pasaba de meros cotilleos. Esto no. Esto demuestra cómo la Iglesia se mueve con su dinero. Aporta documentos muy precisos, cartas e investigaciones sobre las mismas. Viene de un intento por parte del Papa de pulir la gestión oscura del dinero. La comisión para reformar las finanzas del Vaticano (Cosea) ha tratado de aclarar estas cosas. Y la ha promovido el Papa, absolutamente.

  ¿En un fiable intento de transparencia?
Un intento, pero para ellos. El Vaticano tiene el deber de serlo. No es una banca privada, el dinero del que dispone pertenece a todos los fieles. No han dado una rueda de prensa para informar de sus resultados. Existen casos de corrupción tratados en esta comisión y otros que nada tienen que ver que, pese a desvelarse, al final, no han producido cambios.

Los hechos son los hechos, pero otra cosa es la intención de quien los desvela. ¿De dónde proceden esos documentos? ¿De resquicios de la antigua curia?
Este es un libro que habla de la curia. Y no bien.

  Uno puede sacar la conclusión de que, tras la propia confusión que ha generado en el Papa Francisco, son filtraciones interesadas de fuerzas que se resisten al cambio.
Se puede sacar esa conclusión, pero no es así. No revelaré las fuentes, pero el prelado español Lucio Ángel Vallejo Balda es la única fuente que ha confesado haberme pasado documentos. Yo lo confirmo, pero con lo que él me proporcionó no me ha dado más que para el 5% del libro. Cinco páginas. Y ya. Me ayudó y me ofreció consejo sobre el capítulo de la fábrica de santos. Cuánto cuesta promover un santo.

  Que provocó también una reacción del Papa en cuanto a la reforma de las tarifas. A la baja.
Cuando vio las cuentas, casi le da un infarto. ¡482 mil 693 euros para la beata española Francisca Ana de los Dolores! Lo que no entiendo es que no se produzca esa transparencia, tan acorde con los tiempos que vivimos y no con 20 siglos de silencio. Si la impulsas, necesitas hacerlo con todas las consecuencias. Las fuentes que proporcionan la información tienen dos motivaciones: unas son honestas, ofrecen datos porque verdaderamente creen que deben ser revelados. Otras no, buscan un interés concreto, una venganza, no perder influencia o poder. Ocurre en todos los ámbitos: en la política, en las finanzas. Es importante para mí que las fuentes se presenten con honestidad. Muchos periodistas me echan en cara que hago uso de materiales interesados. Pero para mí esa es una apreciación equivocada. Debemos ceñirnos a los hechos. Verificarlos y luego publicarlos es nuestro deber.

  Así funciona. Los hechos carecen de moral. Son hechos. Pero respecto a sus fuentes, ¿usted qué cree? ¿Le venían con buenas o con malas intenciones?
Mitad y mitad. Los hay que se refieren al nuevo responsable de las finanzas de la curia, George Pell, o a la vieja curia. En cuanto a mí, no hay complot. Hablo de todos. Españoles, polacos, estadounidenses, latinoamericanos, italianos… Se odian entre ellos, están enfrentados.

  Esas cosas en tiempos de Juan Pablo I se resolvían rápido…
  Espero que no ocurra ahora lo mismo. Lo que sí demuestran mis investigaciones es que el Papa está mucho más solo de lo que la propaganda vaticana quiere transmitir o ha venido tratando de contar en estos dos años de Pontificado. No hay unión a favor de su reforma. Es un cuento. Existen muchas resistencias a su revolución. Debe iniciarse, no solo con palabras. Creo que eso es lo que más le ha enfadado del libro, la constatación de dicha des­unión. Lo puedo entender. Todo esto demuestra que el Papa se encuentra en una posición débil, frágil, aunque se trate de un líder extraordinario. Su mayor fuerza recae en los fieles. Tiene el apoyo de la gente para cambiar las cosas, pero muchos frenos de dentro. Esta es mi esperanza, aunque el camino se presenta estrecho.

  ¿Está cercado?
Necesita alguien cercano, de fiar. Los que le rodean hasta ahora nombrados por él, como el propio cardenal George Pell y sus consejeros laicos, no lo son. En seis meses gastaron medio millón de euros a cuenta de su trabajo en minucias. O le propusieron hacer una sociedad para aunar en un solo lugar las inversiones de la Iglesia que tuviera sede en Luxemburgo. El Papa les contestó: “¿Estáis locos o qué?”. No se ha llevado a cabo, pero la propuesta la hicieron. Este es hoy el número dos de la curia. O problemas como el del obispo de Limburgo, en Alemania, que había gastado 31 millones de euros para construir su palacio episcopal. ¿Sabe dónde ha terminado? No en una parroquia de Groenlandia expiando sus pecados: en el Vaticano, como número tres de un ministerio. ¿Quién decide esto? O el caso de un crack financiero de los franciscanos, que acabó invirtiendo 50 millones de euros por medio de un bróker italiano que a su vez se ha suicidado. Una locura. Ocurren cosas que se les escapan de las manos. Sobre todo a las intenciones, honorables, de Francisco. Da la impresión de que existe voluntad de cambiar algunas cosas para que en realidad todo siga igual.

  Lampedusa.
Eso. Muchas de estas actitudes se reflejan en el libro. El Óbolo de San Pedro. Una beneficencia que depende sólo del Papa. Se hace por los pobres: recauda 70 millones de euros al año. Al final de cada ejercicio deberían quedar a cero. Repartir todo. Han llegado a juntar 400 millones, que se invierten como si se tratase de fondos de una banca. Funciona hace siglos. Pero se dedica a los gastos de la jerarquía. Podrían decir: este dinero va ­destinado a nosotros. Sin problema. El asunto es cuando tratan de convencernos de lo contrario, que se destina al funcionamiento externo de la Iglesia, los pobres y necesitados. Pero no. El IOR, la banca vaticana, tiene cuatro fondos de beneficencia. Francisco lo quería cerrar. Le han convencido de no hacerlo. Genera 100 millones al año. ¿Sabes cuánto dinero se ha destinado a obras fuera del Vaticano? 17 mil euros.

Una limosna. El cepillo.
El resto ha ido a parar a cardenales que nos hemos enterado que viven en áticos de 500 metros cuadrados, viajan en primera clase…

  ¿Como el pobre cardenal Bertone y su vivienda?
Efectivamente, pero lo más escandaloso no es la vivienda en sí, sino que haya sacado los fondos para reformarla de los donativos a la Fundación Bambino Gesù, destinada a curar niños enfermos. Yo se lo pregunté directamente. “Querido Bertone: ¿cómo ha sucedido esto?”. “No lo sé, no he tenido conocimiento”. Tampoco de un pago de 24 mil euros a un helicóptero para ir a un lugar cercano a Roma. “El cardenal tenía prisa”, me han dicho responsables de la institución.

  Pero sus investigaciones comenzaron por el lado inmobiliario.
Cierto, con una carta que me llegó contando que el Vaticano poseía dos entidades inmobiliarias en varias ciudades, París, Londres, Roma, propiedades por valor de 4 mil millones de euros. Para mí es normal que la Iglesia posea este tipo de cosas. Si alguien muere sin hijos y desea donarlo a la Iglesia, está bien. Lo malo es que las utilice a precio de mercado o haga negocios con ellas, y no para sus misiones o para acoger a quienes lo puedan necesitar, sino que se las alquilen a empresarios, políticos, periodistas, que pagan alquileres muy bajos, imagino que a cambio de favores, creando conflictos de intereses. Calculan que la Iglesia posee en Italia un 25% de la propiedad inmobiliaria. Es mucho.

  Hablemos del proceso.
La cosa más triste de todas.

¿Por qué se somete usted a la jurisdicción vaticana?
No la tienen, pero después del primer Vatileaks se ha impuesto una ley muy severa para todos aquellos que difunden noticias de interés nacional. Así se escribe.

¿Pero en qué medida afecta a los italianos?
Hay un artículo que dice que el Vaticano puede incriminar a ciudadanos extranjeros que han dañado su imagen fuera.

¿Digamos una especie de extensión de la justicia universal en clave inquisitiva?
Sí, el problema es que cuando se aplica a tiranos, no está mal. Pero a un periodista… Hay diferencia. Lo puedo entender si hablamos de falsedades o errores, pero ninguna línea de este libro ha sido desmentida. Si yo cuento que fondos de instituciones vaticanas han sido invertidos en empresas como Exxon o Dow Chemical, que han contribuido a algunos desastres ecológicos, y luego predicas encíclicas contra las multinacionales, son paradojas difíciles de sostener. Puede ser un prejuicio para el Papa, no para el Vaticano. No entiendo que se esgrima aquí el interés nacional.

  Pero corre mucho riesgo.
  Lo sé. Aunque sólo sea porque el director de Radio María ha sugerido que debo ahorcarme, como Judas. Eso me preocupó. Lo hago por dos motivos. Porque he cumplido mi deber como periodista, con mi oficio. La segunda razón estriba en que si yo rehúso el proceso, se llevaría a cabo igualmente en mi ausencia. Ganarían peso las acusaciones que me han hecho referentes a que yo he presionado a Vallejo Balda para que me diera información. ¿Qué cosas pueden inventarse si yo no estoy allí para rebatirlas? Puedo aceptar su ley, pero no que se inventen mentiras para destruir mi reputación profesional. Si acudo, puedo desmontar con documentos sus inventos. Que fue Vallejo ­Balda quien me buscó para darme información y no al contrario.

¿Qué tipo de presiones alega él?
No las ha especificado. Chantajes verbales, cosas así.

Supongamos que lo condenan a ocho años de cárcel, pena máxima en esta causa. ¿Qué hará?
Soy un ciudadano italiano. Si me condenan y me meten en la cárcel, pediré la extradición. Si un juez italiano la rechaza y decide que debo quedar en prisión, me tendré que aguantar. Pero en Italia el artículo 21 de nuestra Constitución habla de la libertad de prensa. Y demuestra que lo que yo he hecho es mi deber. Espero que el juez conceda la extradición. Sería gravísimo no concederla, incluso si el Papa me ofrece el perdón. Crearía un precedente grave.

Lo lógico, acorde con la Iglesia, sería que le concedieran el perdón.
Sí, pero no para mí. Si yo no soy culpable ni he hecho nada malo, ¿qué perdón pueden concederme?

O sea, ¿no aceptaría usted ese mismo perdón?
Hay que ser precisos. El Papa es un monarca absoluto. Concede la gracia. No puedes aceptarla o lo contrario. Es automática.

Otro supuesto un tanto kafkiano.
Pues sí, no podría ni oponerme. Es cosa ­exclusivamente suya. Pero, insisto, tampoco se la agradeceré, porque no he hecho nada malo. Al contrario, le he hecho un favor desvelando todo.

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