Renee Rabinowitz es una sagaz abogada ya retirada que tiene un doctorado en psicología educativa, la cual escapó a los nazis en Europa cuando era una niña. Ahora, está por convertirse en un caso de estudio en la batalla sobre religión y género en los espacios públicos de Israel – y los cielos arriba -, como la querellante en una demanda que acusa a El Al, la aerolínea nacional, de discriminación.

Rabinowitz estaba cómodamente sentada en su asiento de pasillo en la sección de negocios del Vuelo 028 de El Al procedente de Newark, Nueva Yérsey, con destino en Tel Aviv en diciembre, cuando, en sus palabras, “aparece un hombre más bien distinguido con atuendo hasídico o haredí, supondría que de alrededor de 50 años”.

El hombre tenía el boleto de la ventanilla en su fila. Pero, como muchos pasajeros ultra ortodoxos, él no quería sentarse junto a una mujer, considerando prohibido incluso el contacto inadvertido con el sexo opuesto bajo la interpretación más estricta de la ley judía. Al poco tiempo, dijo Rabinowitz, un sobrecargo le ofreció un asiento “mejor”, hasta adelante, más cerca de primera clase.

A regañadientes, Rabinowitz, abuela vestida impecablemente de 81 años, quien camina con un bastón debido a problemas con las rodillas, accedió.

“A pesar de mis logros – y mi edad también es un logro – me sentí minimizada”, recordó en una reciente entrevista desde su apartamento elegantemente amueblado, en un vecindario de moda en Jerusalén.

“Para mí, esto no es personal”, agregó Rabinowitz. “Es intelectual, ideológico y legal. Pienso para mis adentros, aquí estoy, una mujer mayor, educada, he viajado por el mundo, ¿y algún tipo puede decidir que yo no debería sentarme junto a él. ¿Por qué?”

Eso es precisamente lo que han estado pidiendo muchas feministas y defensores del pluralismo religioso en Israel y el extranjero en lo que, a decir general, es un creciente fenómeno de religiosos hombres judíos que se niegan a sentarse junto a mujeres en aviones. Varios vuelos de Nueva York a Israel, en El Al y otros aerolíneas, han sido demorados o interrumpidos porque algunas mujeres se negaron a moverse, y se han dado campañas en medios sociales que incluyen una petición en protesta.

Apenas esta semana, en una situación diferente pero relacionada, un hombre ultra ortodoxo creó un disturbio en un vuelo de El Al proveniente de Varsovia, Polonia, hasta Tel Aviv para protestar por la transmisión de “Truth”, protagonizada por Cate Blanchett y Robert Redford, película que consideró inmodesta, informó el diario israelí Yediot Aharonot.

Ahora, un grupo liberal de activismo que había pasado dos años buscando un caso de estudio sobre el cambio de asientos planea demandar a la aerolínea de bandera azul y blanco en nombre de Rabinowitz ante un juzgado en Tel Aviv, la semana entrante.

“Necesitábamos un caso en el que un sobrecargo estuviera activamente involucrado”, explicó el director del grupo, Anat Hoffman, “para mostrar que El Al ha internalizado la orden: ‘No puedo sentarme junto a una mujer'”.

Un portavoz de El Al dijo en una declaración que “cualquier discriminación entre pasajeros está prohibida estrictamente”.

“Los sobrecargos de El Al están a la vanguardia de suministrar el servicio para la diversa variedad de pasajeros de la empresa”, leía la declaración. “En la cabina, los sobrecargos reciben peticiones diferentes y variadas e intentan asistir tanto como es posible, siendo el objetivo que el avión despegue a tiempo y que todos los pasajeros lleguen a su destino como se programó”.

El grupo de Hoffman, el Centro Israel de Acción Religiosa, que trabaja con miras a promover el pluralismo en espacios públicos, combatió previamente a empresas israelíes de autobuses y al Ministerio de Transportación en torno a segregación de género en las así llamadas filas kosher que atienden a vecindarios ultra ortodoxos. La Suprema Corte penalizó en 2011 que se requiriera a mujeres sentarse en la parte trasera del autobús y permitió que hombres y mujeres se sienten separados, solo si lo hacían de manera voluntaria. Dos años más tarde, el procurador general de Israel emitió lineamientos en los que se pide a ministerios gubernamentales y dependencias públicas que pongan fin a toda manifestación de segregación de género en la esfera pública.

Desde esos días, el grupo ha girado su enfoque hacia el cielo. Rabinowitz asistió a una conferencia de Hoffman unas pocas semanas después de su trascendental vuelo. Surgió el tema del cambio de asiento, y Rabinowitz le dijo a Hoffman que eso le había ocurrido a ella.

“Cuando le conté a Anat que el sobrecargo me pidió que me cambiara, ella se emocionó mucho”, recordó Rabinowitz.

Rabinowitz, quien se mudó de Estados Unidos a Jerusalén hace aproximadamente una década atrás, dice que ella no está en contra de los haredí – término hebreo para referirse a ultra ortodoxos, el cual significa el que tiembla ante Dios – y ella viene con sus propias credenciales temerosas de Dios.

Nacida en Bélgica, huyó con su familia durante la ocupación nazi de 1941. Tuvo una crianza religiosa, asistió a una escuela judía ortodoxa en Nueva York, donde se hacía valer un código de vestimenta estrictamente modesto, y ella sigue observando la mayoría de las leyes del Sabbat. Tanto su segundo marido, quien murió hace tres años, como el primero (se divorciaron en 1986) fueron rabinos.

Ella describió a uno de sus nietos como hasídico o haredí, y dijo: “La idea de tener una población haredí es maravillosa, siempre y cuando ellos no me digan qué hacer”.

Rabinowitz había estado visitando a familiares en Nueva York antes de abordar el vuelo de El Al a casa, el 2 de diciembre. Según cuenta, el sobrecargo tuvo una breve conversación en hebreo con quien sería su ultra ortodoxo compañero de asiento, la cual ella no pudo entender, y después persuadió a Rabinowitz a que viniera y viera el asiento “mejor”, al final de una fila de tres.

“Había dos mujeres sentadas ahí”, dijo. “Yo pensé ‘Ay, si van a hablar toda la noche, no me voy a alegrar'”. Le pidió al sobrecargo si estaba sugiriendo el cambio porque el hombre a su lado quería que ella se moviera, dijo, “y él dijo ‘sí’ sin dudarlo”.

Cuando Rabinowitz regresó a su asiento original para recoger su equipaje de mano, con la ayuda del sobrecargo, preguntó al otro pasajero: ‘¿Por qué tiene importancia? Tengo 81 años. Y él dice: ‘Está en la Tora'”.

Después de discutir brevemente el punto, ella se pasó al nuevo asiento. “Pensé, ‘Él va a ser infeliz'”, recordó. “No había ningún otro asiento disponible para él junto a un hombre, así que pensé que yo lo intentaría”.

Las otras mujeres en la nueva fila estaban ocupadas trabajando y no hicieron plática. De cualquier forma, Rabinowitz dijo que se había sentido más insultada porque el sobrecargo había intentando engañarla.

“El sobrecargo me trató como si yo fuera estúpida”, dijo, “pero ese es un problema común en Israel si no hablas hebreo. Dan por hecho cosas sobre ti. Suponen que pueden cargarte la mano”.

Un abogado por el grupo de acción religiosa le escribió una carta a El Al el mes pasado, diciendo que Rabinowitz se había sentido presionada por el sobrecargo y acusando a El Al de discriminación ilegal. Argumentó que una petición para que una persona no sea sentada junto a una mujer difería de otras peticiones para moverse, digamos, para sentarse cerca de un pariente o amigo, porque era degradante por naturaleza. El abogado exigió 50,000 shekels (alrededor de 13,000 dólares) en compensación para Rabinowitz.

Más bien, la aerolínea ofreció un descuento de 200 dólares en el siguiente vuelo de Rabinowitz por El Al. Insistía en que no había discriminación de género en vuelos de El Al, que el sobrecargo le había dejado en claro a Rabinowitz que ella no estaba obligada de manera alguna a moverse, y que había cambiado de asiento sin discusión.

Desde entonces, Rabinowitz ha tenido tiempo para reflexionar. Dijo que su hijo le había dicho que “toda esta idea de que no puedes sentarte junto a una mujer, es espuria”.

Ella citó a un eminente académico ortodoxo, Rabino Moshe Feinstein, quien aconsejó que era aceptable que un hombre judío se sentara al lado de una mujer en el tren subterráneo o un autobús, siempre y cuando no hubiera intención de buscar placer sexual a partir de cualquier contacto incidental.

“¿Cuándo se convirtió la modestia en la suma y fin de todo de ser una mujer judía?” preguntó Rabinowitz. Citando ejemplos como la guerrera bíblica Débora, la matriarca Sara y la Reina Esther, ella destacó: “Nuestros héroes de la historia no fueron modestas mujercitas”.

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