Aceptémoslo, la historia de la Cenicienta la conocemos todos. Si no es por la versión con ratones de Disney, o por una Drew Barrymore con outfit medieval o por la nueva versión con Cate Blanchett recalculando la maldad. Todas y cada una de las versiones tienen a las hermanastras, un objeto perdido y unos cuantos personajes bondadosos que ganan al final.  

Ahora no es una estrella “hollywoodense” la que me vendrá a la mente cuando escuche “la Cenicienta”, será Guadalupe Paz y su voz llenando el lugar. No olvidaré su notable maestría al abordar con virtuosismo cada aria de su papel, “Angelina”. Ni que por alguna razón, llegó muy temprano a la repartición de talentos porque actúa y canta como si no hubiera un mañana. Es un orgullo conocer a una mexicana que figura con tanto talento, compromiso y soltura, dentro y fuera de nuestras fronteras. 

A su lado, con un traje sacado de la imaginación de Charles Perrault, se encontraba Óscar de la Torre, interpretando al príncipe Ramiro. Hay una razón por la cual este tenor toca la lista de los que triunfan, simplemente, su voz es la razón del por qué este mexicano roba aplausos allá por donde vaya y en este caso el robo fue en casa, en sus tierras mexicanas. 

 Después de esta presentación, cambiaré a la madrastra rencorosa por el papel de Don Magnífico, con un Noé Colín que mantuvo la risa en la boca del público. Su voz ha brillado en el mundo y, esa noche, brilló para nosotros. Su interpretación acaparaba la mirada de cada uno de los presentes.  Josué Cerón, ya no sé qué me gustó más de él, su actuación o su habilidad para brincar, subir y bajar mientras cantaba todas las coloraturas con la misma facilidad con la que yo doy los buenos días. 

Cambiaré al hada bonachona por un Alidoro, intrepretado por Arturo López Castillo, este sabio que con su presencia y su actuación justificó aquello de que no hace falta tanta magia, sino una buena aportación. El equipo cómico se completó con Zaira Soria y Araceli H. Fernández. Realmente estas talentosas mujeres, llenan con creces la interpretación de las dos hermanastras. Sus gestos y bromas hacían que no te terminaran de caer mal a pesar de lo insoportables que eran con la pobre de Angelina. 

Sin embargo, sin libro no hay historia, y el marco que envuelve a una buena ópera son la escenografía, el vestuario, la coreografía, el maquillaje y, de forma más obvia, el coro del Teatro del Bicentenario. Cada aplauso que retumbó esa noche fue también para cada uno de ustedes, los responsables de que sí hubiera magia en esas tablas. 

Agradezco a cada uno de los responsables de que esa noche fuese inolvidable. Aplausos por más noches de ópera y por más talentos mexicanos volviendo a casa. Por más puertas abiertas y un Teatro vestido de fiesta. Por un público más presente y una ciudad pintada de ópera. Y con la firme creencia de que el esfuerzo y el trabajo bien hecho es la magia de toda historia. 

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