CIUDAD DE PANAMÁ, Panamá – El mensaje anónimo empezó a aparecer en celulares panameños a los pocos días de que se divulgara la noticia de que se habían filtrado 11.5 millones de documentos, llamados los Papeles de Panamá, de un bufete legal que maneja sigilosas empresas fantasma.
El mensaje fue un llamado a las armas para defender el honor de la nación.
“¡De acuerdo, gente! La única forma de combatir a quienes están opacando el nombre de nuestro país es crear contenido positivo, informado y educado”, leía el mensaje en español, que circuló rápida y ampliamente. “¡Nosotros solo queremos limpiar el nombre de Panamá! Queremos atacar como en artes marciales, usando la fuerza de nuestro oponente. Todo al mismo tiempo!”
Al poco tiempo, medios sociales estaban decorados con hashtags multilingües a favor de Panamá, a menudo acompañados de fotos de playas, atardeceres, montañas y gente feliz y despreocupada: #PanamaParadise, #ILovePanama, #WeArePanama, #WeAreNotPapers and #PanamaIsMoreThanPapers.
Si bien las filtraciones del bufete, Mossack Fonseca, pudieran haber dejado a Panamá pareciendo un manantial de paraísos fiscales y un amigo incondicional de los ricos y corruptos, han desatado también una erupción de fervor patriótico en este pequeño país centroamericano. Desde las empobrecidas tierras rurales en la lejanía y hasta los salones del palacio presidencial, los panameños están devolviendo el empujón de la atención negativa que ha caído sobre ellos.
“Ellos hicieron que el Panamá normal, corriente, cobrara vida y dijera: ‘¿Qué está pasando? No soy un pedazo de papel. No soy el tipo lavando dinero en Londres, en Francia, en Japón. Yo no soy ese'”, dijo Antonio Alfaro, el presidente de la Cámara de Turismo de Panamá, asociación de la industria. “Ellos nos han unido”.
Algunos panameños han visto la filtración y la resultante cobertura de noticias internacionales como un ataque a la soberanía panameña, o incluso como una estratagema de un competidor extranjero por arrebatarle negocios a Panamá.
Muchos han respingado ante el llamativo mote para el escándalo – Papeles de Panamá -, diciendo que avergonzaba injustamente a toda una nación. Sopesaron alternativas, como la nada atractiva “Papeles Mossack Fonseca”.
La reacción ha sido generalizada, extendiéndose a través de todas las líneas socioeconómicas.
“La mayoría de la gente que ha estado involucrada en estos documentos son extranjeros, no panameños, así que Panamá realmente es la víctima de esto”, dijo Fernando Aramburú Porras, consultor de administración y ex ministro de economía y finanzas de Panamá. El humor nacional “está un poco golpeado”, dijo.
Si bien la reacción ha fluido de una profunda reserva de orgullo nacional, algunos comentaristas panameños dijeron que eso refleja cierta fragilidad nacional; revelando quizá una falta de autoconfianza con respecto al lugar del país en el mundo.
Miguel Antonio Bernal, abogado constitucionalista y autoproclamado “agitador de conciencia”, dijo que, en efecto, Panamá aún estaba intentando encontrar su asidero como una democracia independiente tras años de haber vivido bajo dictaduras militares y dentro de la esfera estadounidense de influencia, durante la administración del canal por parte de Estados Unidos, que terminó en 1999.
“¿Y ahora qué somos?” preguntó, encogiéndose de hombros. Equiparó al país con un adolescente. “Somos un paisito de 15 años en el mundo, pero no sabemos qué somos. Perdimos nuestra alma en los últimos 30 a 40 años. Estamos buscando nuestra alma, nuestra identidad, lo que significa ser panameño”.
Con una economía estable y de crecimiento acelerado que depende de un sector servicios bien desarrollado, el país se ha convertido en un eje de comercio regional y un popular lugar para la inversión extranjera en bienes raíces. Sin embargo, padece también de una de los peores disparidades de ingresos en América Latina, con altos índices de pobreza entre sus casi 4 millones de habitantes, particularmente en áreas rurales.
El país ha alineado estrechamente su identidad con el Canal de Panamá, que durante años ha sido algo similar a una vaca sagrada aquí, inmune a las críticas. Sin embargo, incluso esa institución no ha sido una fuente incondicional de orgullo para la nación últimamente.
Un ambicioso proyecto con miras a expandir el canal se ha pasado del presupuesto costando alrededor de 5,300 millones de dólares – y su inauguración, ahora programada para el 26 de junio, ha sido demorada durante casi dos años. Algunos panameños, aunque discretamente, dicen que les ha inquietado el daño a la reputación internacional del país, si la apertura del canal se demorara incluso más.
Pero, aunque los panameños por lo general celebran y acogen de buena gana su canal, no puede decirse lo mismo de su relación con la robusta industria de banca de baja fiscalidad. Tras la filtración de Mossack Fonseca, muchos se apresuraron a distanciarse de los abogados y banqueros involucrados en esa industria, así como de los políticos que la protegieron.
“La gran mayoría de la gente de Panamá es honesta, gente trabajadora”, dijo Luis González Marín, prominente oficial sindical. “Cuando hay una lucha entre elefantes, lo que sufre es el pasto”.
“Hizo que todos los panameños se vieran mal”, dijo Roger Villareal, empleado de hotel en el distrito bancario de Ciudad de Panamá, sobre el escándalo. De igual forma, él ha participado en la campaña por Panamá a través de medios social, desatando varios tuits anexos al hashtag #PanamaEsMasQuePapeles, o #PanamaIsMoreThanPapers.
Dijo que Twitter, que es inmensamente popular en Panamá, había permitido a los panameños expresar su sensación de liberación tras años de vida bajo la bota de dictadores y, en cierta medida, de Estados Unidos.
“¿Conoce la sensación cuando se ha quitado un peso de encima?” preguntó. “Usted tiene la libertad de expresarse. Se siente capaz de defender lo que es suyo”.
Con base en un sondeo nacional levantado por la firma panameña de investigación Dichter & Neira, 91 por ciento de los encuestados creía que el tema de los Papeles de Panamá había afectado “enormemente” la imagen del país, al tiempo que 81 por ciento creía que eso afectaría a la economía del país. (La encuesta en todo el país fue conducida durante entrevistas frente a frente con 1,200 adultos en sus hogares, presentando un margen de error en la muestra de más o menos 2.9 puntos porcentuales.)
Sin embargo, algunos panameños consideran que la filtración y las consecuencias resultantes son un potencial punto de inflexión para el país, una prueba de su constitucional emocional y su deseo de ganarse el respeto del mundo.
“Lo que necesitamos en este momento no es un patriotismo loco”, dijo Bernal, quien suele ponerse un prendedor de la bandera panameña en la solapa de su saco. “Necesitamos ver la crisis como una oportunidad para ser mejores: para curar lo que sea necesario en Panamá primeramente, y después ser respetados por todo el mundo”.
Equiparó la crisis de los Papeles de Panamá con una ola: Ya sea que el país la alcanza, como un surfista, o termina aplastado. “Necesitamos surfear a la cima de la ola para recuperar el país”, dijo. “Es un buen momento para pensar y reflexionar y actuar”.
Algunos funcionarios de turismo han estado intentando averiguar cómo tomar toda la atención negativa y darle un giro a favor del país.
Alfaro, de la Cámara de Turismo, dijo que un alto a la publicidad gubernamental de turismo hace más de un año, así como demoras en la construcción de un nuevo centro de convenciones, han impedido el crecimiento del sector.
Pero, en semanas recientes, el país ha recibido más publicidad internacional de la que alguna vez soñó… tan solo no del tipo con que soñó, quizá.
Alfaro también buscó una metáfora del surf: el agua al parecer nunca está lejos de la mente en un país apretujado entre el mar Caribe y el océano Pacífico.
“Si podemos hacerlo con la velocidad suficiente, entonces es probable que podamos montar la ola de que todos sepan dónde está Panamá”, dijo, entre risas. “Tenemos que montar esa ola, pero tenemos que hacerlo con sumo cuidado”.
Los motores de promoción del turismo en su mente habían empezado a girar.
“Dicen que somos un paraíso fiscal o financiero”, dijo, mientras un argumento iba cobrando forma. “Pero, ¡somos un paraíso turístico! Díganme, ¿dónde más se puede desayunar en el Pacífico, almorzar en el Atlántico y estar en las montañas de noche sin haberse subido a un avión?”