Pedir un deseo y contar hasta tres es requisito antes de abrir uno de los libros de Roald Dahl. Cerrar los ojos tampoco vendría mal.
La obra literaria del nacido en Cardiff, Gales, está toda consignada por escrito, pero abreva de la tradición oral para que, poco a poco, el mundo creado por las palabras sea el único posible de habitar.
Libros icónicos como Charlie y la fábrica de chocolate, Matilda, Las brujas y James y el melocotón gigante, por citar solo algunos, son parte del legado literario de Dahl, quien más que invitar a leer, invitaba a sus lectores a escuchar fantásticas historias.
“Yo mismo tuve dos encuentros distintos con brujas antes de cumplir los ocho años. Del primero escapé sin daño, pero en la segunda ocasión no tuve tanta suerte. Me sucedieron cosas que seguramente te harán gritar cuando las leas”, escribió casi al inicio de Las brujas.
Así, sus lectores infantiles y juveniles se hacen, quieran o no, cómplices y parte de una historia a la que están ligados de principio a fin.
La aventura
Nacido el 13 de septiembre de 1916, tenía menos de 30 años de edad cuando estaba en su apogeo la Segunda Guerra Mundial, conflicto bélico del que formó parte como piloto aviador.
Integrante de la Real Fuerza Aérea Británica, realizaba un vuelo entre Egipto y Libia cuando se vio obligado a intentar un aterrizaje en el desierto, la maniobra falló y acabó por estrellarse. El saldo fue una nariz rota, el cráneo fracturado y una ceguera total.
El panorama era desalentador para Dahl, pero luego de ocho semanas en la oscuridad recuperó la vista. Su participación en la guerra continuó como piloto, pero unos meses después fue destinado a Wa-shington, Estados Unidos, donde conoció a su esposa y comenzó a escribir.
Su primera publicación apareció en el Saturday Evening Post, fue un texto en el que recordaba el accidente aéreo que protagonizó, episodio de su vida al que también se refirió en Volando solo, su autobiografía.
Su primer libro infantil se publicó en 1943 bajo el título de Los gremlins. El nombre es muy conocido por la película que Steven Spielberg hizo en 1984, pero lo cierto es que esos monstruos que crecen a partir de una criatura que parece inofensiva, poco tienen que ver con los personajes creados por Dahl.
Los gremlins forman parte de la tradición oral de los pilotos aviadores. Para los integrantes de la Real Fuerza Aérea Británica es a estas criaturas a las que se les pueden achacar todos los desperfectos que sufren los aviones durante los ejercicios y combates.
En el libro de Dahl, la motivación de los gremlins para sabotear las aeronaves es la venganza, porque la Real Fuerza Aérea Británica destruyó el bosque que habitaban para construir una fábrica de aviones.
El protagonista, llamado Gus, debe dejar su avión luego de que un gremlin lo destruye pero, al ir cayendo en su paracaídas convence al gremlin de unir sus fuerzas contra un enemigo en común: Hitler.
Pasaron 18 años para que se publicara su segundo libro: James y el melocotón gigante -también adaptado al cine-, en el que un niño huérfano sufre lo indecible a manos de sus tías, pero cuando cree que todo está perdido, la magia lo salva y, de manera poco convencional, lo lleva hasta la tierra prometida.
Fue su tercer libro el que lo consagró y uno de los más conocidos a 100 años de su nacimento. Charlie y la fábrica de chocolate llegó a las librerías en 1964 y al cine -por primera vez- en 1971, adaptado por el propio Dahl.
La historia, ya se sabe, tiene como protagonista al bondadoso Charlie Bucket, quien, pese a tener todo en contra, resulta ser el ganador de uno de los codiciados boletos dorados que le permitirá realizar el sueño de su vida: conocer la fábrica de chocolates de Willy Wonka.
Los niños
Dahl tuvo cinco hijos, pero la paternidad no estuvo para él, llena de juegos y fantasía. Su hija Olivia falleció de encefalitis y su hijo Theo, padeció hidrocefalia.
Quizás fue por lo anterior que decidió dotar a sus protagonistas infantiles de caracteres indómitos y capacidades fantásticas, capaces de sortear cualquier dificultad.
Sin importar lo terrible que parezca el panorama, los hijos literarios de Dahl siempre salen adelante.
Ya sea enfrentando a terribles brujas, venciendo a gigantescas y tiránicas directoras de escuela o a pequeñas pero temibles creaturas, el autor dejó una lección inolvidable consignada en su libro Volando solo: “La vida se hace de una gran cantidad de pequeños incidentes y una pequeña cantidad de los que son grandiosos”.