Actual lugar de reposo de las galas y reliquias de la historia, como lo calificó Salvador Novo, el Castillo de Chapultepec es hoy garante del pasado y el origen de una nación pero también baluarte de la defensa irrestricta que debe hacerse de la soberanía nacional.
Cierta o no la historia de los Niños héroes, lo que sí está documentado es que el 12 y el 13 de septiembre de 1847 el Castillo de Chapultepec -entonces Colegio militar-, fue atacado por las tropas estadounidenses. Se desarrollaba el episodio histórico conocido ahora como Intervención Norteamericana que culminó con la toma de la Ciudad de México y la pérdida de la mitad del territorio nacional.
Pese a la terrible derrota, la historia oficial destaca la defensa del castillo realizada por los cadetes que lo habitaban y, en particular, nos cuenta sobre Juan Escutia, Agustín Melgar, Francisco Márquez, Fernando Montes de Oca, Juan de la Barrera y Vicente Suárez quienes murieron por la Patria y evitaron que la bandera mexicana fuera tomada por los soldados enemigos.
Esta narración exalta románticamente el nacionalismo, sin embargo, una vez concluida la batalla en Chapultepec y tomada la capital del país, la bandera estadounidense ondeó en Palacio Nacional.

El defensor fusilado

Una presencia sí documentada en Chapultepec aquel fatídico día es la de Miguel Miramón, militar conservador que estaría ligado al castillo en más de una forma.
Según historiadores, Miramón llegó a la escuela militar como medida correctiva por la rebeldía que mostraba en su juventud. No se imaginaba su padre, Bernardo de Miramón, que su hijo acabaría disciplinado a la fuerza como prisionero de guerra.
Terminada la Intervención Norteamericana regresó al colegio militar y continuó su carrera castrense hasta alcanzar el grado de general.
Miramón estuvo en el bando conservador cuando las Leyes de Reforma dividieron al país, Benito Juárez encabezó un gobierno itinerante y los monárquicos decidieron ofrecer el trono de México a Maximiliano de Habsburgo.
Con la llegada del emperador y su esposa Carlota, el castillo dejó de ser colegio militar para convertirse en residencia real pero para lograrlo, fue necesario convocar a una pléyade de arquitectos y hacer que el espacio fuera habitable.
Julius Hofmann, Carl Kaiser, Carlos Schaffer, Eleuterio Méndez y Ramón Rodríguez Arangoity, entre otros, fueron los encargados de dar a los nuevos monarcas una residencia digna.
Terminado el ‘cascarón’, fue necesario llenarlo con muebles, pianos, vajillas de porcelana y plata, óleos con los retratos de la pareja imperial, tapices, relojes de mesa, mantelería y cristalería de Europa para convertirlo en un verdadero castillo.
La residencia imperial estuvo lista muy pronto pero la aventura monárquica duró poco. En 1867, Maximiliano murió fusilado en Querétaro. Junto a él estaban Tomás Mejía y Miguel Miramón.
El castillo estuvo abandonado hasta 1872. Las fuerzas nacionalistas tuvieron el buen tino de no dejarse llevar por los bríos de la victoria y vandalizar el lugar. 
Funcionó después como Observatorio Astronómico y a partir de 1883 tuvo un uso compartido: como Colegio militar y residencia presidencial.
Porfirio Díaz fue quien más cuidó del castillo -en una de sus salas se conserva su habitación y su tina de baño-, y posteriormente varios presidentes lo 
habitaron. 
En 1939 Lázaro Cárdenas decidió que Los Pinos eran mejor opción para el mandatario de una república y decretó la creación del Museo Nacional de Historia para albergar las colecciones del Departamento de Historia del antiguo Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía.
“Por fin aquí un museo en que lucen como lo merecen las galas y reliquias de nuestra historia”, escribió Salvador Novo en su libro Nueva grandeza mexicana. 

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