La primera vez que Sergio Álvarez intentó acercarse a las nubes, lo hizo desde el avión presidencial Morelos, acompañando a Eva, la primera dama y esposa del Lic. Adolfo López Mateos. Él era parte del equipo de periodistas del INPI, al que hoy llamamos DIF.
Desde el aeroplano contempló la extensa maqueta de millones de casitas que conforman la Ciudad de México; la gente como hormigas y los edificios como los zapatos de un sismo gigante que estaba a dos décadas de pisotearlos.
En el Morelos, Sergio echó un vistazo a su pasado. Fue una época dura en los cuarenta, años de hambre, orfandad y desempleo; su padre acababa de perder la vida en el carro de sitio que manejaba, y él con 13 años, quedó al cuidado de su madre y abuela. Vivían en una de las tantas vecindades de la Ciudad de México. Todavía tiembla Sergio cuando lo recuerda. “Tenemos que defender la casa, desde ahora tendrás que trabajar para la renta, aunque no comamos pero tenemos que pagarla”, le ordenó su madre.
En esos años de tormenta, recuerda muy bien a don Leopoldo Rubira y Casas en el patio de la vecindad, con sus libros de poesía en las manos. “Él fue un poeta espiritual, le vendía sus publicaciones a los sacerdotes de Catedral. Él fue el que me acercó a la literatura, me daba clases de lecto escritura. Yo solo estudié la primaria y con él nació esa obsesión por los libros. Fue difícil, yo sin estudios, sin dinero, pero por mi deseo de prosperar me perdía en la lectura”, explicó Sergio Alvarez Bermúdez.
Su primer sueldo lo cobró como ‘office boy’ en la radio-estación de la XELJ hasta que un día su padrino que era intendente, provocó un giro interesante en su vida. “Tenía un padrino que era intendente en la Secretaría de Economía, trabajaba con el Lic. Loyo, que era subsecretario de Economía y él me aceptó de mozo haciendo labor de limpieza. El sindicato elaboraba un periódico, y yo pedí me dejaran prestar servicio. Una persona llevó mis escritos con el secretario y le dijo que yo anhelaba ser empleado. Pasaron tres meses y me manda llamar el director y me dijo leí sus escritos, me lo repitió: mi verdadero conocimiento radica en la sutil observación que pongamos en todos los actos de nuestra vida”, me felicitó.
“Entré a la Dirección General de Estadística, ahora INEGI , le llevaba los boletines a varios periodistas y me relacionaba con ellos. En el 60, Arturo Rodríguez Blancas, redactor político de Novedades entra a hacerse cargo de los censos nacionales, le pedí que me invitara a cubrir, lo hizo, hasta que un día que él no pudo me envió y estando allí veía que los oradores hablaban y que los periodistas anotaban y yo también lo hacía. Le entregué una redacción de seis páginas, desde entonces empecé como periodista, trabajé en radio y prensa hasta que terminé por formar parte del equipo de redacción y prensa en el INPI con doña Eva, la esposa del presidente López Mateos. Después estuve 20 años cubriendo espectáculos en el periódico de La Razón en Monterrey; pasé 20 años viajando en aviones”.
El terremoto
Desde fines de los ochenta que don Sergio Álvarez Bermúdez radica en Lagos, tiene 83 años y todavía escribe para el periódico Provincia. Cuenta que el trauma del terremoto del 85, lo motivó a emigrar de la Ciudad de México.
“Me dirigía al trabajo, iba en el transporte federal, cuando tembló vimos cómo se desprendieron tres pisos, los que hacían la limpieza comenzaban desde arriba y ahí murieron casi todos. No se veía mas que polvo y tierra, mi pensamiento fue mi madre. Me fui caminando hasta mi casa, vi a las costureras sangrando que eran evacuadas de su oficio, otros edificios se iban cayendo. Fue terrible mi mamá estaba en la cama impávida, dice que prefirió quedarse ahí. En la noche, el otro terremoto fue peor se suspendió la luz, en la oscuridad la gente en el suelo gritaba: ¡Dios mio, ya no nos tortures!. Eran las ocho, lo poco que quedó suspendido se vino abajo”, narró el sobreviviente.