Cuando Jaime Sabines escribió su emblemático texto “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, una larga tradición de autores lo acompañaba.
Escribir sobre la muerte no es nada nuevo. Podría decirse que prácticamente ningún tema resulta inabordado por la literatura, es la manera de aproximarse a este donde se puede encontrar la novedad y la diferencia.
Uno de los primeros textos generados a partir del dolor es “Coplas por la muerte de su padre”, de Jorge Manrique, poeta castellano del Prerrenacimiento, que escribió un elogio fúnebre luego de la partida de don Rodrigo Manrique.
En dicha composición, el autor presenta a su padre como un modelo de heroísmo, virtud y serenidad. Un tono que sigue la mayoría de obras -ya sean de poesía o narrativa-, que recuerdan a un ser querido que murió.
Esta tradición de literatura a propósito de la pérdida y la muerte incluye a libros tan emblemáticos como “Pedro Páramo” en el que Juan Preciado encuentra los ecos de un pueblo al que su padre, al que no conoció, dejó morir luego de perder a su hijo predilecto.
En esos folios también es posible leer cómo Pedro Páramo se lamenta por el amor que lo unió, sin unirlo, a Susana San Juan.
“Santa”, de Federico Gamboa, habla también sobre la muerte, en este caso, de la virtud de la protagonista y de todo lo bueno que la rodeaba.
“La amada inmóvil”, obra poética de Amado Nervo, es un largo texto escrito por el autor mexicano a raíz de la muerte prematura de Ana Cecilia Luisa Daillez, su gran amor.
“Muerte en la tarde”, de Ernest Hemingway, ofrece, a propósito de la tauromaquia, un tratamiento más descarnado sobre el trance. Algo que también hizo Gabriel García Marquez en “Crónica de una muerte anunciada”, novela en la que hace una descripción extrema de las vísceras de Santiago Nasar, su malogrado protagonista.
De cuando inspiran la pérdida y la tragedia
Cuando Jaime Sabines escribió su emblemático texto “Algo sobre la muerte del mayor Sabines”, una larga tradición de autores lo acompañaba.