El Teatro del Bicentenario, del Forum Cultural Guanajuato presentó su nueva producción lírica “La leyenda del beso”, de Reveriano Soutullo y Juan Vert.
Luego de las tres llamadas, el montaje principió, para que por poco más de dos horas el elenco de la puesta en escena transportara a su audiencia a la Castilla de los años 20.
La noche transcurrió. Los violines, violonchelos y flautas y demás instrumentos comienzan su fusión y en la penumbra del escenario un grupo de zíngaros aparece en busca de su nuevo destino y un lugar dónde acampar.
En su andar con la tribu, Iván, representado por Ángel Ruz, abre con la primera aria de la noche, en la que canta su sufrir por la eterna pasión que siente por la joven bella que a su canción da alegría.
Cuando el sol comienza a salir, las tropas anuncian la salida al bosque para ir de caza del Conde Mario, representado por Amed Liévanos, acompañado de sus amigos para celebrar su adiós a la vida de soltero. Tras regresar a sus tierras con un gran un jabalí cazado, se disponen al festejo, pero el velador aparece y comunica la llegada de la tribu gitana a la propiedad.
Desconcertado por los invasores, el Conde sale a averiguar; la tribu le comunica el agradable recibimiento de su padre veinte años atrás, mientras las bellas integrantes bailan y lo introducen a su mundo gitano.
Impresionado por los sensuales movimientos al son de los oboes y el pandero y la gran voz que acompaña a la majestuosa figura de Amapola, interpretada por la soprano Violeta Dávalos, el Conde la invita a quedarse con él un rato más e invita a la tribu a un festín. Con los celos a flor de piel, Iván aparta a su amada de Mario y éste decide marcharse.
Ya caída la noche, un grito se escucha y el joven aristócrata teme por su gitana; herida por el jabalí, la nómada es dispuesta en los brazos de Mario.
Aterrado por perderla, canta que el amor ha brotado en su corazón y que su boca desea besar, Amapola despierta y en un arrebato de pasión decide besarla, pero Ulita, la más vieja de la tribu, le advierte sobre la maldición zíngara, que reza que aquel hombre que bese a Amapola, morirá.
Tras los sonidos gitanos de “¡Gran Dios!¡Es gitana!” y aplausos por la interpretación se cerró el telón y se iluminó el recinto.
Luego del intermedio, el escenario reflejaba las sombras del anochecer que se posaban en el campamento gitano.
Invadido por los celos, Iván se rehúsa a asistir a la celebración, pero Ulita le pide entrar en razón pues su andar es infinito, pero el amor de Mario por Amapola es pasajero.
Intrigado por la cultura de su bella danzante, el aristócrata pide que le lean la mano para conocer su destino. Amapola se ofrece e iluminada por el “Lucero de Oriente” amapola adornada por el dulce y conspirador sonido gitano del oboe, fagotes y flautas invoca sus dones.
Listos para marcharse al amanecer, Mario pide a Amapola un encuentro. Atormentado por la duda y eufórico de amor, el Conde ansía la llegada de la hermosa mujer.
La gitana aparece y Mario le pide quedarse para que descanse entre sedas y perfumes y confiesa su deseo por un beso, aunque con éste la muerte ha de encontrar. Endulzada por las bellas palabras de amor, Amapola corresponde a su última petición.
Impregnados de una atmósfera llena de romance, los presentes fueron testigos del sello de amor entre Mario y Amapola.
Iván interrumpe, el dramatismo enmarcado por los timbales y percusiones se hace presente, y pone fin a la vida del heredero.
Entre aplausos y un público de pie, el elenco de la puesta en escena se despidió en su noche de estreno.