El expresidente Álvaro Uribe llegó caminando hasta la urna. Los cuatro observadores electorales se pusieron de pie para darle la mano y marcó el no antes de introducir la papeleta.
Entonces, frente a las puertas del colegio electoral, reunió a los medios de comunicación y empezó a hablar. “¿Por qué el Gobierno redujo el umbral electoral para esta ocasión del 50 al 13 %? ¿Por qué redujo las 297 páginas de los Acuerdos de La Habana a una sola pregunta? ¿Por qué negó recursos oficiales para la campaña del no? ¿Qué le van a decir a 140, 000 presos por delitos menores cuando los mayores responsables de las FARC no serán encarcelados y pueden ser elegidos políticamente?.
Sin hacer ni siquiera una pausa para respirar, Uribe levantó un recorte de periódico con la imagen de un secuestrado de la guerrilla y prosiguió: “A la comunidad internacional le pregunto si un país democrático daría elegibilidad a alguien que puso un collar bomba a un secuestrado. A los jóvenes les digo, la paz es ilusionante pero el texto de La Habana decepcionante. Muchas gracias a todos” y se marchó por donde vino.
En apenas un minuto y 50 segundos y sin un papel delante, resumió su ideario político y aprovechó hasta los últimos segundos de televisión para hacer campaña por el no, consciente de que a partir de ese día volvería a desaparecer de los grandes medios. Sólo unas horas después, decenas de personas se concentraban frente a su finca de Medellín para celebrar el inesperado triunfo del no por 53,000 votos. 
Precisamente en Antioquia, y su capital Medellín, donde Uribe fue gobernador se convirtió en uno de los motores del no a nivel nacional al lograr una contundente victoria por 26 puntos de diferencia, un resultado inverso al de la capital Bogotá, donde el sí ganó por 13 puntos.
En las urnas del domingo se enfrentaban el sí, encabezado por el presidente Juan Manuel Santos con un 21 % de popularidad, una de las más pobres del continente, frente al no, impulsado por  Uribe, con una popularidad casi tres veces mayor, prácticamente intacta desde que dejó el poder en 2010.

Una disputa de 4 años

Desde que hace cuatro años Santos se embarcó en el proceso de paz ambos han mantenido un enfrentamiento permanente.
Mientras Uribe agitó con éxito la teoría de que Santos- perteneciente a las élites del poder desde la cuna- conducía al país hacia el ‘castrochavismo’, el mandatario ha jugado a ignorarlo. Mientras Santos ha puesto a todo el aparato del estado a trabajar por el sí, reclutando expresidentes o ministros y destinando grandes cantidades de dinero para la causa, Uribe se ha dedicado a recorrer pueblos y remotos municipios acompañado de un pequeño grupo de fieles, promoviendo su rechazo.
“Uribe es el único líder político que creen en la calle, que va a la calle y que hace el trabajo de ir a las universidades y los pueblos pequeños donde nadie quiere ir. El resto de la dirigencia política cree que es suficiente con controlar los grandes medios de comunicación y a los caciques que movilizan el voto en las regiones, pero la votación del domingo demostró que esa política a control remoto es un fracaso”, señala Jorge Giraldo, decano de Humanidades de la universidad EAFIT de Medellín.
En contraste, después de introducir la papeleta, la familia Santos al completo, impecablemente vestida en tonos blancos y azules, posó frente a la residencia presidencial como si se tratara de la portada de una revista del corazón. 
Políticamente el partido de Uribe, el Centro Democrático, es el principal partido de la oposición y aunque el exmandatario no puede volver a presentarse, nadie duda ya que este plebiscito lo coloca en la carrera presidencial, con alguno de los escuderos que lo acompañan, como perfecto hombre de paja.

Leave a comment

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *