Carolyn Maloney, una legisladora del Upper East Side de Nueva York, iba en un taxi el viernes, cuando escuchó las noticias: unos correos electrónicos que se descubrieron en una investigación sobre el sexteo que hizo Anthony Weiner habían revivido el interés de la FBI en el caso del servidor privado de Hillary Clinton. 
“Yo dije: ‘Oh, no, no eso, no puede ser que pase ahora’”, contó. Y, luego, Maloney cambió a pensar en Weiner. “No lo soporto; ni siquiera antes de esto”, agregó.
En la costa occidental, cuando a John Burton, el presidente del Partido Democrático de California, se le informó de la intrusión involuntaria de Weiner en la noche del viernes de elecciones, soltó una obscenidad enfática.
“¿Seguimos hablando de ese tipo durante unas elecciones presidenciales?”, dijo furioso Burton, pero usó una grosería enorme en lugar de tipo.
Weiner -el nombre-, se convirtió casi en una maldición entre los demócratas de alta jerarquía durante los últimos dos días, ya que el legislador en desgracia surgió inesperadamente en la recta final de la contienda presidencial. La noticia resucitó los recuerdos de previos escándalos del excandidato a la alcadía de Nueva York.
“Es como una pesadilla recurrente”, notó el reverendo Al Sharpton. “Es como una de esas películas de ‘Damien’; cada vez que crees que ya está muerto, sigue regresando”.
La furia que muchos prominentes demócratas sienten hacia Weiner se había estado acumulando durante años. Sus hábitos de sexteo los avergonzaban. Los indignaron sus intentos de retornar a la política en el 2013.
Sin embargo, la alta estima por su esposa, Huma Abedin, siempre evitó que lo hicieran público. Eso se acabó ese “viernes negro” en que resurgió la polémica “vía mail”. 
Randi Weingarten, la presidenta de la Federación Estadounidense de Maestros y una influyente partidaria de Clinton, dijo que se había mordido la lengua durante mucho tiempo por “el enorme respeto y cariño” hacia Abedin.
Sin embargo, Weingarten dijo que el trato que Weiner da a las mujeres exige una censura contundente.
“No me importa quién lo haga, nadie debería ser un depredador sexual”, dijo Weingarten. “Creo que todos debemos asumir una posición al respecto y creo que lo que está pasando ahora es que la gente lo está haciendo”.
Weiner, quien perdió su escaño en el Congreso y sus esperanzas de ser alcalde después de repetidos incidentes en los que envió mensajes lascivos a mujeres, está ahora bajo investigación federal por, presuntamente, haberle enviado mensajes sexuales a una chica de 15 años en Carolina del Norte. 
En esa indagatoria, el FBI confiscó, a principios de octubre, una computadora portátil en la que había miles de mensajes que pertenecían a su esposa Abedin, ya separada de él, una de las principales asesoras de Clinton.
James Comey, el director del FBI, le dijo al Congreso federal que los investigadores revisarán ahora esos mensajes, buscando una posible relevancia en la indagatoria sobre Clinton, una noticia que sacudió a su equipo de campaña y provocó escozor entre sus partidarios.
Para algunos, la situación desencadenó más preocupación que enojo: al expresidente Bill Clinton, quien se enteró de la noticia rumbo a su última actividad del día, en Pensilvania, le inquietaba atraer atención hostil hacia Abedin, según una persona familiarizada con su forma de pensar.
Por todo Estados Unidos, algunos que fueron asesores de Weiner, quienes hablaron a condición del anonimato, intercambiaron correos electrónicos y textos echando chispas por “el daño colateral” infligido por quien fuera su jefe.
Weiner no respondió a un correo electrónico en el que se le pedía que comentara. El equipo de campaña de Clinton ha ignorado, en gran medida, la conexión con Weiner hasta ahora, y ha instruido a los portavoces de la campaña para que eviten hablar de su papel. Sin embargo, en medio de los temores de que el comportamiento de Weiner pudiera debilitar al partido en unas elecciones críticas, los demócratas  -especialmente en su nativo Nueva York- dijeron que quizá le habían dado demasiadas segundas oportunidades a Weiner al paso de los años, y le habían dado demasiada laxitud por deferencia a Abedin.

Una constante maldición
Más allá de Nueva York, había una sensación de incredulidad que alguien que fue legislador, cuyo apellido memorable y lascivos hábitos en línea lo hacían un elemento básico de la comedia de medianoche, pudiera entorpecer las elecciones para presidente de Estados Unidos. 
El vicepresidente Joe Biden, en una entrevista con CNN, soltó: “Oh, Dios” cuando se mencionó el nombre de Weiner. Agregó: “No es santo de mi devoción”.
Sin embargo, Weiner ha sido una figura de consternación en la política demócrata durante años, en Nueva York y en todo el país; se le ha considerado, simultáneamente, como una mente política aguda y como un hombre de una inmadurez asombrosa y una ambición absorbente. 
Con un don para combatir en la televisión por cable, Weiner se forzó a estar al frente de la política demócrata, a pesar de que muchos en el partido veían que alardeaba demasiado de su inteligencia y demasiado ansioso por tener la atención de los reporteros y de las mujeres. 
En un artículo del 2001, Vanity Fair capturó a Weiner, entonces soltero, mirando lascivamente a las pasantes en el Congreso cuando se presentaba como vendedor de autopartes.
Cuando Weiner exploró la posibilidad de hacer campaña para una alcaldía en 2009, asesores de Michael Bloomberg, quien buscaba una tercera reelección, resaltaron la cobertura mediática del apoyo que brindaba al facilitar que a las modelos extranjeras les aprobaran sus visas.
“Teníamos un sentido de quién era”, comentó Bradley Tusk, quien fue coordinador de campaña de Bloomberg. “El sabía exactamente quién era”.
También, en vísperas de esas mismas elecciones, el senador Chuck Schumer, para quien trabajó Weiner alguna vez, expresó su frustración en privado en cuanto a que Weiner no estaba suficientemente interesado en la sustancia.
Se dice que hace mucho tiempo que el Senador hizo las paces con los problemas de Weiner. Sin embargo, Schumer está alineado para dirigir a los demócratas en el Senado el año entrante, y cualquier daño por el reciente escándalo de Weiner podría impedir la búsqueda de su partido por la mayoría.
Anthony Weinner ganó el aprecio duradero de Hillary Clinton en las elecciones del 2008 porque la defendió como perro de pelea durante la campaña interna contra Barack Obama. Y el matrimonio con Abedin en el 2010 pareció instalarlo permanentemente en la elite partidista, con todo y las reservas sobre su compañía.
Tan ligado a los agentes partidistas del poder estaba, por su matrimonio, que cuando buscó resucitar su carrera política con un intento por una alcaldía en el 2013, numerosos donadores demócratas hicieron cheques para su campaña, a instancias de Abedin.
John P. Coale, un acaudalado abogado que apoya a Clinton, dijo que muchos donadores le dieron dinero a Weiner por la amistad con Abedin.
Sin embargo, Coale comentó que la contienda del 2013, en la que surgieron más revelaciones sobre el sexteo, había sido exasperante. “Simplemente, fue demasiado para todos”, dijo. “Y, ahora, ya no está en la cancha. ¡Vamos!”.
Bill Hyers, un estratega demócrata que coordinó la campaña del alcalde Bill de Blasio ese año, dijo que la elite partidista se había equivocado al permitir que Weiner “tuviera un segundo aliento de vida.
“Ellos sabían que era un narcisista con muchísimos defectos”, comentó. “Y ahora todos seguimos atorados con él”.
Entre los demócratas que evitaron a Weiner desde un principio, había poca alegría por la aparente reivindicación de su juicio. Sarah Kovner, una importante donante demócrata, dijo que había menos preocupación de que los daños que infligió Weiner pudieran costarle a Clinton las elecciones, que la mera frustración porque una mala semilla conocida haya creado un tumulto tan interminable.
“Básicamente, nunca quisimos tener nada que ver con él”, comentó sobre las opiniones de su esposo Victor Kovner y de ella sobre Anthony Weiner.

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