Los contornos oscuros de la tierra acababan de iluminarse cuando el contrabandista los obligó a lanzarse al mar.
Roymar Bello gritó. Ella formó parte de los 17 pasajeros que en julio se subieron a un barco de pesca sobrecargado y de motores viejos, esperando escapar del desastre económico de Venezuela para iniciar una nueva vida en la isla caribeña de Curazao.
Por miedo a las autoridades, el contrabandista se negó a acercarse a la costa. El hombre les ordenó a los pasajeros que se metieran al agua, mientras les señalaba la orilla lejana. Presa del pánico, Bello gritó cuando fue arrojada por la borda, en medio de la oscuridad del amanecer.
Ella no sabía nadar.
Cuando empezó a hundirse bajo las olas, un compañero la agarró por el pelo y la remolcó hacia la isla donde se lavaron en un acantilado rocoso. Golpeados y con sangre, los migrantes subieron mientras rezaban para conseguir trabajo, dinero y algo de comer para volver a empezar sus vidas.
“Valió la pena el riesgo”, dijo Bello, de 30 años, y añadió que los venezolanos, “vienen buscando una sola cosa: comida”.
Venezuela fue uno de los países más ricos de América Latina, su riqueza petrolera atrajo a inmigrantes de lugares tan variados como Europa y Medio Oriente.
Pero después de que el presidente Hugo Chávez se comprometiera a acabar con la élite económica del País y redistribuirle la riqueza a los pobres, la clase media y los ricos huyeron hacia países más acogedores, creando lo que los demógrafos describen como la primera diáspora de Venezuela.
Ahora está en marcha una segunda diáspora, con menos ricos y ciudadanos que en muchos lugares no son bienvenidos.
Más de 150 mil venezolanos han huido del País en el último año, la cifra más alta en más de una década, según los estudiosos que analizan el éxodo.
Y mientras la revolución de Chávez colapsa por la ruina económica que provoca una grave escasez de alimentos y medicinas, los nuevos migrantes incluyen a los ciudadanos de escasos recursos que las políticas venezolanas debían ayudar.
“Hemos visto una gran aceleración”, dijo Tomás Páez, profesor de inmigración en la Universidad Central de Venezuela. El experto dijo que unos 200 mil venezolanos se han marchado en los últimos 18 meses, impulsados por lo difícil que es conseguir comida, trabajo y medicinas, sin mencionar la delincuencia que la escasez ha desatado.
“Los padres dicen: ‘Prefiero despedir a mi hijo en el aeropuerto que en el cementerio’”, dijo.
Decenas de miles de venezolanos de-sesperados también están llegando a Brasil, a través de la cuenca amazónica. Otros inventan complicadas estafas para escabullirse por los aeropuertos de las naciones caribeñas que en el pasado los aceptaban libremente. En julio, Venezuela abrió su frontera con Colombia solo por dos días y 120 mil personas se precipitaron a comprar comida, según los funcionarios. Un gran número de ciudadanos se quedó en ese País.
Ahora lo más sorprendente es que los venezolanos huyen por mar, una imagen simbólica que recuerda a las peligrosas travesías para escapar de Cuba o Haití, pero eso no sucedía en Venezuela, una nación petrolera.
Algunos pagan mil dólares más por persona a los contrabandistas para llegar a ciudades como Manaos y San Pablo, dicen las autoridades, mientras que otros simplemente cruzan la frontera hacia Brasil.
• Ante el éxodo venezolano en Pacaraima, una pequeña ciudad fronteriza brasileña, cientos de niños venezolanos están matriculados en escuelas locales y familias enteras duermen en las calles.
“Es difícil encontrarle una solución a este problema porque involucra al hambre”, dijo el alcalde, Altemir Campos. “Venezuela no tiene suficiente comida para su gente, así que algunas personas se vienen para acá”.
Las pequeñas islas caribeñas vecinas de Venezuela son mucho menos hospitalarias y simplemente aclaran que no pueden absorber esa ola migratoria. Las más cercanas a la costa venezolana, Aruba y
Curazao, le han cerrado las fronteras a los venezolanos pobres desde el año pasado, los obligan a mostrar mil dólares en efectivo antes de poder entrar —esa cifra equivale a más de cinco años de sueldo en un trabajo de salario mínimo.
Atravesando mares y fronteras
Ahora abundan los hogares vacíos en las calles de La Vela, el pueblo pesquero donde nació Roymar Bello en Venezuela, porque sus propietarios se han marchado atravesando el mar.
Han hipotecado propiedades, venden los electrodomésticos e incluso le piden préstamos a los mismos contrabandistas que los transportan junto con drogas y otras mercancías.
El viaje a Curazao implica una travesía de casi 100 kilómetros llenos de mar picado, bandas armadas y barcos de la Guardia Costera que buscan capturar a los emigrantes y deportarlos a su País.
Después de ser arrojados por la borda y nadar hasta tierra firme, se esconden en el monte para reunirse con los contactos que los insertan en la economía turística de esta isla caribeña. Limpian los suelos de los restaurantes, venden baratijas en la calle o incluso satisfacen las demandas sexuales de los turistas holandeses, obligados por los contrabandistas a pagar por su viaje trabajando en un burdel, según las autoridades de Curazao.
Innumerables familias venezolanas viven como los Bello. Al no poder conseguir alimentos en su País, ahora están dispersos a través de los mares y las fronteras.
Rolando, el hermano de Roymar Bello, trabaja en el sector de construcción en Curazao y recientemente su esposa llegó al País, dejando en Venezuela a su hija de 7 años. Un tío de ellos no tuvo tanta suerte: permanece en una prisión de Curazao, acusado de contrabandear inmigrantes como sus familiares.
Otro caso es el de Wilfredo Hidalgo, de 27 años, quien es primo de los Bello y estudió administración de empresas en Venezuela pero nunca consiguió trabajo. Hace dos años fue deportado de Curazao después de llegar en avión. Ahora trata de regresar en barco, luego de ahorrar la mitad de los 350 dólares que necesita para pagarle a los contrabandistas.
“¿Qué más puedo hacer?”, dijo.
María Piñero, de 47 años, es la madre de los hermanos Bello y le había dado un chaleco salvavidas a su hija Roymar porque no sabía nadar. Pero el contrabandista se lo arrancó justo antes de lanzarla al mar, diciendo que las olas eran tan altas que era mejor nadar por debajo.
Ahora, a pesar del calvario de sus familiares, Piñero prometió hacer el viaje en barco. “Estoy nerviosa”, dijo. “Me voy sin nada. Pero tengo que hacerlo porque de lo contrario, nos moriremos de hambre”.
El bote que desapareció
Jesús Ramos sabía que tenía que nadar hasta tierra firme desde el bote del contrabandista. Así que pasó sus últimas semanas en Venezuela corriendo en el mar frente a su casa en La Vela, recuerda su madre.
William Cordero, su amigo de 29 años, también se fue. Pasó ese mes solicitando una licencia comercial para la barbería que planeaba abrir con todo el dinero que esperaba ganar en Curazao. Ya había comprado un letrero que decía: “Barbería ‘Mi fe en Dios’”.
Pero el barco que los llevaba nunca llegó a Curazao.
Los dos amigos, junto con otros tres migrantes y un capitán, desaparecieron en algún lugar de la costa de Venezuela el año pasado. No se encontraron restos. La única prueba de que su viaje se hizo son las selfies enviadas desde sus teléfonos inteligentes antes de partir. Los hombres posaron al lado de la lancha con grandes sonrisas.
“Trato de no llorar. Me digo: ‘Mi hijo está bien, eso es todo’”, dijo Florángel Amaya de Ramos, la madre de Jesús.