En una cama del Hospital de la Cruz Roja, Miguel Urban se recupera lentamente de las heridas que sufrió el martes pasado en la explosión del mercado de San Pablito en Tultepec, Estado de México.
Dice que esta es la tercera explosión a la que sobrevive en lo que fuera el tianguis de pirotecnia más grande de América Latina. La primera fue en 2005, la segunda en 2006 y la tercera el pasado martes. Esta última fue la que más daño le provocó: fractura de húmero izquierdo, fractura de costillas y quemaduras en el vientre. Recuerda que esa tarde estaba vendiendo en su puesto junto con su madre, quien ahora también lo acompaña en una cama contigua.
Al escuchar la primera detonación, Miguel pensó que había explotado la llanta de un auto, pero luego siguieron los estallidos en cadena y comenzaron a ver luces por todos lados.
“Los ladrillos comenzaron a volar, mi madre salió corriendo, yo también, pero ella se cayó y no pudo continuar. Volteé y la vi en el piso, fue entonces cuando regresé para intentar proteger su cuerpo con el mío”, recuerda el hombre de 47 años, quien la mayor parte de su vida se ha dedicado a la pirotecnia.
Con el paso de las horas y de su convalecencia, Miguel saca dos conclusiones. La primera es que lo sucedido en el mercado de San Pablito fue provocado, “porque era el lugar más seguro para la venta”. La otra, es que pese a las lesiones, cuando lo den de alta, volverá a la fabricación de cohetes, “es lo único que sé hacer y no hay de otra”. Por el contrario, su mamá Herlinda, de 84 años, recuerda que empezó en el negocio a los 15 años, pero ya no quiere saber más. “Ahora sí nos tocó”, dice.