El niño de la maleta, el que los guardias civiles del puesto fronterizo del Tarajal, en Ceuta, descubrieron horrorizados en mayo de 2015 al pasar un equipaje sospechoso por el escáner, se llamaba Adou y tenía 8 años. El periodista Nicolás Castellano le ha puesto nombre a la foto que estremeció al mundo y que ha convertido en un libro titulado precisamente así: Me llamo Adou (Editorial Planeta), donde narra la historia de una familia de Costa de Marfil desesperada por volver a reunirse tras huir de la pobreza y de la violencia en el país africano.
El autor atribuye a un “garrafal error” administrativo que el pequeño acabara en esa maleta. Su padre, Alí, había llegado a España en patera -él mismo construyó la frágil embarcación con sus compañeros de viaje- al segundo intento y tras un largo periplo (más de dos años) que le llevó por Ghana, Burkina Faso, Malí, Senegal, Mauritana y Marruecos y donde fue detenido, asaltado y cayó enfermo. Una vez tuvo todos sus papeles en regla, otros tres años más tarde, inició la reagrupación familiar. Logró traerse a su mujer, Lucie, y luego a su hija Mariam, de 9 años, pero no a Adou, el más pequeño, porque la Administración rechazó su recurso. “Tal y como denunció la Oficina del Defensor del Pueblo, la Delegación del Gobierno no aplicó correctamente la ley porque los padres del niño marfileño sí cumplían realmente con todos los requisitos”, afirma Castellano. La Subdelegación del Gobierno en Las Palmas rechazó su petición alegando que Ali, que entonces tenía un trabajo estable y una vivienda en España, no disponía de recursos suficientes para mantener a toda la familia. La diferencia entre sus ingresos y la exigencia oficial era, en su caso, de 56 euros, pero el periodista de la Cadena SER denuncia que el propio reglamento de la ley de extranjería española “pide que se aminore la exigencia de medios económicos en los casos en los que el interés superior del menor lo requiera”, como el de Adou, cuya abuela, quien le cuidaba en Costa de Marfil, acababa de fallecer.
Tras fracasar por la vía legal, el padre de Alí recurrió a unos traficantes y dejó a su hijo en manos de unos desconocidos a los que pagó 5.000 euros para introducir al pequeño en España. “Él no se arrepiente de haber intentado reunirse con su hijo, pero sí de confiar en unas personas que pusieron su vida en peligro”, afirma Castellano. Algunos de los agentes destacados aquel día en el puesto del Tarajal acumulaban más de dos décadas de servicio, pero nunca habían visto algo tan terrible, un niño en una maleta. “Hola, me llamo Adou”, les dijo en francés cuando abrieron el equipaje que había llevado hasta allí una chica marroquí de apenas 19 años. Iba descalzo y sin pantalones. Uno de los guardias civiles le compró, de camino a la comandancia, ropa y zapatillas.
Tras las pertinentes pruebas de ADN, su padre fue detenido. Su madre se enteró por las noticias de que habían encontrado el pequeño en una maleta y arrestado a su marido. Adou fue trasladado a un centro de menores hasta que pudo reunirse con su madre, y Alí pasó 32 días en la cárcel. Aún está pendiente de juicio acusado de un delito contra los derechos de los ciudadanos extranjeros.
De nuevo separados
La familia volvió a romperse apenas cinco meses después. Adou sufría porque le llamaban “el niño de la maleta” y la gente le paraba por la calle y le pedía fotos. Finalmente, Lucie y los niños se fueron a vivir a París con un pariente lejano para distanciarse de todo y porque allí ella podría trabajar y disponer de unas ayudas sociales que no le daban en España. Alí, que en todo el periplo de esta familia había ido siempre por delante, se quedó esta vez atrás, porque se le ha retirado el pasaporte hasta la celebración del juicio, para el que aún no hay fecha. Él vive ahora en Bilbao, donde tiene unos amigos, y hace chapuzas de vez en cuando. Le gustaría encontrar trabajo de recepcionista en un hotel. Cree que lo haría bien porque habla cinco idiomas. En Costa de Marfil era profesor de francés.
A Adou le gusta más el futbol que estudiar y es hiperactivo. Como su madre apenas tiene formación, llama a su padre por teléfono, de París a Bilbao, para que le ayude con los deberes. “Él quiere que sea médico, pero yo quiero ser futbolista, como Messi, y jugar en el Barcelona o en el París Saint-Germain”, relata el pequeño en el libro. Lucie trabaja de vez en cuando cuidando a personas mayores, y en ocasiones se pregunta si mereció la pena salir de Costa de Marfil para haber terminado, de nuevo, separados.
“La gran reflexión que hay que hacer es qué ocurre en la legislación española con la reagrupación familiar para que se tenga que acudir a estas vías desesperadas”, afirma Castellano, para quien “las directivas europeas, cada vez más restrictivas, están alimentando a las mafias”. “Hablamos de este caso porque había una foto impactante, pero miles de familias pasan por situaciones parecidas”.