La literatura es cuestión de calidad: estilo, inteligencia, ambición, artesanía, riesgo. Pero el reconocimiento es cuestión de cantidad: lectores, bibliografía crítica, traducciones, premios.
Traducido a 36 idiomas; galardonado con el Rómulo Gallegos, el premio de la FIL o el Médicis-Étranger; objeto de estudio en tesis doctorales o en volúmenes como Vila-Matas portátil , ese hombre de sonrisita guasona y ademanes afables sigue fiel a su estilo tan propio, a su inteligencia irónica, a su ambición borgeana, a su artesanía vanguardista, al riesgo que lo condujo a Historia abreviada de la literatura portátil (1985) y a Bartleby y compañía (2001).
Sobre la mesa que nos separa está el libro que ahora presenta. Se titula Mac y su contratiempo (Seix Barral) y es una reescritura de su novela-en-cuentos Una casa para siempre (1988). Y una vuelta de tuerca, o broma amplificada, sobre el tópico de “la voz propia”.
Y un homenaje sutil a Las mil y una noches. Y una crítica a quien era él en los años ochenta, cuando bebía. Y un relato político sobre la pobreza en la Barcelona de esta crisis que solo ha terminado para los ricos. Y tantas otras cosas. Porque la obra de Enrique Vila-Matas es genéticamente ambigua: se mueve, se resiste a las estructuras estables, se te escapa y ya se fue.
“A veces imagino que me voy”, escribes. La novela se puede leer como un plan de fuga. Y la fuga, de hecho, recorre tu obra desde los inicios. Ahora que ocho títulos tuyos circulan por los Estados Unidos, que New Directions también ha comprado los derechos de Mac y su contratiempo, que estás traducido al sueco y que has recibido tantos premios, ¿han menguado o han crecido tus ganas de huir?
Mi deseo de marcharme sigue vivo: dejar Barcelona, Cataluña, España. Por eso siempre repito la frase que me inventé y que durante mucho tiempo dije que era de Joyce y ahora digo que es de Kafka: “Pase lo que pase, lo correcto es largarse”.
Del paseo San Juan de tu juventud, que en tu imaginario se ha convertido en “la calle Rimbaud”, al barrio de El Coyote de tu nueva novela, tu obra ha ido construyendo una Barcelona alternativa e inesperada. ¿Te sientes un escritor barcelonés?
En el paseo San Juan estaba todo: el cine, la religión, todo. Muchas veces he pensado en escribir un libro sobre ese mundo, que fue el de mi infancia. Después pasé muchos años en la Travesía del Mal, es decir, la Travessera de Dalt, justo en el límite con el mundo de Juan Marsé. Y ahora vivo en El Coyote, cerca de la plaza Francesc Macià, lo he llamado así porque era el barrio de José Mallorquí, el autor de novelas populares.
El tiempo, de hecho, ha querido que se configuren dos Barcelonas literarias en este cambio de siglo: por un lado, la de los bestsellers (Falcones, Ruiz Zafón), que insiste en las zonas más turísticas y famosas de la ciudad; y por otro, la literaria y periférica, con Juan Marsé, Eduardo Mendoza… y tú.
Hace tiempo nos llamaron a los tres para hacernos una foto al final de las Ramblas. Mendoza dijo que siempre nos convocaban a los mismos, pero era la primera vez que me llamaban a mí. Él daba por supuesto, supongo, que estábamos unidos por la ciudad. Lo que sí compartimos, claramente, es la ironía. Yo creía que Mendoza no me había leído, de modo que me sorprendieron sus comentarios positivos sobre Kassel no invita a la lógica y sobre Mac y su contratiempo. Con Marsé sí que converso a menudo y creo que entiende y respeta mi trabajo. En la tertulia de los domingos nos da lecciones de vida y de literatura. El otro día, por ejemplo, un invitado preguntó qué pensábamos de Ada Colau, la alcaldesa, y él respondió con acierto: “Aquí estamos en contra de todo”.
En su nueva novela hay un elemento que encontramos en las de ellos: una cierta crítica social, a partir de figuras más o menos fantasmales, como son los que recogen chatarra por las calles de El Coyote…
Me lo planteé como una especie de Ópera de los tres centavos. Pero es cierto que están muy presentes por aquí: he hablado con varios de ellos. A uno le ofrecí dinero y me dijo que “ni pensarlo”, “por favor”, y entonces pensé que ese modo de hablar me sonaba, que tal vez lo conociera de los bares de los viejos tiempos. Ya sabes que estoy un poco loco.
La novela es cervantina, invoca el espíritu de los cuentos orientales, viajando incluso al desierto y a los oasis: trabaja en el límite entre la narración breve y la extensa. ¿Trabajas a conciencia esa frontera? ¿Y la imperfección?
Sigo pensando en lo que observé en Mad Men, pero en este caso está además la reescritura de un libro que ya tenía esa forma originalmente… Y sí, hombre, claro que me interesa lo imperfecto, lo inacabado, lo abierto. De joven le pregunté a Dalí si no iba a hacer una obra maestra y él me respondió que la obra maestra es la muerte. Si este libro resultara ser que es el mejor, preferiría no enterarme porque entonces ya no tendría nada que hacer y yo, lo que quiero, es seguir divirtiéndome.
Si miramos los autores que aparecen en tus libros de las pasadas décadas, son casi todos hombres. En Mac y su contratiempo, en cambio, hablas de Jean Rhys, Ana María Matute, Djuna Barnes o Samanta Schweblin. ¿Puede ser que tu diálogo de los últimos años con la artista Dominique Gonzalez-Foerster haya cambiado tu perspectiva de género?
Tienes razón. El 24 de marzo doy una conferencia en el Collège de France y colaboraremos una vez más. Los tiempos se han ido abriendo, el mundo femenino tiene cada vez una presencia más poderosa. Ahora leo a más escritoras, porque también hay muchas más que antes. Pero lo cierto es que mi origen está en una escritora: Marguerite Duras, a quien conocí en París y cuyo cine es el que me hubiera gustado hacer a mí. Sigo siendo fiel a otros personajes fundacionales de esa época, también como yo entre el cine y la literatura, como Edgardo Cozarinsky. Por eso me ha encantado que, inesperadamente, me entrevistaran en Cahiers du Cinéma.
Mac y su contratiempo comienza con una alusión irónica a la moda de “los libros póstumos”, que podría remitir a Bolaño, y después aparece de un modo directo, como también lo hace en Marienbad eléctrico. ¿Cómo está envejeciendo tu relación con él?
Fue un gran placer introducir a Bolaño en este libro, porque fue substituir al Cheever de Una casa para siempre por Estrella distante. Mantengo recuerdos importantes de él. Me influyó personalmente, no literariamente. Compartíamos los libros que detestábamos que es como se conoce realmente a un escritor. Pero la verdad es que noto que se va alejando, como una estrella.
Hace ya seis años que dejaste Anagrama y comenzaste a publicar en Seix Barral. ¿Has observado algún cambio en tu obra, vinculado con el cambio de sello?
He seguido haciendo mi obra. Cuando pensamos en Bob Dylan, nadie se acuerda de los nombres de los sellos que editaron sus discos.
q q Lo cierto es que mi origen está en una escritora: Marguerite Duras, a quien conocí en París y cuyo cine es el que me hubiera gustado hacer a mí. p p
Enrique Vila-Matas, escritor.